Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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Perfección, arrojo y delicadeza bajo la batuta de Zubin Mehta
Una pieza de Hellmesberger rompió el monopolio de los Strauss en el Concierto de Año Nuevo
MONICA FOKKELMAN. Especial para EL MUNDO

VIENA.- Nada más escucharse el primer vals Flattergeister entonado ayer por primera vez en un concierto de Año Nuevo, ya se supo cómo iba a ser la mañana que Zubin Mehta y la Filarmónica de Viena brindaron a millones de espectadores. La más pura perfección vienesa mezclada con el arrojo, el entusiasmo y la delicadeza.

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Tres cualidades que se dejaron notar según las necesidades de cada una de las obras interpretadas, junto con la inconfundible práctica del maestro indio, quien en ocasiones rayó en lo rutinario en su cuarta comparecencia desde que dirigiera por primera vez el legendario concierto de Año Nuevo en 1990.

Zubin Mehta demostró que tiene media alma vienesa y eso se vio sobre todo en la obra de Johann Strauss padre Erinnerungen an Ernst, en la que los filarmónicos lucieron su virtuosismo musical.

Escuchar a la Filarmónica de Viena, valorada por la prensa europea como la mejor orquesta de nuestro continente, en un concierto de Año Nuevo siempre es algo ameno, perfecto y extraordinario. Con el esmero habitual fueron elegidas las obras de ayer, y entre las seis novedades que se incluyeron, en esta ocasión destacó la frágil Elfenreigen, de Josef Hellmesberger, que este año rompió el monopolio de la familia Strauss al querer la orquesta homenajear a su antiguo miembro, cuya muerte tuvo lugar hace 100 años.

Hubo incuestionables momentos de brío en los que Mehta encandiló a más de uno; por ejemplo cuando abordó la polca rápida Sin frenos, del benjamín de la familia, Eduard. Fue ahí cuando el director derrochó su poder de fascinación, cuando tanto su batuta como sus ojos y oídos se fusionaron con la orquesta.

El maestro indio, desprovisto de partitura, no exhibió su forma de entender a los Strauss sino que regaló al público cada una de las peculiaridades del padre Johann, del hijo tocayo, de Josef y de Eduard, respectivamente. De entre todos ellos, Mehta se queda con Josef, en su opinión el más próximo a Schubert.

El carácter ameno del concierto, que se consigue gracias a la agilidad que caracteriza las polcas y valses de los Strauss, lejos de facilitar las cosas impone una férrea disciplina a la hora de coger la batuta. A diferencia de otros años, la orquesta vienesa ha prescindido de temas que giran en torno a la caza o de las típicas interpretaciones celestiales y ha elegido el exquisito vals Delirio, de Josef Strauss, la obertura de la opereta Waldmeister, de su hermano Johann, o el mágico vals Donde florecen los limones, que en un principio se llamó Bella Italia y que a los vieneses les pareció en su día poco patriótico, razón por la que optaron por cambiarle el nombre.

Es quizás ese carácter patriótico -el 85 % de los filarmónicos son austriacos y el 15 restante, aunque proceda en su mayoría de la antigua Europa del Este, ha estudiado en Viena- lo que más celosamente cuida una formación musical que, en esta ocasión, se quedó a medio camino en la interpretación de las polcas Stadt und Land, de Johann Strauss, y Marinero.

Tampoco se percibió como debiera el desgarro del vals Dynamiden, pero a cambio aparecieron los ballets de las dos óperas de Viena luciendo su arte en los jardines del palacio de verano de Hof. El galope Furioso puso punto final a las páginas oficiales de un concierto presenciado por un público entusiasmado y dio paso a los bises que empezaron con la polca Los pies ligeros, de Josef Hellmesberger, seguido del vals El danubio azul y la inevitable Marcha de Radetzky.

Curiosamente, la partitura original del vals El danubio azul, obra encargada a Johann Strauss en 1867 por la Asociación del Coro masculino de Viena, propietaria hoy del preciado documento, podría salir a la venta próximamente en un intento de sanear sus apuros económicos, teniendo en cuenta que esta joya original está valorada entre los 850.000 y 1,1 millones de euros.

Desde hace cuatro años la Filarmónica pone a la venta 500 entradas de las 2.000 que se ofrecen por un sistema de sorteo a través de internet a precios que oscilan entre los 20 y 680 euros para los conciertos del 31/12 y del 1/1 (www.wienerphilharmoniker.at). El plazo previsto es del 2 al 23 de enero y no importa la anticipación con la que se pida las entradas siempre que tenga lugar dentro del plazo establecido.

Teniendo en cuenta que cada año son 39.000 las personas que intentan adquirir una entrada, sea para el ensayo general del 30/12 (aquí el precio es de entre 20 y 380 euros), sea para el concierto de Nochevieja (para estos dos conciertos se admiten varias entradas por petición) o para el de Año Nuevo (sólo se admiten dos entradas por petición y tan sólo se sortean 500), el mercado negro ha convertido este acontecimiento musical en un artículo de lujo. Tres mil euros por barba es lo que la mayoría de los no afortunados por sorteo pagan para uno de los mejores sitios en la Sala Dorada.


Una española en Schönbrunn

Antes del concierto y en círculos poco musicales, que todo hay que decirlo, muchas fueron las dudas acerca de si debía ser una española la que protagonizara el vals más vienés de los que existen en lugar de una primera bailarina austriaca.

Todas las sombras se fueron disipando mientras transcurría la puesta en escena de la bailarina española y ya está claro que a medio planeta se le ha quedado grabada en la retina la dulzura y elegancia de Lucía Lacarra. La joven de 31 años de edad brilló por su profesionalidad y su talento, teniendo en cuenta que ha sido la primera vez que la coreografía del vals El danubio azul se emitía en directo (todas las demás se han grabado hace meses).

Fue junto a su pareja en la vida real y companero de danza, Cyril Pierre, la gran protagonista del vals más esperado, interpretado en la Gran Galería de Schönbrunn, residencia estival durante siglos de los Habsburgo y vistosamente coreografiada por el antiguo bailarín solista de la Opera de Viena Christian Tichy. Mientras la orquesta tocaba en la Sala Dorada de la Musikvereion, Lucia oía el vals por los altavoces en un desafío sin precedentes para la Televisión austriaca.

Tras haber recibido el Premio Nacional de Danza en el 2005 y otros galardones internacionales como el Premio Nijinsky, la bailarina vasca de 31 años vio cumplido ayer su sueño de la infancia.

Otro español cuyo nombre ha sonado estos días es Plácido Domingo. A nadie se le escapa en Viena que uno de sus mayores deseos sería dirigir a la Filarmónica durante el concierto de Año Nuevo. A la pregunta del EL MUNDO de si esto podría llegar a ser realidad, la respuesta de la orquesta fue: «Nosotros elegimos a los maestros con los que tenemos desde hace décadas una relación profesional profunda y constante».

El presidente filarmónico, Clemens Hellsberg, dijo, sin embargo, que la idea no era «del todo absurda». «Este año ya tocamos con Domingo al frente en un concierto celebrado en los jardines de Schönbrunn».

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