Los agujeros negros del 11-M (XXXII): Matanza de animales en la finca de Lavandera
Por Fernando Múgica (EL MUNDO, 23/07/06):
Sólo un animal sin entrañas podría golpear a un bambi de pocos meses con un bate. O colgar hasta morir a un pequeño muflón después de haberle roto dos patas. O ensañarse con un perro, disparándole dos tiros para luego colgarle del cuello en una verja.
Eso es lo que hicieron la noche del 17 de julio con los animales de la pequeña granja que tiene Francisco Javier Lavandera, el testigo más incómodo del 11-M, la persona que ya en 2001 informó sobre la trama de los explosivos. El 5 de julio le dispararon cinco tiros cuando llegaba a esa misma finca en su automóvil.Sólo la fortuna y la rápida reacción del atacado lograron que saliera del trance casi ileso.
Pero el acoso a que está siendo sometido y las graves amenazas continúan desde que el juez Juan del Olmo decidió quitarle la condición de testigo protegido. Nadie le ha ofrecido protección de nuevo, ni siquiera después del atentado. Ahora se han ensañado en sus animales, algo muy importante para él.
El día 18 de julio, como otros muchos días, Lavandera llegó hacia las nueve de la mañana a su pequeña granja. En la puerta metálica de entrada al recinto pudo ver un charco de sangre reseca entre la hierba. No escuchó los ladridos de su perro Blas, un rottweiler, y le extrañó que no saliera a recibirle.
No podía porque estaba muerto. Lo habían colgado por el cuello en la verja provisional del cobertizo después de haberle disparado dos balazos en el costado.
Pronto pudo ver que los desalmados se habían empleado a fondo con otros muchos de sus animales. Sol, el enorme y viejo mastín, había recibido muchos golpes. Le había salvado la visa el hecho de estar encerrado. Sólo pudieron golpearle desde el exterior cuando se acercaba a la verja. Lavandera no dejaba a los dos perros sueltos en el mismo lugar porque terminaban peleándose.
De la pareja de muflones, sólo quedaba uno y malherido. Al otro lo habían desnucado después de romperle las patas traseras. Estaba también colgado de otra verja. La visión era macabra porque los dos jabalíes, salvajes pero bastante domesticados por la habilidad de Lavandera, le habían devorado ya una parte del costado, al haber quedado su cuerpo a ras del suelo.
Las imágenes, que han quedado registradas por la cámara de vídeo de un amigo de Lavandera, son patéticas. Los atacantes sólo querían destruir, provocar destrozos para que el dueño sufriera un nuevo golpe psicológico.
No quiere denunciar
Una carretilla presentaba grandes manchas de sangre. Sin duda fue el soporte en el que trasladaron al perro Blas desde la verja donde le mataron hasta aquella en la que le colgaron. Precisamente en la verja donde le dispararon hay alambres que tienen signos claros de haber sido mordidos desesperadamente por el propio perro. Vio que llegaban sus atacantes y trató de hacerles frente.
Lavandera no ha querido denunciar los hechos. Cree que divulgarlo no le beneficia demasiado y puede servir, sin embargo, a los intereses de los agresores. Está convencido de que con toda esa violencia pretenden que termine perdiendo los nervios y haciendo alguna tontería.
«Son capaces de decir ahora que he sido yo el que he matado sádicamente a mis propios animales. Ya lo intentaron cuando el atentado de hace dos semanas. La primera versión que quisieron difundir fue la de que yo mismo había disparado contra mi coche. Luego se dieron cuenta de que eso era imposible de sostener. A mí me da lo mismo lo que piense nadie. Esta es una nueva y grave agresión. Están empeñados en que no llegue a testificar en el juicio del 11-M. Pero no saben que cuanto más me acorralan más estoy dispuesto a defender la verdad, caiga quien caiga».
Lavandera tuvo que soportar el confuso suicidio de su mujer, Lorena, que perdió la vida en otoño de 2004 al ahogarse en la playa de Gijón, un mediodía y a la vista de todo el mundo.
Más tarde recibió en su domicilio las fotos de la autopsia de Lorena con una frase en el sobre que decía: «Para que te acuerdes de tu mujer.» También en aquella ocasión las Fuerzas de Seguridad se permitieron poner en duda esos datos.
La presión ha continuado en forma de llamadas anónimas constantes. El portal de su piso amaneció un día manchado con sangre.
Luego ha llegado el atentado, los cinco disparos recibidos cuando estaba en su coche. Y ahora, han matado salvajemente a sus animales. No puede haber una presión más dura sobre alguien cuyo único delito fue denunciar en 2001, primero ante la Policía y más tarde ante la Guardia civil, que un grupo de asturianos, Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras, estaban tratando de vender grandes cantidades de dinamita y pretendían encontrar a alguien que pudiera fabricar bombas con teléfonos móviles.
¿Qué es lo que pretenden los agresores de Lavandera? ¿Intentan que no llegue a declarar ante el juez del 11-M lo que sabe?
Aviso de un político
Pese a todas las amenazas y aunque ha estado a punto de costarle la vida, Lavandera está decidido a llegar hasta el final.
En lugar de prestarle protección, un político local le llamó, antes de la matanza de sus animales, para advertirle de que sería conveniente que dejara aquella finca y no se acercara más por allí porque «a esa zona van a pasar el día o a merendar muchos niños y sería una desgracia que hubiera otro tiroteo y les pudiera pasar algo.»
Las convicciones naturalistas de Lavandera le han llevado a arrastrar a su perro Blas muerto, el mismo que le acompañó en sus patrullas de vigilante jurado durante varios años, hasta la ladera de un monte, a poca distancia de la finca, para que pueda servir de alimento a otros animales.
«Ya está muerto y eso no se puede arreglar. Ahora tiene que seguir el ciclo de la vida. Si sirve para que los buitres u otros animales sobrevivan, por lo menos su muerte tendrá algún sentido».
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Adiós al sueño del zoo educativo
GIJON.- Lavandera sabe que su sueño de ampliar la granja para hacer un zoo con animales autóctonos para que pudieran visitarlo los escolares se ha desvanecido. Ha vendido o regalado a la mayor parte y está a la espera de poder soltar en el monte a la pareja de jabalíes y a sus tres crías.
Fue la amabilidad de la dueña de la gran finca situada en el monte Deva, muy cerca de Gijón, la que permitió que Lavandera consiguiera reunir un montón de animales. En los últimos meses había limpiado lo que fue una granja de visones y había levantado vayas metálicas alrededor para albergar a sus ejemplares exóticos.
En la pequeña granja de Lavandera, mantenida sin el menor ánimo de lucro, se mezclaban palomos romanos con capuchinas. Gallinas de Brasil con africanas. Ratas de campo, cuervos, gansos, ocas, codornices, corderos, cerdos de Vietnam, muflones de Camerún, pavos americanos, cabras enanas, corzos y una larga lista más. Su gran preocupación era reunir dinero para darles pienso suficiente. Tenía una relación muy personal con todos esos animales. A la pareja adulta de jabalíes se la trajeron del monte, donde los habían encontrado en estado salvaje. Su paciencia y su dedicación les hicieron relativamente dóciles. Les había enseñado incluso a tumbarse para que se hicieran los muertos.
A Sol, el mastín apaleado, le tiene un especial cariño. Llegó a pesar 100 kilos. Desde que murió el padre de Lavandera, su verdadero dueño, el animal casi no come y ha caído en una especie de letargo. El zoo de Lavandera ha quedado destruido y con él sus últimos sueños.