Se quedó corto el poeta cuando escribió aquellos terribles versos que rezan «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón». Tenía disculpa.En aquellos años, con dos Españas sobraba para pulverizar a un pueblo.
Hoy todo se ha complicado. Nos hallamos ante la pluriespañolidad, que dirían los posmodernos. Junto a la España de derechas o la de izquierdas, se agitan miles de nuevas Españas contradictorias, tiernas, crueles o, simplemente, ridículas. La de los que creen saberlo todo, sin saber apenas cuatro cosas, y la de los que, sabiéndolo casi todo, nunca alardean de nada. La de los que hacen de la religión una cuestión política que divide, y la de los que se limitan a rezar en silencio pues, conociendo lo que da de sí la humanidad, depositan sus esperanzas en Dios.
Vean a la España de los opulentos pasear por la misma acera en la que pide limosna la España de los que tienen hambre. Tiemblen ante la España que pega y la que es agredida, la que derrocha junto a la que no puede comprarse un piso, por modesto que sea.La apolítica y la politizada. La que lee y la que no. La que cree en la libertad y la que opina que todo lo que no sea lo de siempre es libertinaje. La del vermú al mediodía y la del brunch los domingos. La del que inventen ellos y la de los científicos solitarios. La que habla idiomas y la que opina que los que han de aprender español son los demás.
Por haber, hay la España que dice ser sólo una, enfrentada a los que niegan que España exista. La España carlista, anarquista, intelectual, analfabeta, castiza, socialista, católica, militar, cosmopolita, monárquica, republicana, desesperada, genial, asesina, víctima, juez y reo. Tantas como gente vive en este pequeño rincón de Europa.
Pero hay una España que aún está por venir. Una España en la que todos puedan sentirse cómodos, piensen como piensen. Incluso los que defiendan democráticamente que no son españoles. Una España donde Dionisio Ridruejo y Rafael García Serrano tomen copas con Federico García Lorca y Miguel Hernández en un envidiable Parnaso. Una España pintada a medias por Picasso y Dalí. Una España dirigida conjuntamente por Luis Escobar y Lluís Pascual.Una España en la cual un niño de Écija sepa quien fue Rafel de Casanovas y uno de Camprodón recite un poema de Luis Rosales.Una España que muchos queremos y nadie nos trae.
Esa España que huye del grito de la víctima y el reguero de odio y dolor que conlleva que las dos Españas se empecinen, como en el cuadro de Goya, en hundirse en el fango hasta las rodillas para abrirse la crisma y suicidarnos a todos a golpe de garrote.
Una España que podría llamarse como quisiera cada uno, con tantos rostros como cupieran en el imaginario colectivo y tantas banderas como colores hay en el arco iris. Una España con un lema de Don Manuel Azaña, que puede ser asumido por toda la gente de bien: paz, piedad, perdón.
Si algún día todas las Españas consiguieran ponerse de acuerdo en ésas tres sencillas y sublimes palabras, podría darse por bien empleada la sangre vertida de los que murieron defendiendo sus ideales por esa España cargada de aciertos y errores, que ha dejado un trazo imborrable en la arena de la Historia. Sería una España tolerante, lúcida, dispuesta a renunciar a sus insignias a cambio de que la abracen todos. La España que necesitamos.