LOS AGUJEROS NEGROS DEL 11-M (XXXIV). Ha sabido guardar el secreto durante los últimos dos años. Francisco Javier Lavandera denunció a la Policía y a la Guardia Civil, en 2001, que Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras ofrecían a la venta grandes cantidades de explosivos. También buscaban a alguien que supiera fabricar bombas con móviles. A pesar de todo, la trama asturiana siguió adelante con sus actividades delictivas. Nadie supo poner coto a una carrera de delitos que, según el sumario del 11-M, fue clave para cometer los atentados. Pero Lavandera había denunciado más cosas que han permanecido hasta ahora ocultas. Recibió todo tipo de presiones para que se callara. Su mujer se ahogó en extrañas circunstancias en la playa de Gijón. Este verano, le dispararon cinco tiros poco antes de matar a sus animales. Lavandera ha escrito un libro, «A tumba abierta», en el que cuenta, al fin, todos los secretos.
El nombre de Francisco Javier Lavandera saltó a los medios de comunicación ocho meses después del 11-M. En una cinta magnetofónica, encontrada casualmente en el cuartelillo de la Guardia Civil de la localidad asturiana de Cancienes, se escuchaba su voz con claridad. Su interlocutor era un agente de Información de la Benemérita que le había grabado esa conversación sin que él se diera cuenta.
La cinta había dormido, en un cajón, durante tres años. La grabación se había producido en el verano de 2001. Lo sorprendente, lo que dejó a todos boquiabiertos, es que en su contenido quedaba claro que ya en esa fecha Lavandera estaba denunciando ante las Fuerzas del Orden una trama de delincuentes asturianos que pretendían vender grandes cantidades de explosivos. Pero lo más inaudito es que los individuos pertenecientes a esa banda, Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras entre otros, querían, siempre según la versión que denunciaba Lavandera, comprar los servicios de alguien que pudiera fabricar bombas con teléfonos móviles.
Han corrido ríos de tinta, con todos los matices imaginables, sobre el contenido de la cinta, la relación de Toro y Trashorras con los atentados del 11-M y la posibilidad que tuvieron las Fuerzas de Seguridad de haberlos evitado, una vez que conocieron la denuncia de Lavandera.
Pero el destino tiene vericuetos crueles. En lugar de convertirse el denunciante en un héroe, en el hombre que intentó evitar los atentados aún a riesgo de su vida, Lavandera fue vapuleado por los medios de comunicación que le asignaron un alias inexistente y lo convirtieron en un delincuente más, aunque no tenía antecedentes penales de ningún tipo.
TESTIMONIO CLAVE
Su testimonio, en la Comisión del Congreso sobre el 11-M, hubiera sido clave para dar un vuelco completo a la investigación. Pero la denuncia de Lavandera fue desprestigiada deliberadamente, después de varios intentos infructuosos de hacer creer, al juez y a la opinión pública, que ni siquiera había existido.
El agente de Información que grabó esa conversación, Jesús Campillo, tuvo el valor de enfrentarse a sus jefes y certificó que Lavandera no sólo había denunciado la trama asturiana de los explosivos sino que se ofreció para hacer de gancho si eso facilitaba la detención de los delincuentes.
La semana pasada pudimos escuchar de labios de Emilio Suárez Trashorras su versión de los hechos. Se desvinculó de la posesión y del tráfico de explosivos, pero reconoció que todas sus actividades en torno a los marroquíes -acusados en la versión oficial de ser autores de la matanza- estaban monitorizadas, controladas y dirigidas por el inspector encargado de la lucha antidroga de la comisaría de Avilés, Manuel García Rodríguez, alias Manolón.
Es evidente que en la llamada trama asturiana hay todavía muchos puntos oscuros. Desde el principio, intuimos que en la versión de los hechos que había dado Francisco Javier Lavandera faltaban algunos datos claves. Las amenazas constantes, materializadas este verano con un atentado en el que le dispararon cinco tiros, tenían que estar motivadas por una razón de peso muy superior a lo que se había revelado.
Lavandera ha vencido por fin su propio miedo. Se ha dado cuenta de que la mejor manera de protegerse es contándolo todo. Por eso se ha decidido a escribir todos los detalles de aquella denuncia que tan graves repercusiones tuvo para su vida. Sus revelaciones se han convertido en un libro clarificador: A tumba abierta, que se pondrá a la venta este martes.
El salto que ha dado ahora ya es irreversible. Los detalles que aporta servirán para ahondar en la investigación del 11-M y abrirán vías muy inquietantes.
SOBRESALTOS
Está claro que, a pesar de su amor por los animales, no es San Francisco de Asís. La lectura de A tumba abierta no sería, por tanto, la más recomendable para llenar el silencio que se imponen algunas monjas , en su convento, durante la comida. Tampoco es un libro para pusilánimes, ni para los que presumen de reconocer a ojos cerrados la diferencia entre el bien y el mal. Se trata de una autobiografía sin censura. El autor ha querido abrir al público su alma sin dejar cerrado ninguno de los armarios del cuarto oscuro.
Leer sus revelaciones supondrá para muchos adentrarse en ambientes desconocidos, callejear por rincones de nuestra sociedad a los que nunca les da la luz. La vida de Francisco Javier Lavandera -acaba de cumplir 42 años- es un fresco salvaje, una pintura ácida en la que abundan los rojos chillones de la sangre, los verdes fluorescentes de los tugurios y los amarillos rancios de las pasiones humanas. Se necesita coraje para no volver la cabeza en algunos pasajes.
No hay capítulo sin sobresalto. Lavandera cuenta las primeras visitas a la prisión para recoger los regalos de Reyes de manos de un padre torturado y encarcelado por defender con honestidad sus ideales comunistas. O la aventura de buscar en los bosques, agarrado a su mano, a los fugados, para entregarles los alimentos arrancados al magro sueldo familiar.
PALIZAS INFANTILES
Tuvo que soportar las palizas de profesores sádicos en un colegio religioso de niños bien. En la adolescencia, adoptó la cresta punki, cuando tiraba de aquella correa atada a un collar de perro colocado en el cuello de su novia. Describe los ojos opacos, en su jaula del manicomio, de aquella tía a la que unos falangistas de retaguardia habían vuelto loca de tanto violarla. Y los coqueteos con los cachorros de fascistas y sus juegos macabros.
Aguantó cinco largos años en la unidad de élite más dura del Ejército en la que eran obligados a caminar 50 kilómetros aun con un tobillo averiado, o lanzados a la nieve, en calzoncillos, desde un tercer piso.
Describe su soledad absoluta, en aquella noche negra del bosque en la que cargó su arma para pegarse un tiro. Los sesos de aquel veterano esparcidos por las paredes del recinto de su compañía.Los entrenamientos posteriores en las fincas de los ricos para ese Golpe que nunca llegó.
Vivió en directo el horror de las matanzas en Africa cuando un mal consejo le hizo enrolarse como mercenario. Pudo comprobar, allí, en el corazón de las tinieblas, la fragilidad del ser humano, su propensión a la crueldad, su falta de piedad.
SERVICIOS PRESTADOS
Y aquel niño tirado en la cuneta. Un cadáver maloliente con la barriga hinchada y las costillas marcadas. Y las moscas, que depositaban sus huevos en el interior de su boca, saliendo y entrando dispuestas a atracarse con aquel festín. Con los ojos aún abiertos, y que a Fran, así es como le llaman a Lavandera sus amigos, le pareció que le miraban, desde el otro mundo, sin rencor. Hasta que se dio cuenta de que el niño se movía y de que, por tanto, aquel cadáver aún estaba vivo.
Regresó a casa, ileso, en medio de un vacío que ya nada podría llenar. Ni siquiera el duro trabajo en las entrañas de una mina en la que parecían moverse las paredes cubiertas por millones de cucarachas. Participó en las trampas de unos trabajadores recios que para librarse de una huelga le pedían que les cortara un dedo con su hacha afilada.
NARICES ROTAS
Y las mujeres. Rubias, morenas, altas, bajitas, filipinas, dominicanas, colombianas, rumanas, húngaras, brasileñas, españolas. «Más de cien». Y la etapa final en un antro nocturno, donde la ley del más decidido marcaba las pautas de conducta. Narices rotas, cuellos dislocados, orejas arrancadas. La labor cotidiana de un portero, un vigilante de seguridad, que trataba de mantener su empleo en un mundo mafioso donde se traficaba con menores, con drogas, con armas.
Describe el universo de las lumis, las prostitutas, visto desde el otro lado del espejo. Pormenorizado en su vida cotidiana más íntima, con sus necesidades, sus ilusiones, sus vicios y virtudes.Un mundo representado por un club de las afueras de Gijón: El Horóscopo. El mismo que se haría famoso porque allí fue donde, según Lavandera, Antonio Toro ofreció a la venta una gran cantidad de explosivos en el verano de 2001.
Y ahí es donde entra en el escenario público Lavandera. Para los que aún no conozcan la historia -los que dicen que se pierden con tanta información del 11-M- les resumiré como fueron los hechos.
Un muchacho de Avilés, como tantos otros, se acercó a El Horóscopo con mucho dinero en los bolsillos. Antonio Toro y sus amigos, entre los que se encontraba Emilio Suárez Trashorras -que más tarde llegaría a convertirse en su cuñado- dejaban cada noche una considerable cantidad de efectivo. Y, como suele suceder en estos casos, intimaron con el portero del club, Francisco Javier Lavandera. Su relación fue esporádica y lenta. Sólo a través de muchos fines de semana consiguieron tener cierta confianza.
Toro, una noche, tentó a Lavandera con un cambio de coche. «El tuyo es una mierda y, por muy poco dinero, yo te puedo proporcionar un cochazo más acorde contigo. Tengo un Saab 9000 automático que te iría que ni pintado.» Y así fue como, poco a poco, se creó un clima de camaradería entre ellos.
MILES DE KILOS
Hasta aquella maldita noche en que Toro lanzó su bomba atómica.Lavandera cuenta con todo detalle cómo se le acercó para ofrecerle una gran cantidad de explosivos a la venta. «Miles de kilos a la semana, si hace falta.» Al principio no se lo tomó demasiado en serio hasta que una mañana sus coches se cruzaron cerca del puente que está junto a la comisaría de Policía de Gijón.
Allí fue donde, según Lavandera, Toro le enseñó, abriendo el capó de su coche, más de 50 kilos de dinamita y una gran cantidad de detonadores. Y fue de esa manera como Lavandera se convenció de que aquello iba en serio.
Se sabe que hizo lo que cualquier ciudadano honrado hubiera hecho.Acudir a la Policía para denunciar los hechos. Pero lo que nunca había contado hasta ahora, el secreto que mejor ha guardado en todos estos años, es precisamente la esencia del libro que se pondrá a la venta a partir del martes día 12 de septiembre y cuya prepublicación daremos desde mañana en las páginas de nuestro periódico.
Tras conocer esos secretos, se comprende que haya vivido aterrorizado durante estos dos años. Para salvaguardar su vida y la de los suyos, prefirió callar. No era para menos. Por si olvidaba la amenaza, no han dejado de acosarle desde que se conoció su nombre en la prensa.
Lo más grave le sucedió en el otoño de 2004. Lorena, su mujer, una joven brasileña que trabajaba con serpientes en los espectáculos de streaptease del club y con la que tuvo un hijo, murió ahogada sin que nadie fuera capaz de auxiliarla en la playa, a mediodía, y en pleno centro de Gijón. Las autoridades dijeron en su día que se había hecho todo lo posible por salvarla. Él, sin embargo, está convencido de que la dejaron morir. Un antiguo empleado del club Horóscopo le proporcionó a ella cinco gramos de droga la noche anterior. Se trataba de un hombre, nacido en Bilbao, al que ahora le saldrá el juicio en relación al caso.
Lavandera tuvo que añadir al dolor de la muerte trágica de su mujer la impotencia de no poder disponer de libertad de movimientos para al menos estar, en esas circunstancias, cerca de los suyos.Se encontraba inmerso en un programa de protección de testigos.El juez Del Olmo había considerado que su vida corría un peligro real. Un juez asturiano ya había ordenado que le protegiera la Policía Local de Gijón, tras la publicación en la prensa de la transcripción de la cinta con sus revelaciones a la Guardia Civil. Luego, pasó a estar bajo la protección de los especialistas de la Policía Nacional, que lo mantuvieron viajando por España de incógnito durante seis meses.
CARNÉ FALSO
Le proporcionaron un carné de identidad, expedido el 23 de noviembre de 2004, a nombre de José Ramón Prieto Fernández, natural de la localidad asturiana de Pola de Siero. El domicilio que figura en ese carné es curiosamente: calle Libertad.
Este verano le han retirado ese carné, varios meses después de que perdiera la condición de testigo protegido. La excusa dada por los policías que procedieron a esa retirada fue de lo más peregrina: «El que te lo preparó hizo una chapuza y vamos a quitarlo de en medio para que no se meta en un lío.»
Nada más dejar de ser testigo protegido, recibió en su domicilio un macabro mensaje. Eran las fotos de la autopsia de Lorena.En el sobre, habían escrito una frase escrita a mano con letras mayúsculas: «Para que te acuerdes de tu mujer».
En su teléfono, no ha cesado de recibir llamadas amenazadoras.Han derramado sangre en el portal de su piso. Y ha recibido todo tipo de advertencias verbales.
Este verano la cosa fue a mayores. Cuando llegaba en su vehículo a la pequeña finca donde cuidaba de unos animales, recibió cinco balazos. Su habilidad al volante, su sangre fría y una pistola de nueve milímetros, para la que tiene licencia de tiro olímpico, le salvaron de una muerte cierta.
Un informe de la UCO, la unidad operativa de la Guardia Civil que manda el coronel Hernando, ha puesto en duda su versión de los hechos. En el Ministerio del Interior prefirieron considerar el tema como un ajuste de cuenta sin más entre mafiosillos. Luego, vino el apaleamiento brutal de sus animales. Dispararon contra su perro al que dejaron colgado por el cuello y muerto en la valla de la finca junto a la que sufrió el atentado.
Pero ni los balazos ni las amenazas verbales ni ninguna otra clase de presión han hecho mella en este hombre.
Es ahora cuando está más dispuesto que nunca a contar la verdad.Se siente maltratado por la prensa en general, que le colgó, desde el primer momento, el sambenito de posible delincuente al identificarle con un presunto alias que nunca tuvo: Lavandero.Hasta ahora, no tiene antecedentes penales. Su único delito ha sido denunciar ante la Policía, la Guardia Civil y, más tarde ante los jueces, los hechos delictivos de los que tuvo conocimiento.Afortunadamente para él, su denuncia quedó grabada y nadie podrá alegar ahora que no lo advirtió.
Lavandera aprendió a no fiarse de las Fuerzas de Seguridad. Por eso las denuncias de estos últimos años las ha hecho siempre directamente ante los jueces. Ha tratado de desenmascarar a las tramas mafiosas de venta de drogas, explosivos, armas y trata de blancas que se mueven en los bajos fondos de Gijón.
Lavandera siempre dijo, a quien quería escucharle, que miembros de las Fuerzas del Orden estaban mezcladas con esas mafias y que se lucraban encubriendo los negocios ilícitos de la noche gijonesa.
Al margen de sus denuncias, la vida de Lavandera está plagada de episodios dramáticos muy anteriores al 11-M. Siempre se ha movido en la delgada línea que separa a los ciudadanos normales del abismo en el que cualquier aberración es posible.
Ha tenido que emplear la violencia, demasiadas veces, para sobrevivir en un mundo en el que el lenguaje de la razón tiene muy poco que hacer. Borrachos, drogadictos, delincuentes y prostitutas han sido su incómoda compañía cotidiana.
A tumba abierta, el libro en el que ha reflejado todas sus vivencias, supone bastante más que la confesión de un ser humano individual.Supone un acercamiento a la sociedad periférica española en la última mitad del siglo XX. La represión franquista, los amagos de Golpe de Estado, la rebelión y sumisión de los mineros, la guerra de dos mundos antagónicos, dos concepciones de la sociedad, libradas en el tablero africano, le rebelión estética de la juventud y su ruptura con la sociedad burguesa.
MAFIA Y CORRUPCION
Es difícil adentrarse con más profundidad en el mundo de los clubs de prostitución. Lavandera desgrana todo el mosaico de vejaciones al que tienen que someterse mujeres de decenas de nacionalidades que llegan a España con la esperanza de una vida mejor. Los entresijos de las mafias organizadas y de la corrupción policial se mezclan en las páginas del libro, con historias de amor y desamor, sexo salvaje y sometimientos inaceptables.
De la mano de Lavandera y de su lenguaje realista y descarnado se puede recorrer la vida de cada rincón de un local en el que terminó por fraguarse la trama delincuencial que, según nos han contado, hizo posible que se cometiera el peor atentado de la Historia de España. Su terror, su miedo por él y por su familia, estuvo justificado. Desde mañana, el lector conocerá aquello por lo que le dijeron: «Si lo cuentas te mataremos».
DESDE MAÑANA
Las revelaciones más impactantes del libro