Domingo, 21 de marzo de 2004. Año XV. Número: 5.217.
CRONICA
 
JAMAL "EL DE TANGER"
Llegó a España con 12 años y 18 después aparece como principal implicado en la masacre de Madrid. Por sus manos pasaron los móviles con los que se accionaron las bombas y varios testigos lo han identificado. Jamal, frutero reconvertido en hombre de negocios, es un enigma
ILDEFONSO OLMEDO / JUAN CARLOS DE LA CAL. Tánger (Marruecos) / Madrid

Mohamed Zougam, de 57 años, es un hombre muy religioso. Vive en Tánger, en la zona de Markas Al Halid, que flanquea la carretera que conduce hacia Rabat. A su cuidado están un centro de huérfanos y la mezquita del barrio. Es el portero y, también, el muecín que llama al rezo desde los altavoces del minarete. «Limpio la mezquita y hago la oración cuando no viene el imán», explica en árabe. A lo largo de su vida ha tenido tres mujeres y nueve hijos. El mayor de todos, de 30 años, se llama Jamal Zougam, «Jamal el de Tánger», según lo bautizó en su agenda telefónica el sirio Abu Dahdah (Imad Eddin Barakat Yarkas), el supuesto jefe de Al Qaeda en España, en prisión por orden del juez Garzón desde noviembre de 2001.

A Mohamed le cuesta creer que su hijo, emigrado a Madrid con su madre, dos hermanas pequeñas y un hermanastro mayor cuando apenas tenía 12 años, sea hoy el principal sospechoso (uno de los autores materiales) de los atentados más sangrientos de la Historia de España. «A las malas personas se les nota en la cara», aventura el hombre, desconcertado, con el ánimo de descartar a Jamal. No quiere ni imaginar -como padre lo niega; como buen musulmán no le entra en la cabeza- que aquel primer vástago que le diera Aicha, su primera esposa, el 5 de octubre de 1973, haya podido caer en la tentación de lo que sus más fanáticos correligionarios llaman yihad (guerra santa contra el infiel) y cargara de Goma-2 los trenes de la muerte que asolaron Madrid el 11-M. Lo que sí parece demostrado ya es que por sus manos pasaron los teléfonos móviles que se utilizaron para accionar las cargas explosivas de los cuatro trenes que llegaban a la estación de Atocha.

La mecha de la destrucción, de ser cierta la hipótesis más fuerte que manejan los investigadores, podría haber prendido en Tánger, foco desde hace años del islamismo radical violento. Y serían tangerinos los principales artífices. El jueves, el mismo día en que Zougam padre era localizado por un primer grupo de periodistas españoles, un periódico de Marruecos (Aujourd'hui Le Maroc) ya lo ponía negro sobre blanco bajo su roja cabecera: Tanger: à la croisée des pistes (Tánger, en el punto de mira de las pistas).

En la lista de tangerinos vinculados con el terrorismo islámico Jamal sólo es el último eslabón de una larga cadena. Aunque desde antes incluso del 11-S, su nombre es un eco débil que resuena en la mayor parte de las investigaciones sobre las tramas internacionales, nadie hasta ahora había sabido ver en su vida española -y sus habilidades con los teléfonos móviles- el menor atisbo de su fanatismo. O quizás sí.

EN LA «KASBAH» DE TANGER

Escuchar a los vecinos de la empinada Kasbah tangerina, donde creció Jamal, es igual que perderse por el zoco entre callejuelas.Casi nadie acierta con el dato biográfico preciso. Que si habría trabajado en un taller de hacer zapatos, que si en una tienda...Lo cierto es que sólo tenía 12 años cuando se hizo emigrante.«Su madre es una mujer buena que se fue a España con los hijos pequeños», te cuenta un vecino en casi perfecto español. Otro se brinda a indicarte dónde está el número 18 de la calle Ben Ali, y te lleva hasta la esquina pero sin dejarse ver por los cuatro más que visibles policías secretas que custodian la vivienda cerrada (la mantienen alquilada, dicen que por el equivalente a 40 euros mensuales). A poco más de 20 metros está la mezquita Ben-Jelloun.

Nadie de la familia, al parecer, ha puesto los pies en la casa desde los atentados de Casablanca, ni siquiera en verano, el tiempo de regreso de los emigrados marroquíes. La última estancia de Jamal en su ciudad natal se remonta a abril, semanas antes de los ataques de mayo en Casablanca, Casa de España incluida.Dicen algunos que entonces lucía perilla, que con larga barba nadie le ha visto jamás. Y otros, que en esa casa de la Kasbah nunca convivió con su hermanastro Mohamed Chaoui, 34 años, también detenido en Madrid como otro de los sospechosos por el 11-M.

Verídico sí parece el testimonio del padre de Jamal, Mohamed Zougam. Cuando se casó con Aicha, ella ya era madre de Mohamed Chaoui, fruto de un matrimonio anterior. El hombre, aunque gran parte de sus palabras pretenden exculpar a su vástago, termina admitiendo que Jamal había cambiado en los últimos tiempos. Sitúa la transformación hace unos tres años: «Empezó a estar siempre demasiado concentrado, callado... No se divertía como antes, dejó de ir a la playa, no veía a amigos y pasaba mucho tiempo con nosotros, jugando con sus hermanos... A pesar de que es joven y tiene dinero...».

El silencio ése del que habla el padre, pero con connotaciones integristas religiosas, es el mismo con el que Jamal ha respondido al verse acorralado por la policía española. «Sólo tengo que responder ante Alá», es una de las pocas frases que lograron arrancarle mientras permaneció incomunicado en aplicación de la Ley Antiterrorista. Una vez más, Dios como coartada. Aún resonaba en toda España, y medio mundo, la frase con la que un tal Abu Dujan Al Afgani había reivindicado la masacre: «Vosotros queréis la vida y nosotros queremos la muerte».

Y muerte salpicó también a Tánger, hasta donde llegaron dos de los tres féretros que salieron de Madrid con destino a Marruecos.El de una niña de 13 años (Sanae Ben Salah) y el de un muchacho de 23 (Osama el Amrati).

El padre de Jamal ha rezado estos días por todos ellos. Ora y busca en su memoria una historia ya para siempre dolorosa. Aún así, no puede asumir que su propio hijo sea el rostro del verdugo.«No tiene ninguna relación con el atentado, soy su padre y conozco su carácter. Sé la educación que ha recibido...», dice en un intento de ahuyentar los demonios.

El portero de la mezquita de su barrio es un hombre muy religioso capaz de recordar incluso la fecha exacta en que su hijo estuvo por última vez en Tánger. Fue, dice, el 14 de marzo de 2003 (la policía marroquí tiene registrada su salida de Marruecos, en cambio, en abril, pocas semanas antes de los atentados de Casablanca).También recuerda Mohamed la fecha en que, después de que el matrimonio con la madre de Jamal fracasara, Aicha decidió buscar nuevos horizontes para sus cuatro hijos. Fue en 1985. «Ella quería trabajar fuera de casa para ayudar económicamente, pero a mí no me parecía bien. Cuando tuvo la oportunidad de irse a España, lo hizo. No nos entendíamos bien y decidimos separarnos». La mujer tardó seis meses en conseguir los papeles de residencia y volver por la prole. «El jueves de los atentados de Madrid, ella nos llamó para decirnos que estaban todos bien».

La mochila-bomba que quedó sin explosionar aún no había puesto a la policía en la pista del locutorio Nuevo Siglo, en el que Jamal figura como simple empleado. Los dueños oficiales del negocio son su hermanastro Mohamed Chaoui y el tercer marroquí detenido a los dos días del atentado, el licenciado en Físicas por la Universidad de Tetuán, con estudios de postgrado en la Complutense y forofo del Real Madrid Mohamed Bekkali, también de Tánger).

Lavapiés, principio y fin. Allí creció, hizo negocios, mucha agenda de contactos... y allí se camufló. Aunque su último domicilio quede lejos del barrio multirracial por excelencia. Pero ésa es la parte de historia familiar, cuando la madre llevaba las riendas del grupo y fueron subiendo peldaños de bienestar.

Aicha Achat y sus cuatro hijos fueron los primeros musulmanes que llegaron, hace una docena de años, al barrio de Ascao, una zona obrera donde las haya. La mujer -alta, guapa, con carácter- había dejado un pequeño cuchitril de alquiler en la calle del Amparo (en el barrio de Lavapiés) para instalarse con su prole traída de Marruecos -gracias a la reagrupación familiar contemplada por la primera Ley de Extranjería- en un piso bajo y exterior, con vistas a un jardín, de 60 metros cuadrados en el número 14 de la calle de Sequillo. Los vecinos les acogieron con los brazos abiertos y nunca se arrepintieron de ello. Entonces, todos eran españoles. Hoy, casi la mitad son inmigrantes procedentes de medio mundo.

EL HIJO DE AICHA

Aicha se ganaba la vida limpiando casas. Su hija mayor cuidaba niños mientras que la otra se formaba como administrativa. Mientras, Mohamed y Jamal (todavía adolescente) se buscaban la vida trabajando para algunos comerciantes magrebíes ya sólidamente instalados en el centro de Madrid. Los vecinos de Sequillo hablan de ellos como «una familia unida, impecable, que no veíamos mucho porque siempre trabajaban fuera. Empezaron viviendo de alquiler y luego acabaron comprando la casa a sus antiguos dueños, un matrimonio mayor. Siempre venían a las reuniones de vecinos y jamás dejaron de pagar un recibo ni dieron ningún tipo de problemas. Incluso, una de las hijas hizo de administradora de la comunidad de vecinos cuando les llegó el turno», recuerda Antonio Alonso, actual presidente de la comunidad de vecinos.

A ninguno de sus 23 vecinos le encaja que ese joven alto, guapo, simpático, de tez más blanca de lo habitual en su etnia, de pelo un tanto descuidado y al que oían rezar varias veces al día durante el Ramadán, tenga alguna relación con lo ocurrido el 11-M en Madrid.

Jamal cuajó bien en su antiguo barrio de Lavapiés, lo más parecido que había en la capital a su kasbah tangerina. A través de un compatriota que tenía un puesto de fruta en el mercado de la calle Tribulete -la misma donde tiene su locutorio- comenzó a vender patatas y hortalizas por los comercios. Parece que aprendió el negocio a conciencia y, ya veinteañero, montó el suyo propio, de fruta, en una de las esquinas del barrio.

Con la masiva llegada de inmigrantes a la zona, Jamal quiso apuntar más alto y acabó vendiendo la tienda a un comerciante indio que la regenta todavía. Con el dinero que sacó montó una tienda franquiciada de teléfonos móviles -coincidiendo con el boom de estos aparatos en España- que le permitió meterse a fondo en el mundo de las telecomunicaciones. Pero fue su hermano mayor Mohamed Chaoui el que le animó a sumarse a su propio negocio, en el año 2000.Nuevo Siglo era más amplio y encaraba el porvenir con más posibilidades: un locutorio en la misma calle de Tribulete donde, además, podrían vender y arreglar más teléfonos. Él lo regentaría y su hermano y Mohamed Bakkali, hijo de un vendedor de alfombras acomodado de Tánger, serían los socios capitalistas.

En poco tiempo el locutorio se convirtió en uno de los más conocidos del barrio y de la ciudad. Su capacidad para liberar móviles bloqueados, el buen precio de las conferencias y la simpatía de sus propietarios atrajeron una importante clientela. Entre ellos el mismísimo Eddim Barakat Yarkas, alias Abu Dahdah. El presunto jefe de Al Qaeda en España, que compareció el jueves a petición propia ante el juez Garzón, admitió la relación. Según dice, se limitaba a compartir con el de Tánger algún que otro café desde que tiempo atrás le comprara pepinos y okra (vegetal típico de la cocina árabe) en la tienda de verduras que Jamal regentaba en la misma calle Tribulete. Pero hay más. Existe una grabación telefónica, con fecha de 5 de septiembre de 2001, en la que Zougam anuncia a Abu Dahdah su regreso de un viaje a Marruecos. El sirio quedó en ir a verle.

Entre tanto, el locutorio Nuevo Siglo daba para mucho a Jamal.Los clientes trajeron dinero, y el dinero viajes, y los viajes muchas amistades, algunas de ellas demasiado peligrosas para los investigadores de las redes integristas del mundo. Ahora todas las miradas se vuelven a Tánger: Tanger, à la croisée des piste.

AMISTADES PELIGROSAS

Uno tras otro, muchos de los grandes nombres asociados al terrorismo islámico en el país vecino terminaban confluyendo en el que en otros tiempos fuera enclave más internacional de Marruecos, donde aún se mantiene de pie a duras penas la vieja plaza de toros.Y entre ellos, como un Guadiana, lleva apareciendo años el nombre de Jamal Zougam. A este lado de la orilla era Jamal el de Tánger.

En la abarrotada ciudad, con un millón largo de habitantes, predicó sus belicosos postulados islamistas Mohamed Fizazi, considerado por las autoridades marroquíes gurú de la difusa Salafiya Jihadia.Sus sermones incendiarios fueron silenciados días después de los atentados kamikazes de Casablanca del 16 de mayo pasado (45 muertos, cuatro de ellos españoles). Ahora cumple 30 años de prisión.

Y cadena perpetua tiene el francés Pierre Richard Antoine Robert, un converso al islam que terminó conocido como el emir rubio y sentado ante el tribunal que le condenó tras lo de Casablanca como jefe en Tánger de varias células terroristas de un grupo de Salafiya Yihadiya. Casado con una tangerina, Pierre Antoine dejó atrás su vida en Saint-Etiene (Francia) para dedicarse en la ciudad marroquí a la compraventa de coches usados y algo más...

También Tánger es la ciudad de los hermanos Benyaich: Abdelahh murió en Afganistán; Salah Eddin (Abu Mughen), que perdió un ojo en Bosnia, está preso en Marruecos desde después de lo de Casablanca y Abdelaziz fue detenido en Algeciras el 12 de junio del 2003 (ha sido solicitada su extradición a España). Una infancia compartida en Tánger ha sido la coartada con la que Jamal ha pretendido justificar sus visitas a la cárcel a Abdelaziz Benyaich.

De la admiración por el tuerto Abu Mughen ya quedó constancia en 2001, cuando la Audiencia Nacional ordenó el registro de la casa de Jamal en Madrid. Atendía la petición de un juez galo que seguía el rastro del francés converso David Courtellier, acusado del ametrallamiento del hotel Atlas Asni de Marraquech en 1994 en el que murieron dos turistas españoles. En el registro, además de números de teléfonos comprometedores, a Jamal se le intervino un vídeo con Abu Mughem, su huésped en más de una ocasión, luchando como muyahidin.

EL PREDICADOR

En sus continuas idas a Tánger para ver a su familia, Jamal comenzó a frecuentar la mezquita conocida como «de los belgas» en el barrio de Beni Makada, en los arrabales de la ciudad, el mismo donde nació su madre y donde su hermanastro Chaoui tiene primos sin fin. Allí fue donde había entablado relación con los hermanos Benyaich, en especial con Abu Mughen, en cuya casa conocería a un personaje que acabaría siendo determinante en su vida: Mohamed Fizazi, predicador de aquella mezquita adscrito a la corriente salafista de la que nace el denominado Grupo Islamista de Combatientes Marroquíes (fundado en 1993 por veteranos de la guerra de Afganistán y que tiene a Mohamed Garbuzi, de Londres, como su líder).

A raíz de su detención en Madrid, las pistas internacionales de Jamal empiezan a multiplicarse. Scotland Yard ha confirmado su presencia en las islas en varias ocasiones. También hay informes policiales que apuntan al menos a dos visitas (entre los años 1996 y 2001) al mulá Kremar en Noruega, extremo que ha negado el fundador del grupo Ansar Al Islam (organización relacionada con Al Qaeda que tuvo fuerte presencia en el Kurdistán iraquí).La sombra de Jamal se alarga incluso hasta la cumbre preparatoria de los atentados del 11-S celebrada por Mohamed Atta en Tarragona.Zougam habría vendido teléfonos a hombres claves en la trama.

Siempre los móviles. Ahora son su principal prueba acusatoria.Más incluso que el testimonio de dos pasajeros de los trenes de la muerte que aseguran haberlo visto en los vagones aquella mañana. Jamal compró los 13 móviles de las mochilas-bomba a los dos indios detenidos. En su locutorio (donde ha aparecido un trozo de carcasa del que no llegó a explotar) está la prueba de que además los manipuló. Sus manos, sus móviles...

Con información de Manuel Cerdán

Pies de fotos tituladas

EL PADRE. Mohamed Zougam, padre de Jamal, trabaja en Tánger como portero de una mezquita. Aunque lleva un año sin verle, niega la implicación de su hijo. «A las malas personas se les nota en la cara», ha dicho.

OSAMA, EN TANGER. Entre los asesinados del 11-M hay tres marroquíes.Dos de ellos eran de Tánger: la niña Sanae Ben Sala y Osama El Amrati, de 23 años. En la foto, su familia junto a su tumba.

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