Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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LA VIGENCIA DE UN MAGO / Se publica 'Los años americanos', la segunda parte de la biografía del escritor a cargo de Brian Boyd / Círculo de Lectores inicia la edición de todos sus escritos, con la inclusión del guión inédito de 'Lolita'
Nabokov: la vida convertida en obra maestra
JUAN BONILLA

El negocio del biógrafo es el detalle: su tarea consiste en recopilar el chaparrón de detalles que ha dejado innumerables charcos en el suelo para componer con ellos una laguna, transformar el caos de cualquier vida ya deshilachada en hechos -y que sólo en la percepción, en la memoria del que vivió tenía un sentido uniforme- en un relato coherente, tratando de escapar de las hondas trampas que el propio proceso de redacción tiende al biógrafo.

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Éste, por ejemplo, debe entender todo lo acontecido en el pasado de su personaje a partir de hechos futuros que el biógrafo conoce pero el biografiado en su momento no (así han caído tantos biógrafos de dictadores que veían en la actitud de sus biografiados en la guardería claros avisos de que andando el tiempo aplastarían a un país entero).

Borges le dijo a Bioy -y Bioy consignó en su tocho sobre Borges- que la superioridad de la literatura anglosajona sobre la española radicaba en el hecho de que en la primera los escritores nos parecían reales y verdaderos, mientras que resultaba imposible considerar así a Calderón o Juan de la Cruz: según eso la superioridad de la literatura anglosajona sobre la española no había que buscarla en el hecho de que la primera produjera Hamlet o el Rey Lear o Doctor Fausto y la segunda sólo el Lazarillo o el Quijote -pongo ejemplos para que calibren, sin nacionalismo, las dos caras de la estupidez borgiana- sino en el hecho de que los anglosajones habían tenido la suerte de tener a Boswell y a una interminable saga de grandes biógrafos, y los españoles no pasaron de Gregorio Mayans.

No parece exagerado estar de acuerdo en el hecho de que la biografía, con ser un género ancilar, parasitario, ha producido en la literatura anglosajona inapelables obras maestras. Todavía las produce. En unos meses estará en las librerías el gran libro sobre Melville de Andrew Delbanco. Ahora la editorial Anagrama publica al fin el segundo tomo de la biografía de Vladimir Nabokov realizada por Brian Boyd.

Si el negocio del biógrafo es el detalle, y el eslogan principal que Nabokov vendía en sus clases era «amad los detalles», parece evidente que una biografía del gran autor de Ada o el ardor tenía que ser de alguna manera un catálogo de esos detalles con los que construyó una de las más impresionantes, divertidas y memorables obras literarias del siglo XX.

El propio Nabokov confesó a uno de sus entrevistadores, que terminaban siendo, como personajes suyos, galeotes que tenían que preguntarle lo que él les había escrito: «Más que biografía, lo que yo tengo es una bibliografía». Exageraba, como hacía a menudo. Basta un repaso acelerado a su biografía para dar cuenta de una existencia llena de episodios excepcionales.

Hijo de una familia rica de San Petersburgo -su padre era un liberal cuya casa era una especie de centro cultural muy productivo-, la Revolución rusa lo empujó a un exilio en el que muchas veces rozaría la indigencia, y en el que el destino parecía haber elegido para él una incomoda posición de escritor para exiliados rusos en París y Berlín: es decir, un escritor al que, su público, irremediablemente, habría de imponerle el tono y alcance de sus obras.

Pero Nabokov sorteó todas las inclemencias a las que las circunstancias le obligaban, y sin perder nunca el optimismo, la capacidad para maravillarse y para, de forma casi milagrosa, convertir sus anhelos y añoranzas del paraíso perdido en una cabalgata de prodigios, convirtió la realidad en una honda caja de juegos llena de monstruos agraciados, de desgraciados tiernos, de entrañables fantasmas perdidos en la vastedad de la conciencia, levantando una obra narrativa en la que apenas hay página en la que no quepa un latigazo de poesía auténtica, un detalle admirable, una observación conmovedora.

Siguiendo las lecciones de los grandes maestros del género, que enseñan que lo esencial de la vida de un escritor es su obra, y hay que apañárselas para trenzar el relato de una vida como si fuera consecuencia de esa obra -que es la que empuja a que se redacte una biografía, y no al revés-, Brian Boyd siguió los pasos en el tiempo de Vladimir Nabokov como un eficaz detective que nunca pierde de vista que, aunque su tarea consiste en descubrir cómo ha hecho su víctima lo que ha hecho, lo verdaderamente esencial son las pruebas que nos han quedado: sus obras.

Por eso son especialmente sustanciales los capítulos dedicados a examinar las Pruebas concluyentes -que fue el primer título de las memorias de Nabokov- que nos dejó Nabokov. Boyd narra en la inevitablemente más emocionante Los años rusos la pérdida de cetro paradisiaco que fue la infancia de Nabokov, la expulsión del edén sin perder la sonrisa, la pobreza en Berlín donde tuvo que ganarse la vida dando clases de boxeo o tenis o francés, la aparición de Vera, y de nuevo la huida ante el avance glotón del nazismo.

El biógrafo ya colocaba la obra en ruso de Nabokov bajo su lámpara de crítico minucioso e inteligentísimo, excepcionalmente dotado para describir los colores inigualables de las alas de las mariposas que inventaba Nabokov.

Ahora en Los años americanos, Boyd se centra en la llegada a América; la sucesión de pequeños puestos de profesor; los titubeantes inicios en otra lengua («mi gran tragedia es haber perdido mi idioma») que derivarán en un gran maestro del inglés; el éxito de la polémica Lolita; la vuelta a Europa, a la neutral Suiza; la sucesión de obras maestras de la narración arriesgada que dando fin al movimiento moderno inauguraba la posmodernidad: Pálido fuego, Ada o el ardor. La entrega vuelve a demostrar que si había alguien capaz de convertir la biografía fabulosa, la bibliografía incomparable de un auténtico genio, ése era él.

Que alguien que produjo tantas obras maestras como Nabokov, vuelva a producir una obra maestra prestando la que fue su vida -como sustancia de la que se irguió su obra- para un libro tan apasionante como el de Boyd, no deja de ser un acto de justicia. A pesar de innumerables calamidades, Nabokov estuvo especialmente dotado para detectar -y hasta inventarse- la pura felicidad allí donde otros no veían más que rutina y pesadumbre.

Su capacidad para la burla y la exquisita crueldad, se compensaban siempre con su capacidad para la ternura emotiva -sin descender a la cursilería- y la auténtica poesía.

Era un mago. Y la biografía de Brian Boyd, que no escatima esfuerzos en mostrarnos al hombre, con sus gestos soberbios, sus poses olímpicas, su absoluta fe en sí mismo y en su capacidad para llegar donde los otros no, es especialmente dichosa en el examen de todo el arsenal de grandes trucos que el gran mago utilizaba para que sus lectores siguiésemos preguntando ¿cómo lo ha hecho?, a sabiendas de que no importa tanto que averigüemos dónde estaba el truco como el hecho milagroso de haber asistido a un acto -muchos actos- de magia verdadera.


Todos los textos del autor, reunidos

Con la publicación de las novelas escritas por Nabokov entre los años 1941 y 1957, se presenta estos días el primero de los nueve volúmenes de que constan las 'Obras completas' de Nabokov.

Es la editorial Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores la que ha hecho un esfuerzo sin precedentes al lograr reunir todo el material inédito en español, especialmente correspondencia y obras teatrales, además de alguna narración y textos misceláneos, como ensayos literarios y escritos sobre lepidopterología.

El volumen que ahora se presenta, que corresponde al tercero de la serie, ofrece una traducción nueva de 'Barra siniestra', a cargo de Vicente Campos, y el guión inédito de 'Lolita', que Kubrick encargó a Nabokov aunque nunca fue utilizado, un texto que ha sido traducido, como la novela homónima, por Francesc Roca.

Cada volumen de las 'Obras completas' está prologado por un autor de prestigio. En el caso de este tomo, por Juan Bonilla. Y además del guión de 'Lolita', el volumen contiene 'La verdadera vida de Sebastian Kinight', 'Barra siniestra', 'Lolita' y 'Pnin'.

La edición general de Nabokov, uno de los autores más influyentes del siglo XX, corre a cargo de Antoni Munné.

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