Los ex dirigentes de ETA Olarra y Múgica, condenados a 1.253 años de cárcel por el atentado de Vallecas de 1995
Pagar a alguien, a un delincuente, por ejemplo, para que declare a un periódico lo que se le indica que diga, o lo que él sabe que quien le paga desea que diga, es amarillismo. Desde hace tiempo hay medios de comunicación empeñados en practicar ese amarillismo para darse la razón respecto al 11-M; a cualquier precio. Es una actitud repugnante, especialmente por lo que implica de instrumentalización del dolor y el desconcierto provocado por el más grave atentado terrorista de la historia de España.
Pero más grave que ese amarillismo es que un partido democrático como el PP se haya prestado a darle una cobertura de respetabilidad. Incluso llevándolo al Parlamento bajo la forma de una interpelación parlamentaria al ministro del Interior que se debate hoy.
Un periódico, secundado por una radio, lanzó en su momento la teoría de que era increíble que un atentado de esa envergadura, y con tan fuertes efectos políticos, hubiera podido ser ideado por unos desarrapados con pocos medios y escasas luces; luego, tenía que haber tras ellos una mano escondida, un "autor intelectual". Esa teoría conducía de entrada a ETA, que habría manipulado a los islamistas que acabaron suicidándose en Leganés; para ello se hicieron interpretaciones artificiosas, incluso cabalísticas, de hechos circunstanciales: un callejón, una fecha común para hechos que tenían que ver con ETA y con la trama asturiana del 11-M, fotos de etarras paseando por el patio de una cárcel junto a activistas islamistas...
Más tarde, y frente a una investigación policial y judicial que no encontraba indicios que confirmaran la hipótesis, la teoría fue expandiéndose para integrar en ella a servicios secretos extranjeros, policías interesados en no evitar los atentados y, finalmente, al PSOE como beneficiario en última instancia de la conmoción suscitada por la masacre. Cada cierto tiempo, de acuerdo con las leyes del mercado (amarillista), aparecía una nueva revelación, o una vieja alumbrada por nuevas insinuaciones, que era presentada como cuasi prueba; pero no se decía que lo fueran, sólo que se siguiera investigando; que no se cerrara "en falso" la comisión parlamentaria; luego, que se mantuviera abierto el sumario (indefinidamente, hasta que aparecieran evidencias que confirmasen la hipótesis); más tarde, que se reabriera ante nuevas revelaciones periodísticas. Y a quienes se negaron a seguir por ese camino se les acusó de tener miedo a la verdad: "¿No será que tienen algo que ocultar?".
Rodando, rodando, la cosa ha llegado (según una tradición que se remonta a Amedo) hasta el confidente Trashorras, acusado de haber facilitado los explosivos que mataron a 191 personas, por lo que arriesga una condena de 3.000 años de prisión, y a quien se da la oportunidad de autoexculparse y de decir, por ejemplo, que la policía sabía que en Asturias se vendía dinamita a ETA y que le amenazaron de muerte si lo contaba. Y para declarar con milimétrica precisión lo mismo, y con palabras similares, que, como hipótesis a investigar, venían sosteniendo El Mundo. "Mientras El Mundo pague", había dicho el susodicho, "si yo estoy fuera, les cuento la Guerra Civil española". Allá ellos con el amarillismo. ¿Pero qué hace el PP prestándose a secundar una operación de la que puede quedar preso?
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