JAVIER VILLAN
'Ricardo III'
Autor: William Shakespeare./ Adapatación y dirección: Alex Rigola./ Escenografïa: Bibiana Puigdefábregas:/ Iluminación: María Domench./ Intérpretes: Chantal Aimée, Pere Arquillué, Joan Carreras, Alicia Pérez, Sandra Monclús, Angela Jové, Pere Eugeni Font, Nathalie Labiano, Nortbert Martínez, Joan Raja, Eugeni Roig y Ernest Villegas. Teatro Lliure./ Escenario: Teatro Español.
Calificación: **
MADRID.- Con Ricardo III, tercero en la adaptación de Rigola, cierra el Lliure su ciclo madrileño de diciembre de 2006. El venenoso duque de Gloucester es uno de los más sanguinarios ejemplares del numeroso bestiario shakespeariano. Del Lliure y de Alex Rigola se debe esperar todo lo mejor; aunque ni en European House(Prólogo a un Hamlet sin palabras); ni en Otelo, dirigido por Carlota Subirós, ni en este Ricardo, reconvertido en jefe mafioso de un puticlub, se alcanza el nivel de excelencia a que el Lliure y Rigola están obligados.
Hay, eso sí, una limpia caligrafía escénica en toda la trilogía, más refinada en Hamlet. En Ricardo III permanece la idea central de Shakespeare en torno a la perversidad del poder y la determinación de alcanzarlo sin reparar en crímenes y traiciones. También hay una fidelidad al texto bastante razonable, como la había en Otelo. De existir alguna variación, yo no la percibo de oído y sería necesario un cotejo sobre el papel.
Y es en la confrontación de la fidelidad textual con la transformación histórica del personaje donde se produce un contradiós insuperable. La razón teatral de Rigola no concuerda con la poética de don William; una cosa es lo que se dice y otra, muy distinta, lo que se actúa. Que el monstruo de maldad, el demonio deforme, en vez de un rey inglés sea un mafioso cocainómano no añade nada a la idea de cruento absolutismo que transmite Shakespeare.
Puestos a acercar el personaje a estos tiempos, ahí está el crimen de Estado, las conspiraciones y la corrupción de la vida política española; aquí tenía Rigola un filón de actualizaciones. El contrasentido reside en hablar de un mundo casi medieval con la verbalidad shakespeariana desde una barra de bar con putas y chulánganos en plan colocón. Ésa es la disociación y la distorsión que en vez de acercar a estos días el brutal universo shakespeariano lo aleja y distancia.
Por más que el teatro sea un arte de convenciones aceptadas, suena fatal decirle a alguien «atraviésame el pecho con mi espada», mientras se le entrega una pistola; y también suena fatal anunciar detrás de un mostrador que «el invierno de nuestra desventura se ha cambiado en glorioso estío con este sol de York».
Eso no hay actor que se lo crea, y en el Lliure los hay muy buenos. Tampoco se lo cree el espectador. De lo cual se deduce que el efecto disociación afecta también a los intérpretes. Esa disociación no arregla la idea de cinematografiar -permítaseme el palabro- parte de la acción, recurso que tiene cierto atractivo.
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