Domingo, 3 de septiembre de 2006. Año XVIII. Número: 6.106.
ESPAÑA
 
LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XXXIII) / DESDE MAÑANA, ENTREVISTA EXCLUSIVA CON JOSÉ EMILIO SUAREZ TRASHORRAS SOBRE EL 11-M
«Soy una víctima de un golpe de Estado encubierto tras un grupo de musulmanes»
«Todo estaba controlado por los Cuerpos de Seguridad» - «Existen complicidades que el juez no está dispuesto a descubrir»
FERNANDO MUGICA

José Emilio Suárez Trashorras, un ex minero asturiano, se convirtió desde el primer momento en el personaje clave de la investigación de los atentados del 11-M. La versión oficial vendió con todo lujo de detalles cómo en la noche del 28 al 29 de febrero de 2004, este joven de Avilés recibió, acompañó y ayudó a tres de los terroristas autores materiales de los atentados, Jamal Ahmidan y otros dos marroquíes procedentes de Madrid, para que pudieran llevarse de Mina Conchita unas mochilas cargadas con explosivos. El propio José Emilio confesó en un primer momento ante el juez que había visto los explosivos en el coche de Jamal. Según la misma versión, José Emilio envió otras tres bolsas con explosivos a Madrid con tres jóvenes amigos suyos en autobuses de línea regular. José Emilio revela ahora cómo todo fue un montaje de la Policía y cómo siguió sus indicaciones en todo momento.

MADRID.- «Soy una víctima de un golpe de Estado que se ha tratado de encubrir detrás de las responsabilidades de un grupo de musulmanes y de los confidentes, cuando estaba todo perfectamente controlado por los Cuerpos de Seguridad. Existen complicidades que el juez no está dispuesto a descubrir; si no, deberían estar detenidos o imputados agentes de varios Cuerpos de Seguridad».

Quien así habla es uno de los personajes clave relacionados con los atentados del 11-M. Nada menos que José Emilio Suárez Trashorras, el ex minero que presuntamente y, según la versión oficial, habría entregado los explosivos para la masacre a los radicales musulmanes en la noche del 28 de febrero de 2004, en Mina Conchita, una pequeña explotación minera asturiana.

EL MUNDO ha conseguido, en rigurosa exclusiva, una entrevista con Suárez Trashorras. Se trata de una larga confesión en la que se dan las claves para entender lo que, hasta ahora, constituían sólo incógnitas. Nuestro periódico publicará, a partir de mañana lunes, todas sus respuestas, que abren nuevas puertas a la investigación.

Suárez Trashorras fue detenido tan sólo seis días después de los atentados, el 17 de marzo de 2004, y lleva en la prisión de Alcalá Meco casi dos años y medio. Se enfrenta a una petición de más de 3.000 años de cárcel.

Aislado en su celda, tuvo un desconcierto inicial por no aceptar una detención que él creía injustificada. Se rebeló por lo que él consideró la traición de Manuel García Rodríguez, Manolón, el responsable de estupefacientes de la comisaría de Avilés, de quien era confidente y a quien consideraba su mejor amigo. Comenzó a serenarse gracias al apoyo incondicional de sus padres y ayudado por la medicación que le ha proporcionado un psiquiatra pagado por la familia.

Ya no espera nada de la Policía, a la que prestó servicios continuados desde el año 2001 a 2004. Se siente traicionado y está dispuesto a contar todo lo que sucedió realmente en su relación con los presuntos autores de la matanza del 11-M, Jamal Ahmidan -para él Mowgli- y varios de sus socios. Ni él ni nadie en su presencia llamó nunca El Chino a Jamal.

Sus transacciones comerciales de drogas con los marroquíes fueron supervisadas siempre por la Policía, a la que proporcionó todos los detalles de esa relación. Nadie mejor que Suárez Trashorras para conocer los manejos anteriores a los atentados de los que más tarde se suicidarían, el 3 de abril de 2004, en el piso de Leganés.

En sus exhaustivas respuestas denota una mente en buen estado, capaz de razonar con un criterio equilibrado. Y todo ello a pesar de que la estancia en prisión, las graves acusaciones que pesan contra él y todo lo vivido en los dos últimos años no han contribuido a la recuperación de su salud mental.

CONFIA EN EL JUICIO

De hecho, en febrero de 2006 Suárez Trashorras salió de prisión para hacerse una revisión médica en un centro de Vallecas donde se le detectó un ligero empeoramiento en su brote esquizofrénico. De una minusvalía de un 57%, por la que él ya cobraba una pensión desde enero de 2003, se ha pasado a una minusvalía del 65%. Los cuidados médicos de su nuevo psiquiatra y la toma estricta de la medicación, una inyección cada 15 días, le han devuelto parte de la serenidad.

Espera confiado la llegada del juicio convencido de que podrá probar su inocencia.

Ha terminado en prisión los estudios de secundaria que tenía pendientes. Ha aprobado la Selectividad y ahora está dispuesto a comenzar una carrera universitaria.

A modo de prólogo de las revelaciones que comenzarán mañana en EL MUNDO hemos querido hoy centrar al personaje, introducirnos en su trayectoria vital. Para ello, nada mejor que repasar su vida de la mano de sus padres, que en todo momento, y a pesar del dolor que les ha producido la situación, han confiado en que al final resplandecerá la verdad y la justicia en la investigación del 11-M y su hijo será exonerado.

Conchita y José Manuel forman un matrimonio de mediana edad bien avenido. Él, asturiano de pura cepa. Ella, mitad asturiana, mitad gallega. Siempre fueron personas de gran temple. Sus vidas se detuvieron el día en que acusaron a uno de sus hijos, el menor, de haber proporcionado los explosivos para la matanza del 11-M.

Emilio para ellos era un chico normal. Se comportaba con mucha vitalidad. Era muy sociable y derrochaba cariño. Su único problema consistía en que era un poco raro con las comidas.

Le gustaba la actividad física y por eso dejaron que se desfogara en las tareas del campo ayudando en la localidad de Cogollo a su abuela. Se hizo así un joven fuerte, de 1,80 de estatura, algo salvaje.

En el colegio nunca tuvo problemas con los compañeros. Cuando ya era adolescente demostró una afición enorme por las motos y los coches. A su hermana mayor y a él les compraron una motocicleta al terminar el bachiller.

CAMBIO DE CONDUCTA

Fue a esa edad, a los 17 años, cuando los padres notaron un cambio en su conducta. Comenzó a hablar en un tono más alto de lo normal. Se excitaba mucho y soportaba muy mal que le contestaran. En los estudios empezó a flaquear. No aprobó la Selectividad. Sus padres pensaron en llevarlo interno a un colegio de los jesuitas. No lo hicieron. Probaron en maestría pero tampoco terminó los estudios.

Los malos tonos fueron a más. Le había cambiado el carácter y su madre se dio cuenta de que aquello no era normal y que no se trataba de una rabieta de quinceañeros. Lo llevaron a un médico y luego a otro. Hasta que encontraron uno que dio en la diana. Emilio tenía un brote esquizofrénico que podía ir a peor. De todas formas podía hacer una vida prácticamente normal.

Su padre, inspector agrario en una buena empresa de productos lácteos asturianos, lo metió a trabajar con él. La empresa pasó por una pequeña crisis y ante la posibilidad de eliminar personal José Manuel prefirió que saliera el chico antes de que mandaran a casa a un padre de familia.

Emilio se libró del servicio militar al poco de incorporarse a filas. Un par de gestos en su comportamiento y un examen médico riguroso hicieron que lo declararan exento.

Quería independizarse económicamente. Tuvo una novia durante dos años que le llevó por la calle de la amargura. Entró a trabajar en la empresa Caolines de Merillés y, de una forma intermitente, trabajó como ayudante minero en Mina Conchita hasta diciembre de 2002.

El padre era el típico empleado trabajador y honrado. Tenía que recorrer Asturias inspeccionando granjas y haciendo nuevos clientes. La madre tenía un empleo en una empresa dependiente de Asuntos Sociales en el Ayuntamiento de Oviedo. Era profesora de bailes de salón. Lo que mejor se le daba era el son cubano y el tango. Por su carácter extrovertido era muy apreciada por los alumnos. Cuando salió a los periódicos el asunto de Emilio prescindieron de sus servicios.

Emilio comenzó con el nuevo siglo una amistad con un joven de Avilés llamado Antonio Toro. Era un muchacho fuerte, con mucho gimnasio encima, que manejaba dinero. Emilio, una persona muy confiada, se dejó fascinar por su personalidad dominante.

Toro tenía una hermana, María del Carmen, y Emilio comenzó a salir con ella siempre con la preocupación de la mala experiencia sentimental que había tenido antes. Ese noviazgo nunca fue bien visto por Antonio.

Los padres no tuvieron demasiado trato con la familia Toro, pero apoyaron al muchacho hasta el punto de llegar a comprarle un piso y un coche. El 14 de febrero de 2004, menos de un mes antes del 11-M, Emilio y María -él nunca la ha llamado Carmen- se casaron en Avilés. Como tantas otras parejas, se fueron de viaje de novios a Canarias.

A su boda no asistió ningún marroquí, a pesar de todo lo que se ha publicado al respecto. Las fotografías y el vídeo de la boda así lo demuestran.

Cuando el padre de Emilio supo que éste tenía amistad con un policía le advirtió: «Tener amistad con un policía es como tener una moneda falsa en el bolsillo».

Y eso que el padre no sabía entonces que el hijo, para ayudar a Toro -que había ingresado como preventivo en prisión por un asunto de drogas en la llamada operación Pípol- se había convertido, desde 2001, en el confidente de ese policía, el inspector que llevaba el tema de los estupefacientes en la comisaría de Avilés, Manuel García Rodríguez.

EL CONFIDENTE

Participó, como confidente en operaciones importantes a lo largo del 2001, 2002 y 2003, que culminaron siempre con la aprehensión de cantidades importantes de drogas, hachís, cocaína y pastillas, y la detención de los traficantes. En este contexto, fue a finales de 2003 cuando Suárez Trashorras, y según su versión por indicación del inspector Manuel García, se introdujo en una banda de traficantes de nacionalidad marroquí, que se acercaban de vez en cuando por Asturias.

Y fue así como llegamos a la fecha del 11-M. Como muchas mañanas, aquel jueves Emilio se acercó a casa de sus padres. Su madre recuerda cómo estaba descompuesto con lo que había pasado. Insultaba a los terroristas y se preguntaba en voz alta cómo podía haber personas capaces de hacer una cosa así.

Después de haber visto varios programas de televisión, de haber escuchado en la Cadena Ser la noticia de que había un suicida islamista en los trenes y de conocer que se habían producido algunas detenciones en Lavapiés relacionadas con islamistas, comenzó a comentar que él conocía a unos moros y que le daba en la nariz que podían tener alguna relación con lo sucedido. Mowgli le había hecho una extraña llamada a principios de marzo para despedirse y decirle que si no se veían en la tierra se verían en el cielo.

El viernes había traído ropa a casa de su madre. Fue precisamente ésta la que le dijo que si creía tener algún dato y tenía un amigo policía lo mejor que podía hacer era comentárselo. Tuvo que insistir mucho y hasta se enfadaron por ese motivo madre e hijo. Emilio terminó por llamar a Manolón, al día siguiente, para contarle sus sospechas. El hijo se disculpó, más tarde, con su madre por haberle levantado la voz.

El 14 de marzo de 2004, la fecha electoral, Emilio fue a votar con sus padres. Tanto él como su padre votarían, como siempre, al Partido Popular. La madre estaba enfada con los políticos y en el último momento quiso testimonialmente abstenerse y se quedó en el coche esperando a que su marido y su hijo votaran.

José Manuel y Conchita se habían decidido en esas fechas a reformar la casa familiar de Cogollo, donde nació el padre y donde aún vivía la abuela. Las obras estaban apalabradas e iban a comenzar en unos días.

El día de San José, el 19 de marzo, el padre había vuelto de madrugada a casa ya que había tenido que trabajar en el turno de noche.

A las siete de la mañana llegó María, la mujer de Emilio, y le pidió a su suegra que despertara al padre. Les contó que a Emilio lo habían llamado de comisaría y que no había regresado a casa. Lo último que supo es que los policías le habían invitado a cenar en el restaurante Joses.

María y sus suegros se acercaron hasta comisaría y preguntaron por Manolón. Conchita y José Manuel era la primera vez que veían al famoso policía amigo de su hijo. Les recibió con cara compungida y les contó que se lo habían llevado a Madrid. No dejaba de repetirles que él quería a Emilio como a un hijo y que estaba muy preocupado. Se interesó incluso por los medicamentos que tenía que tomar y que no le habían permitido llevar consigo a Madrid.

Para los padres de Emilio comenzó una pesadilla de la que aún no se han despertado. Su hijo se encontraba detenido en Madrid y con la acusación de colaborar directamente en los atentados del 11-M.

Manolón les dio un teléfono de Canillas, donde estaba detenido, para que pudieran llamarle. El padre de Emilio cree que ése es el teléfono que encontró la Guardia Civil en casa de su nuera y en el que ponía la anotación Manzano-Canillas. Insiste en que parte de los policías que vinieron a Avilés a interrogar a su hijo pertenecían a la Policía Científica.

Llamaron a ese teléfono y allí les dijeron que Emilio estaba incomunicado y que, por tanto, no podían hablar con él.

PRESION PERIODISTICA

Tres días más tarde, con el estupor aún en el cuerpo, recibieron la llamada de su abogado para comunicarles que contrariamente a lo que le habían dicho en Madrid en un principio, Emilio no sería presentado ante el juez de la Audiencia Nacional el miércoles 24, como estaba previsto, sino ese mismo lunes. Por algún motivo se precipitaba su declaración ante el juez.

Se ofreció para viajar con ellos en avión inmediatamente. En la Audiencia se encontraron con un muro de silencio y con 2.000 periodistas, «un enjambre», según la madre, que buscaban información. Suárez Trashorras estaba aislado y ni siquiera les dijeron a qué prisión lo iban a llevar después de la declaración ante el juez. Tampoco permitieron que lo viera su abogado.

Se presentaron en Soto del Real, pero nadie sabía allí nada de su hijo. Más tarde les comunicaron que estaba en Alcalá Meco.

Los días siguientes fueron para ellos un auténtico caos. Los periódicos publicaban la foto de su hijo historias dispares en relación con su participación en los atentados.

Nadie les daba ninguna noticia concreta, hasta el punto que viajaron hasta Soto del Real porque les dijeron que Emilio estaba allí pero no era cierto. Su mayor preocupación eran las medicinas que su hijo tenía que tomar por su esquizofrenia. El psiquiatra de Emilio estaba ausente de su consulta porque se casaba una hija suya. Consiguieron por fin las recetas adecuadas y las medicinas y las enviaron a Madrid.

Desde entonces no han faltado a los encuentros con su hijo a través de un cristal o en los vis-à-vis que les permiten. El primer encuentro con su madre fue dramático. Emilio le gritaba a través del cristal que lo habían secuestrado y que todo había sido por culpa de ella, por haberle insistido en que llamara a Manolón.

Luego las cosas se serenaron poco a poco. Emilio, aislado en su módulo, ha encontrado cierta paz. La ayuda de sus padres ha sido fundamental para su estabilidad.

El padre de Emilio se quiso poner en contacto con el juez Del Olmo para contarle un dato que le parece esencial. Poco después del 11-M vio a Toro, Iván Granados y El Gitanillo reunidos en una cafetería de Avilés con dos hombres trajeados. Poco después comenzaron las declaraciones coincidentes de El Gitanillo e Iván Granados contra Emilio. El juez le contestó que en lo sucesivo se dirigiera a él a través de un procurador.

La declaración de El Gitanillo -aceptada como buena en sentencia firme- involucró directamente a Suárez Trashorras con la entrega de explosivos en Mina Conchita a los marroquíes acusados de la masacre. El 16 de noviembre de 2004 se celebró el juicio contra el menor, que apenas duró media hora. Su defensor aceptó la propuesta de la fiscal, Blanca Rodríguez, que rebajó de ocho a seis años su petición inicial de régimen cerrado. De ese modo, El Gitanillo no ingresará nunca en un centro penitenciario para adultos. La sentencia fue, pues, de seis años de régimen cerrado y cinco de libertad vigilada. En el año 2007, cuando haya cumplido la mitad de su pena, el juez de menores de la Audiencia podrá revisar la situación y decidir sobre su puesta en libertad.

Iván Granados, imputado también en la causa, declaró que Trashorras robaba explosivos de la mina y que había organizado varios viajes a Madrid con ellos en autobuses de línea.

SIN PRUEBA MATERIAL

La primera declaración de Trashorras ante el juez, en la que reconoció que había visto los explosivos en el coche de Jamal Ahmidan en la noche del 28 de febrero de 2004, fue definitiva. Emilio asegura que estaba convencido de que había llegado a un pacto con la Policía y con el juez, que era testigo protegido y que no iba a haber cargos contra él. Lo más que iba a estar en prisión era un mes.

Al margen de la declaración de El Gitanillo y de Iván Granados nunca pudieron encontrar contra él una prueba material. Efectivos de la Guardia Civil buscaron inútilmente explosivos y drogas en el trastero que tenía Trashorras en el edificio de su anterior domicilio, en la Travesía de la Vidriera. Después de cinco horas de registro, de rascar las paredes y de cambiar varias veces a los perros detectores, llegaron a la conclusión, delante del propio padre de Emilio, de que allí ni había explosivos ni los había habido nunca.

Cuando Suárez Trashorras se dio cuenta de que no se iba a cumplir el pacto con la Policía cambió su declaración ante el juez Del Olmo. Dijo que nunca había visto esos explosivos en poder de Jamal Ahmidan y que todo lo que había dicho era lo que la Policía le dijo que contara. Trató de refutar la declaración de El Gitanillo e Iván Granados con nuevos datos. Pero ya nadie le hizo caso.

Después de dos años se siente como el gran chivo expiatorio y, ante una posible condena que puede sobrepasar 3.000 años de cárcel, ya no tiene miedo. Quiere romper su silencio para desenmascarar a los que considera que le utilizaron y le engañaron.

 © Mundinteractivos, S.A.