Escribió Chateaubriand, el tan citado por su genialidad analítica
pareja a la literaria: "¿Queréis convertiros en chinos o volver a ser
romanos, chochear como un viejo pueblo vestido con ropas gastadas o
retroceder hasta la civilización antigua? Si elegís esto último,
necesario será restablecer las dos bases del edificio pagano, la
servidumbre y la tiranía, sólo sus formas cambiarán. Con el tiempo
revivirán los espectáculos obligados de esta sociedad, la prostitución
teatral, los gladiadores, los aurigas de circo, al antojo de los
pretorianos que guardarán con la artillería el redil de estos nuevos
esclavos llamados proletarios y la casa dorada de los Nerones
constitucionales".
Las palabras de los sabios como
Chateaubriand son más proféticas que las de quienes se dicen adivinos.
Las formas han cambiado como presentía el francés, pero el edificio
desde entonces se ha venido construyendo y perfeccionando con un nuevo
paganismo cuyo tótem es el consumo. La servidumbre sigue siendo básica
y está conformada por los pueblos del primer mundo, serviles a la
tiranía de la jerarquía iluminista. La prostitución teatral ya no hace
falta, pues se creó la televisión que llega a las casas. Los
gladiadores son virtuales, salen en Gran Hermano o en los
programas del corazón y los aurigas se visten de corto. Los Polancos y
Berlusconis son los nuevos pretorianos que guardan el redil de los
llamados ciudadanos y la casa dorada de los políticos.
Entretanto la jerarquía iluminista se puede ocupar de las cosas que
verdaderamente le importan. Desde hace muchos años les es prioritario
que el mercado de las materias primas no se "descontrole" e impedir que
en un mundo más justo se cuestione el papel de los mercados financieros
internacionales. Por eso, los jerarcas iluministas como Maxwell Taylor,
destacado miembro del CFR (Council on Foreign Relations),
institución secreta supramasónica de los jerarcas USA, con absoluto
cinismo genocida, en 1981 afirmó: "Yo he tachado ya a miles de millones
de personas. Gente que está en sitios de África, Asia y Latinoamérica.
No podemos salvarlos. La crisis de población y la escasez de alimentos
nos dice que ni siquiera lo deberíamos intentar. Es una pérdida de
tiempo".
La inmensa mayoría de los ciudadanos-siervos
parecen estar sólo preocupados en comprarse un coche nuevo o una
televisión de plasma, en organizar el viaje del próximo puente, cambiar
su teléfono por el de última generación y, todo ello, sin que la
tarjeta de crédito se agote. No les queda tiempo para pensar que miles
de millones de personas están condenadas a morir. Para impedirlo sólo
sería necesario obligar a que se destine un mínimo de los beneficios
financieros para su salvación. El Banco Mundial considera que
200.000 millones de dólares al año, bien administrados, son cantidad
suficiente para abatir las formas extremas de la pobreza en el mundo y
financiar los programas de defensa del medio ambiente a nivel global.
Esa cantidad se conseguiría con la simple aplicación en los mercados
cambiarios de Nueva York y Londres de la tasa que en su día propuso el
profesor James Tobin, que grabaría con un 0'5% esos intercambios
financieros especulativos, cuyos operadores y principales beneficiarios
son cien entidades bancarias del mundo, que concentran el 85% total del
negocio especulativo, el denominado "casino universal", en el que unos
pocos se pueden divertir jugando, mientras muchos mueren en virtud del
resultado de cada una de esas partidas.
En el siglo
XVIII, durante el reinado de Carlos III, mucho antes de que la
jerarquía iluminista pudiera implantar la genocida globalización
económica basada en la especulación financiera, los jerarcas diseñaron,
con los masones como ejecutores, una transformación global del modelo
económico liberal tradicional de la sociedad española, modelo que pese
a sus imperfecciones había sostenido el imperio más grande de la
historia durante más de dos siglos, para sustituirlo por un capitalismo
salvaje, fruto de la corrupción más grosera elevada a filosofía,
tránsito imprescindible para la implantación final de lo que muchos
años más tarde Lenin definiría como el nuevo imperio: el "capitalismo
financiero", cuya más brutal consecuencia acabamos de denunciar .
En el presente capítulo trataremos algunas de la claves de esa
transformación socio-económica española, implantada con el inmoral
despotismo masónico de los nuevos caciques explotadores, principales
causantes de que España se sitúe hasta hoy en un lugar secundario
dentro del concierto de las naciones y cuyos principales herederos son
los izquierdistas y "progres", en general, y los socialistas liderados
hoy por el presidente por accidente o "milagro" masónico Rodríguez, muy
en particular. Uno de sus ejecutores más destacados fue entonces el
masón Pablo Olavide y Jáuregui, siempre atento a las órdenes de sus dos
compañeros masones de "La Trinca", Aranda y Campomanes, que a su vez se
ajustaban en esto como en todo a los planes globales que la jerarquía
iluminista tenía para España.
La biografía de Olavide
ilustra como ninguna lo que han entendido como ejercicio del poder
cuantos políticos izquierdistas lo han tenido en la historia de España.
Mientras trincaban, han trincado y quieren seguir trincando a su antojo
-"sea como sea, cueste lo que cueste"- se ponen al servicio de la causa
masónica vestida de liberalismo o revolución, según convenga, para ser
la mejor ejecutora de los intereses de la jerarquía iluminista.
El limeño Olavide, al igual que el célebre Director de la Guardia Civil
Luis Roldán, fue un pícaro sinvergüenza desde su juventud. Ya en la
adolescencia se empeñó en la causa masónica, para la que tuvo un buen
maestro en su padre. Se había mostrado desde niño como un prodigio
mientras estudiaba en el colegio jesuita de su Lima natal. En nuestros
días ni siquiera el "intelectual" Alfonso Guerra, lector de unas
inexistentes obras completas de Lope de Vega, ha podido emularlo.
Los nuevos talentos masónicos de la España de hoy no han dejado de ser
abducidos en los centros de la orden ignaciana, aunque los del PSOE los
han preferido pilaricas y ahora ya tienen sus universidades públicas,
como la Carlos III de Madrid, en donde pueden adoctrinar y captar a los
mejores talentos, con su rector Peces Barba, siempre "iluminado", salvo
para servir a las víctimas del terrorismo a las que se debía -en
teoría- por mandato de cargo.
Las propias e innegables
cualidades de Olavide y las nepóticas influencias paternas, no en vano
su "progenitor A" era el corrupto contador mayor del Tribunal de Cuentas de Lima,
le sirvieron para alcanzar el doctorado en teología a la temprana edad
de quince años y dos después, la cátedra. Al menos sus titulaciones
eran ciertas y no coloradas, como se ha hecho norma habitual entre
destacados políticos izquierdistas. Los ya citados Roldán y Guerra son
algunos de los "titulados" por sí mismos.
Más cercanos
a Olavide por honores y merecimientos están otros jerifaltes de la
retroprogresía "ilustrada" nacional: Cebrián, Bono, de la Vega o Conde
Pumpido, entre otros. Estos socialistas de hoy no contaban de antemano,
como Olavide, con el manto de nepotismo masónico de sus padres, pero a
su favor tuvieron el amparo franquista. Sumisos destacados del régimen
fueron sus respectivos padres y su mano algo tendría que ver con las
brillantes carreras en la moqueta de sus ilustres hijos, salvo que
todos rebeldes "fraternales" fueran, para que la secta les aupara.
En 1746 y con tan sólo veintiún años, se encargó a Olavide, tras el
terremoto que había asolado a su ciudad natal, la administración de los
bienes de los muertos sin descendencia. Empleó ese dinero, destinado a
la beneficencia de los afectados, en la construcción de un teatro para
representar sus propias obras, aunque "sus versos son mala prosa
rimada, sin nervio, ni color, ni viveza de fantasía", según Menéndez
Pelayo. No mucho mejores debieron de ser las traducciones hechas por él
mismo de los ilustrados autores franceses, aunque "traduciendo a
Voltaire, le sostiene el original", afirma el genial erudito.
Por lo menos Olavide empleó aquellos fondos de beneficencia para un fin
artístico de cierta enjundia, pues por entonces no se había inventado
todavía el concepto de Memoria Histórica, que permite
gastarse el dinero destinado a las ONGs en publicidad sectario
partidista. En aquellos tiempos no se tomaban en consideración payasos
como los Rubianes o Leo Basi, el artista preferido de la popular "libre
pensadora" doña Teófila, la politeñida alcaldesa gaditana. Tampoco se
había inventado el cine para que la ministra de cultura Calvo, en su
etapa de consejera autonómica, subvencionara una horrible película en
la que ella misma hace sus pinitos como actriz, sin necesidad de
dejarse los "pellejos" por los intereses del partido, como dice que ha
hecho su venerado y abnegado presidente extremeño, el "bellotari"
Rodríguez Ibarra.
Es muy probable que el modelo Olavide
de gestión de los fondos públicos inspirara a los políticos del PSOE de
ayer y de hoy. Entre otros muchos, "olavidescos" fueron Prieto y Negrín
en la "administración" de la fortuna robada a España. Los corruptos
dirigentes socialistas sometidos a Stalin decían que el expolio se hizo
para cubrir las necesidades de los exiliados por la Guerra Civil,
aunque la mayoría de los exiliados lo fueron tanto o más por las
mentiras de los políticos frentepopulistas, de lo que ya hablaremos. No
menos "olavidescos" fueron: Vera con su uso de los fondos reservados de
Interior, Roldán apropiándose del dinero de las pensiones de los
huérfanos de la Guardia Civil, Rubio enriqueciéndose a costa del Banco de España que presidía, la Maestre haciendo lo propio en la Cruz Roja y Guerra exigiendo un avión propiedad del Estado, a fin de no perderse una corrida de Curro Romero en la Maestranza.
Al menos el sevillano enterrador de Montesquieu, como el limeño
admirador de Voltaire, tenía cierta inclinación artística, porque ahora
los gustos refinados se ven sustituidos por el consumismo hortera.
Nuestro presidente por accidente o "milagro" masónico, Rodríguez, hizo
uso recientemente de un avión propiedad del Estado para ir de compras
al Zara de Londres con su familia. También voló a costa del
erario público en su urgente traslado a Berlín, con el fin tan
necesario y productivo para España de llegar a la hora en punto al
jilgueril canto de su señora en un coro, actividad de innegable
importancia pública. Las cumbres y compromisos internacionales, a los
que se puede llegar tarde, le resultan mucho más aburridos a Rodríguez,
pues no son nada "progresistas", salvo que participen o las convoquen
el masón Chávez, el también masón Castro, el no se qué, pero al que le
va lo de coca, Morales o cualquier criminal musulmán de los que cada
vez abundan más en el mundo.
El "radicalmente
feminista" presidente por accidente no sólo muestra su talante en el
aire, pues no hay mejor uso para los barcos de la Guardia Civil que la
vigilancia de doña Sonsoles, no se vaya a ahogar, España no podría
soportar su pérdida. La segunda dama se merece, sus servicios a la
nación son vitales, bucear cuanto quiera durante sus justas vacaciones,
sin que le molesten los miles de senegaleses muertos de hambre y sucios
que arriban en pateras a las costas canarias, ya que Madrid todavía no
tiene playa por culpa del PP. Luego, estas pobres gentes se ven
hacinadas, dando el mejor ejemplo solidario para que valoremos
justamente lo "progresista" de las soluciones habitacionales ideadas
por la ministra del bigote, no tan inmenso como el despacho que se hizo
habilitar.
Muchos de estos inmigrantes acabarán por ser
criminales o carne de cañón de las multinacionales de la delincuencia
o, en el mejor de los casos, se les ofrecerán trabajos sin contrato
para percibir miserables salarios. Todo ello -en dialéctica
"pepiñista"- es culpa sin duda de Aznar y su guerra, o aún más de la
Iglesia que no los aloja en las catedrales o, se me olvidaba, de los
cuarenta años de franquismo, que ya se acabaron hace más de treinta,
pero todavía pesan lo suyo mientras existan calles con el nombre de
Muñoz Seca o Cerros de los Ángeles, me gustaría que alguien me
explicara lo que tienen que ver con Franco, que impiden la
normalización democrática de España, como el "atavismo secular" impedía
el "trinque" de los "olavides" dieciochescos.
El
déspota socialista Rodríguez, que cada vez se parece más a sus
caricaturas "mister beanescas" o "forrest gunescas" pasadas por una
estética a lo "muñeco diabólico", dado su nulo saber de la historia,
como de casi todo, seguro que no conoce el ejemplo de Olavide y su
modelo de administración de los fondos públicos. Quizás por eso atiende
más que nada a las indicaciones de su "ilustrada", inefable y "docta"
ministra de cuota en el ramo cultural: la Calvo, la "heavy metal" o aún
más "guarrimetal", la del progresista concepto de que "el dinero
público no es de nadie", salvo de quien -palabras de su compañero en la
bancada azul son- "no es igual al resto de los mortales".
Olavide embarcó hacia España en 1750, tras haber protagonizado un
desfalco de más de 40.000 pesos mediante diversos sobornos y
destrucciones de actas notariales. Se vio obligado a practicar unas
pocas falsificaciones y ocultaciones de pruebas para salir de rositas
en principio, pues al fin y al cabo "tan sólo" había robado y no
necesitaba ocultar informes sobre la ETA y sus explosivos -perdón
quería decir "borradores" ministro Pérez-, falsificar pruebas
periciales y de cargo a la hora de presentarlas en el juzgado o
adjudicar asesinatos a muertos, que ya no se pueden defender de las
acusaciones, como tras el 11M sus "hermanos" en el tiempo se afanan.
El limeño no llegó a España hasta 1752, pero aprovechó las diversas
escalas para seguir haciendo de las suyas. Desembarcó en Cádiz y desde
allí paró en Sevilla, para llegar finalmente a Madrid, exhibiendo
siempre las cartas de recomendación que le dieron sus "hermanos"
masones del otro lado del Atlántico. No sé si Roldán llevaba cartas de
presentación o sólo los bolsillos llenos cuando recaló al otro lado del
Índico, aunque al final -de existir- para poco le sirvieron, quizás
porque no repartió lo suficiente o su grado no debía permitirle tan
magno enriquecimiento.
Las recomendaciones no le
sirvieron a Olavide para mucho más en principio, pues sus hazañas eran
conocidas en la villa y corte, por lo que en 1754 fue detenido, sus
bienes confiscados y encarcelado. Bien poco tuvo que sufrir en prisión.
Sus "hermanos" consiguieron primero la libertad provisional, como la de
Vera hoy, y en mayo de 1757 el perpetuo archivo de la causa. Los
tiempos cambian poco en estas cuestiones, pues los socialistas dijeron
y dicen que la causa del GAL fue un invento de la derecha, lo de la cal
viva debió ser una cuestión del terrorismo islámico y no de la X o de
la hez socialista, y del 11-M afirman ya saber todo, aunque lo cierto
es que casi nadie sabe nada, salvo la mayoría de los déspotas
diputados.
Quizás sus ilustrísimas, más atentos a las
secretas reuniones tan del gusto del presidente por accidente o
"milagro masónico" que a las públicas sesiones parlamentarias, sí saben
demasiado, tanto como para no permitir que el pueblo lo sepa. Pero para
que esto sea así, por mucho que se empeñen, al final tendrían que
convencernos al modo "orwelliano", que a partir de ahora se puede
llamar también "garzoniano", de que nunca existió la masacre, como no
existieron las checas ni los asesinatos de Carrillo en Paracuellos, si
lo que pretenden es que más de un criminal se libre de la cárcel, algo
tan del gusto histórico socialista, que ahora cuenta con el criptojudío
agente masónico de la Audiencia Nacional como destacado esbirro.
Mientras estaba en libertad bajo fianza, Olavide no perdió el tiempo y
pegó lo que vulgarmente se llama un braguetazo. Conoció y se casó
cumplidos los treinta años, menudo sinvergüenzón -salvo complejo
edípico-, con una acaudalada biviuda de cincuenta, Isabel de los Ríos,
que ya antes de ir al altar le donó toda su fortuna. Muchos masones
ilustres han sentido este tipo de inclinaciones hacia las mujeres
maduras, siempre que las cincuentonas fueran viudas ricas. Siguiendo el
ejemplo de Olavide, se casaron, entre otros, los treintañeros Disraeli,
el político decimonónico masón inglés de origen judío sefardí, y en el
siglo XX nuestro Ferrer y Guardia, el terrorista anarquista masón, al
que sus "hermanos" levantaron un monumento por sus crímenes
"humanistas" en Bruselas, como ahora se pretende, en la misma capital
belga, presentar a los asesinos etarras como interlocutores que
defienden una causa justa, para dentro de unos años construir un
"merecido" monumento a Josu Ternera.
Lo primero que hizo nuestro nuevo rico por vínculo marital fue comprar el ingreso en la Orden de Santiago,
para poder acercarse a las clases elevadas y aristocráticas de la
corte. Por lo menos aquel masonazo se lo pagó del bolsillo de su
generosa esposa, porque ahora medallas de Carlos III se reparten entre
los más incapaces políticos socialistas, como el "trincón" Montilla.
También se intentan autoimponer condecoraciones ministros de defensa al
poco de ocupar la cartera, como el que dicen sinárquico Bono. No sé,
aunque parece de justicia, si habrá sido él quien ha promovido la
entrega de la medalla de honor con asignación económica vía pensión a
los policías delincuentes, que falsificaron las pruebas para que el
supuesto sinárquico no quedara como el mentiroso que es, mientras el
honrado comisario que se negó a hacer las detenciones, fruto de la
falsa denuncia, está represaliado, tratado como un apestado,
pudriéndose en un cutre despacho: puro estado de derecho socialista o
filantropismo masónico.
La compulsión de honores masónicos-socialistas a repartir alcanza hasta a la ilustre Real Academia de la Lengua,
que nombró miembro de pleno derecho a un empresario de la patraña
iluminista como Juan Luis Cebrián. Mayor currículum podía exhibir
Olavide, pues al menos, así lo define Menéndez Pelayo: "era medianísimo
en todo, de instrucción flaca y superficial, propia no más que para
deslumbrar en las tertulias, donde el prestigio de la conversación
suple más altas y peregrinas dotes". Las de Cebrián, más que
peregrinas, parecen maquiavélicas.
El indiano caradura no
quiso guardar las apariencias en demasía y emprendió a continuación
viajes en solitario costeados con su reciente fortuna, que derrochó sin
medida, mientras su mujer se quedaba en casa y con la pata quebrada.
Recaló en Marsella, Lyon, Florencia, Roma, Nápoles, Venecia, Padua,
Milán y finalmente se estableció durante un tiempo en París, tras
detenerse varios días en Les Délices, la finca de Voltaire.
Su anfitrión francés le alojó con la generosidad obligada, dadas las
credenciales que portaba y atendiendo al código masónico: "Respeta al
extranjero y al viajero porque su posición los hace sagrados para ti".
El cursi y cínico código se refiere a los "hermanos" y no al resto de
los mortales, como desde siempre han demostrado los hijos de la viuda.
Por otra parte, Olavide tenía impresionado con sus proyectos
innovadores a Aranda, íntimo del ilustrado francés como ya vimos. No es
de extrañar que un esclavista como Voltaire intimara con un explotador
como Olavide hasta el punto de decirle: "Vos y cuarenta como vos
necesita España". No cabe duda de que muchos como Olavide necesitó y
sigue necesitando España para transformarse en lo que Voltaire deseaba
para una Nación que odiaba.
Además, Olavide no dejó de
presentarse en todo momento con falsos títulos, debilidad caprichosa de
muchos masonazos, a los que siempre se les ha llenado tanto la boca de
igualdad, como los actos de un clasismo acomplejado y pretencioso,
recordemos de nuevo al falso conde de Cagliostro del que ya hablamos.
Don Pablo afirmaba ser sobrino del Virrey del Perú y Marqués de Olavide
o Conde Pilos. En fin, cualquier título vanidoso le valía a este
verdadero fantoche masón, farsante de iluminismo.
De
vuelta a España en 1762, Olavide se encontró con su "hermano" Pedro
Rodríguez Campomanes, que había sido nombrado fiscal del Consejo de
Castilla. En los círculos masónicos parisinos, pues por aquel entonces
no existía todavía la Internacional Socialista, ya le habían
informado en dónde iba a parar el futuro poder político en España.
Hermanado con el propio Campomanes y Aranda conformaron "La Trinca".
Para el trinque socialista de los últimos treinta años, que venimos
padeciendo los españoles, hizo falta un Congreso en Suresnes con el que
vestir de socialismo al muñeco del moderno despotismo masónico,
interesado en sustituir a los viejos dirigentes del PSOE, a los que el
propio Guerra definió como "los mandilones". Lo cierto es que alguno de
los viejos dirigentes, desde la falta de poder que les deparó el
exilio, todavía se creía el filantropismo de la secta, eso que definió
ingenuamente Camus como ser un santo sin Dios, sin reparar en que los
tiempos ya no estaban para el idealismo revolucionario de "libres
pensadores" carcas, sino para la disciplina guerrista: "el que se mueva
no sale en la foto", formulación renovadora de la obediencia masónica y
su "humanista" concepto de la "libertad, igualdad, fraternidad", para
que bien lo entiendan los iletrados socialistas de hoy y los jueces que
tienen basura criminal que esconder.
Los de la "Trinca"
contaron para sus trinques con el Ministro de Hacienda, el también
masón Miguel de Muzquiz, que además de gran amigo personal de Olavide,
fue el principal esbirro técnico-ejecutor para las artimañas trinconas.
El ejemplo de Muzquiz debió de ser un perfecto modelo para los Boyer y
Solchaga del felipismo, siempre atentos a los intereses de los jerarcas
iluministas nacionales y de sus amigos empresarios trincones. Tras el
Motín contra Esquilache, tan útil como en nuestros tiempos lo ha sido
el 23F, llegó al poder Aranda, que situó en un cargo de relumbrón a don
Pablo. Para entonces, el limeño ya se había hecho un sitio entre la
afrancesada sociedad cortesana. Su ascenso social se debió a la siempre
meritoria fórmula: "¿Qué es de lo mío?", "yo trinco y nos repartimos",
que nunca falla entre la retroprogresía de entonces y de ahora.
Aranda colocó a Olavide al frente del Hospicio de Madrid, institución
que se había proyectado para recoger a los indigentes. Pero la supuesta
institución benéfica, en las manos del "ilustrado" ladrón de víctimas
de terremotos, se transformó en un auténtico campo de trabajos
forzados, modelo estalinista o castrista. Recluyeron a los
alborotadores más destacados durante el motín popular, que no habían
seguido las instrucciones manipuladoras y porfiaban en sus justificadas
protestas. Así lo reconoció el propio Olavide: "Como al principio se
creyó que los que habían dado más crédito y fomento al alboroto eran
los vagos y los mendigos, de que estaban las calles infestadas, se
acordó que convendría encerrarlos a todos en una casa fuerte donde
estuviesen recogidos y donde, aplicados a fábricas, se convirtiesen en
hombres útiles".
Ese pueblo indignado del siglo XVIII
sería hoy la extrema derecha para nuestro presidente Rodríguez, como lo
fue también para sus camaradas durante la guerra civil, que se vieron
obligados a abrir sus "hospitalarias" checas. Esperemos que nuestro
presidente por accidente o "milagro" masónico no tenga tentaciones de
reeditar aquellos terribles momentos de nuestra historia contra quienes
queremos saber la verdad del 11M, aunque no parecen faltarle ganas al
autodefinido como "rojo", que se dice capaz de entender a los que
justifican el holocausto judío.
Los déspotas ilustrados
le cogieron gusto a la represión -gobernante masón, gobernante felón,
gobernante dictador- y decidieron abrir un nuevo Hospicio, que en
realidad era un campo de concentración. Hasta en esto los
"progresistas" patrios fueron precursores. El nuevo hospicio se ubicó
en la residencia real de San Fernando, a dos leguas de Madrid. En él
recluyeron por la fuerza a más de mil personas. Los beneficios
económicos, como es lógico, fueron espectaculares, pues los reclusos
trabajaban forzosamente y sin derecho alguno a cambio de un plato de
comida y un miserable alojamiento. Aranda nombró a Olavide poco
después, a mayores y por los servicios prestados, síndico personero del
Ayuntamiento de Madrid, para que trincara aún más a favor de la "causa
progre-masónica".
La carrera de Olavide era meteórica.
Recibió en 1767 el nombramiento de Intendente de Sevilla. La capital
andaluza era por aquel entonces la segunda ciudad de España por número
de habitantes, unos 80.000, y movimiento económico. El cargo de
Intendente semejaba a una especie de virreinato local, equivalente al
conjunto de lo que hoy en día entendemos como gobernador civil más
gobernador militar, con competencias totales además en hacienda y
justicia. Es decir, en manos del chorizo déspota por excelencia se
ponía un poder casi absoluto sobre la ciudad, con lo que además se
quitaban casi todas las competencias al alcalde, que representaba al
pueblo.
Esta política fue algo generalizado en la
España de la época. Se suprimieron los controles locales de precios
sobre los artículos de primera necesidad, que aseguraban el suministro
a las clases más necesitadas mediante la recaudación de los arbitrios,
para implantar a cambio un aparente "liberalismo económico". En
realidad, se trataba de imponer un monopolio salvaje, que acabó por
extender la carestía e incluso creó hambre, pues los precios se
elevaron al retener los ricos propietarios "ilustrados" los bienes
primarios y entrar en juego intermediarios, testaferros de los
poderosos, que introducían sin traba alguna productos del exterior,
para venderlos a precios altísimos. Manuel Martínez Neira, profesor de
Derecho Público y Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de
Madrid, en su artículo El municipio controlado afirma: "El
reformismo borbónico mostró, también aquí, las insuficiencias del
absolutismo y, de esta manera, contribuyó decididamente a su
desaparición".
Para completar el círculo de ese
enriquecimiento explotador, Olavide en Sevilla y, en general, todos los
"olavides" de España dijeron intentar paliar ese desastre social,
comprando a los "hermanos" y con el erario público el trigo a un precio
descomunal, para venderlo mucho más barato y con ello evitar en última
instancia el hambre, que con sus medidas "ilustradas" habían
propiciado: siempre los masones poniendo la venda en la herida que
ellos mismos crean y, para ello, gastándose el dinero de todos a
beneficio de los suyos. Asentado ese nuevo status quo sobre
los productos de primera necesidad, que mejor se define como
capitalismo salvaje que como neofeudalismo y que vació las arcas
públicas sumiendo a gran parte del pueblo en la miseria, los
enriquecidos "olavides" dieron una vuelta más a la tuerca.
Aprovecharon el poder casi absoluto, que les permitía un monarca
egótico y desentendido de su pueblo, para practicar una peculiar
política de intercambios, que consistía en comprar barato con fondos
públicos los productos autóctonos más extendidos. Luego se los
entregaban a sus testaferros, que los llevaban a otras zonas de España
en donde gobernaban intendentes "hermanos". Estos los valoraban por las
nubes de cara a sus pueblos, pagando a cambio con los propios
productos, comprados a los campesinos locales a un precio de miseria.
Por ejemplo, Olavide pagaba el abundante aceite autóctono a bajo precio
y sus testaferros lo llevaban a Castilla, en donde recibían a cambio el
trigo comprado por el intendente "hermano" de Olavide a cuatro cuartos.
El trigo se enviaba a Sevilla, asignándosele un precio altísimo por su
escasez. El enorme beneficio de esta especulación, que siempre era
recíproca, se lo repartían entre los "benéficos" ilustrados,
transformados a partir de entonces en la nueva clase capitalista,
mientras se empobrecía de forma brutal al pueblo y se vaciaban las
arcas públicas definitivamente.
La otrora pudiente
España pasaba a ser la empobrecida finca de los "progresistas", a plena
satisfacción de la jerarquía iluminista extranjera, que se frotaba las
manos ante el futuro que se deparaba a la que no hacía tanto había sido
la primera potencia mundial, cada vez más pobre y encima gobernada por
sus subalternos masones, que sumían a la administración del estado,
como reconoce el profesor Martínez Neira, en la "incapacidad para
desarrollar una eficaz administración propia", por lo que a partir de
entonces España cayó en la "dependencia de otros cuerpos": los nuevos
ricos masones con su mezquindad trincona al servicio de la jerarquía
iluminista de los banqueros extranjeros; hoy los nacionales también
tienen su parte importante del pastel.
Olavide, como buen
"ilustrado", no se cansaba nunca de utilizar el poder para el beneficio
propio y el de sus "hermanos". El único freno a sus maniobras
especulativas era el reparto del grano recogido en las propiedades
eclesiásticas, que se repartía entre los necesitados. Olavide incautó,
con la bendición e incluso la insistencia de Aranda, buena parte de los
fondos dinerarios y el producto fruto de las cofradías religiosas. Las
disolvió sin más para invertir aquel patrimonio, libremente ahorrado
por los creyentes, en un hospicio ubicado en terrenos expoliados a los
jesuitas, siguiendo el modelo de Madrid, o sea el modelo campo de
concentración, en donde no tuvo reparo en recluir a cualquier
disidente, como en su momento encarcelaron los socialistas de hoy a
Ruiz Mateos, tras el expolio de Rumasa del que se
beneficiaron los de la secta. También acabó en la cárcel el masón Mario
Conde, que se había subida a la chepa de los jerarcas de toda la vida.
El uno y el otro, ilusos ambos, habían pretendido su admisión en el
club de los elegidos banqueros, igual daba que fueran afines al Opus, como el Popular, que a los masones de siempre, como el Santander.
El limeño ideó a continuación un plan de reforma revolucionario radical
de la Universidad. De ese plan sólo cabe decir en palabras de Menéndez
Pelayo que "todo él respira el más rabioso centralismo y odio
encarnizado a todas las fundaciones particulares y libertades
universitarias".
Por aquel entonces, un joven
Jovellanos se vio "alucinado" por la ilusión filantrópica del bocazas
masón "ilustrado", algo que años más tarde le costó muy caro al gran
hombre que fue el intelectual asturiano, que tras su paso por la
masonería tuvo la valentía de oponerse a sus mandatos, a sabiendas de
lo que se estaba jugando con una irradiación, dados sus juramentos de
obediencia a la secta.
Algo parecido a lo de Jovellanos
debió de ocurrirle, como a otros muchos, al que fuera inocente masón
Ernest Lluch, que se mostraba partidario de la negociación con ETA,
pero que al ver los términos en que su partido negociaba decidió
bajarse del carro negociador. No sé si en esos momentos, aunque me temo
que sí, la idea expresada por el entonces recién elegido secretario
general del PSOE y hoy presidente por accidente o "milagro masónico"
Rodríguez, "¡a mí qué me importa Navarra!", estaba incluida en esas
incipientes negociaciones. Lo cierto es que a Lluch, como luego a Buesa
o Pagazaurtundua, se les calló la boca: ETA los asesinó mientras sus
compañeros de partido y en el caso de Lluch de secta, ya negociaban con
los terroristas, Rodríguez al mando. Para que esas negociaciones
tuvieran efectividad hacía falta el 11M, que situaría a Rodríguez en el
poder.
Jovellanos, al que la masonería tiene la
desfachatez de incluir en la lista de sus más ilustres miembros cuando
desde la misma se instigó para que cayera en desgracia, hasta el punto
de ser desterrado y encarcelado, definió públicamente la maldad de la
masonería en su Consulta sobre convocación de Cortes. En
ese documento la criticó con justa medida: "una secta de hombres
malvados, abusando del nombre de la filosofía, habían corrompido la
razón y las costumbres y turbado y desunido la Francia". Casi nada
comparado con lo que hoy están haciendo en España.
En
una carta en la que Jovellanos contestó al agente masón Hardings,
compañero de logia de Danton, que intentaba implicar al español en la
causa revolucionaria, el valiente asturiano dice: "El furor de los
republicanos franceses nada producirá sino empeorar la raza humana y
erigir un sistema de crueldad, cohonestada con formas y color de
justicia y convertida contra los defensores de la libertad". Así, el
furor de los masones nacionales de hoy pretende equiparar a los
terroristas con sus víctimas.
Por si a alguien le queda
alguna duda todavía al respecto, valga lo que el propio Jovellanos
escribió sobre la masonería en su madurez, ya libre de la alucinación
masónica, en su Tratado teórico-práctico de enseñanza y
que tanto recuerda a lo escrito por Chateaubriand reseñado al principio
de este capítulo: "Una secta feroz y tenebrosa ha pretendido en
nuestros días restituir los hombres a su barbarie primitiva, disolver
como ilegítimos los vínculos de toda sociedad y envolver en un caos de
absurdos y blasfemias todos los principios de la moral natural, civil y
religiosa. Semejante sistema fue aborto del orgullo de unos pocos
impíos, que, aborreciendo toda sujeción y dando un colorido de
humanidad a sus ideas antisociales y antirreligiosas; enemigos de toda
religión y de toda soberanía y, conspirando a envolver en la ruina de
los altares y de los tronos todas las instituciones, todas las virtudes
sociales, han declarado la guerra a toda idea liberal y benéfica, a
todo sentimiento honesto y puro. La humanidad suena continuamente en
sus labios, y el odio y la desolación del género humano brama
secretamente en sus corazones".
Habiendo sido masón y
siendo hombre de especial inteligencia y capacidad analítica, no cabe
duda de que Jovellanos conocía como nadie la realidad oculta que movía
a la secta masónica, aunque no creo que llegara a intuir hasta donde
podría llegar la barbarie propiciada por la misma, que hace parecer
pocos los crímenes de aquella Revolución Francesa: el comunismo, el
nazismo, la condena al hambre de la mayoría de la humanidad, las
infinitas guerras o el terrorismo, también el del 11M, simples "daños
colaterales" o todavía más: excrecencias generadas por el siniestro
"casino universal" de la jerarquía iluminista, para la que impedirlos o
paliarlos sería, en las palabras de uno de sus miembros, "una pérdida
de tiempo", sin duda muy poco rentable para sus intereses de
globalización tiránica y para los de sus esbirros "trincones" elevados
al poder político en España: los "olavides" de ayer y los socialistas
de hoy.
Primo Levi, en Los caídos y los salvados escribió algo que no debemos olvidar: "nos
cegamos con el poder y con el prestigio hasta olvidar nuestra
fragilidad esencial: con el poder pactamos todos, de buena o mala gana,
olvidando que todos estamos en el ghetto, que el ghetto está
amurallado, que fuera del recinto están los señores de la muerte, que
poco más allá espera el tren". Un tren que llevó a Primo Levi a Auschwitz-Birkenau, símbolo del poder operativo genocida iluminista nazi, de donde pudo salir con vida. Unos trenes que el 11-M fueron violentados por el terrorismo, símbolo del poder operativo genocida iluminista de nueva generación,
que eliminó con sus bombas 192 vidas, dejó maltrechas a casi 2.000 más
y destrozó las expectativas vitales de todos los españoles de bien.
Doutdes
Paz Digital, 03-10-2006
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Claves para entender el 11-M. Por Doutdes. Serie, publicándose
Las CLAVES de Paz Digital