IVAN TUBAU
Tras desearles lo mejor, en este primer día del 2007 con periódicos españoles lo que me pide el cuerpo es hablarles de la espléndida Familia Tipo de Horacio Altuna. Lo haré en Tendències. Los periodistas, incluidos los que firmamos artículos de opinión, somos esclavos de la idea de que periodismo es ante todo -catástrofes naturales aparte- lo que los periodistas dicen que dicen o hacen los políticos, cuando en verdad eso (no se lo digan a nadie) solo interesa a políticos y periodistas.
De modo que José Montilla. De modo que la tercera hora de castellano en las escuelas públicas de Cataluña. Uf, va dir ell, dijo Quim Monzó. Es tan evidente que esa aberración patriótica (disculpen la redundancia) llamada Estatut de Catalunya es una sandez innecesaria, desde su concepción hasta la última letra de su último artículo, que el mero hecho de perder tiempo, tinta, papel o espacio diciéndolo raya en lo sandio. Pero cuando sale un decreto como el de la simpática ministra de Educación, Mercedes Cabrera (que si de algo peca es de pactista), estableciendo en la enseñanza primaria de toda España un mínimo de tres horas de lengua castellana -¡tres horas semanales, dioses!-, se utiliza el necio engendro estatutario como ariete leguleyesco para obstaculizar una decisión sensata aunque insuficiente. Entonces, déjenme decirlo como mi abuelo Martí, n'hi ha per llençar la gorra al foc.
A partir de ahí, evidencias. Es evidente que la sensatez habló por boca de Ernest Maragall: la tercera hora de castellano es una ventaja más que un inconveniente. Es evidente que después Montilla tuvo que tragarse el sapo. Es evidente que sus socios de ERC e ICV-EUiA, tan nacionalistas fanáticos como fundamentalistas religiosos los judíos ultraortodoxos o los suicidas islamistas, le obligaron a inclinar la cerviz y fingirse tonto. Es evidente que sin él ellos no serían. También lo es que sin ellos este aparatchik cuyo catalán es tan penoso como mi inglés, este inmigrante nacido en Andalucía que ha osado seguir llamándose José, como si Montilla no fuese ya demasiado, no habría logrado sentarse sobre su culo, digámoslo ahora a la manera de Montaigne, en el trono de president de Catalunya.
Lo dije antes de la elecciones. Lo mantengo: pese a todo, José Montilla I de Catalunya es el mal menor. El único remedio posible, pese a efectos secundarios indeseables, contra la grave nacionalitis inducida que aqueja a buena parte de los ciudadanos de este país: solo él en la presidencia y los currantes colombianos o ecuatorianos en los peores y peor pagados tajos pueden descatalanizar esta porción del mundo globalizado. Eso sí -repito lo que dije cuando aún no era segura su llegada al trono-, era indispensable que al menos un par de ciudadanos torracollons (han entrado tres) le fueran recordando en el Parlament de dónde viene y hacia dónde conviene que vayamos. Porque ha de ser el presidente de todos.Incluso -y acaso sobre todo- de los que no le hemos votado. Que, por cierto, somos mayoría absoluta.
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