Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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AGENDA - 2007
¿Una mujer en el trono francés?
La socialista Ségolène Royal se disputará con el conservador Sarkozy la carrera al Elíseo en los comicios de primavera. Parte como favorita y esto concede a las elecciones un insólito atractivo popular
RUBÉN AMON

Ségolène Royal puede convertirse en la primera mujer de la historia que acceda al trono presidencial de Francia. No va a ponerle fáciles las cosas Nicolas Sarkozy, candidato omnipotente de las filas conservadoras (UMP), pero las expectativas de la aspirante socialista conceden a los comicios de primavera un insólito atractivo popular.

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La primera razón estriba en su condición de mujer carismática.Los franceses se han alejado de la política en beneficio de los líderes marginales (Le Pen) o de la abstención, así que Ségolène Royal significa una oportunidad para destronar los antecedentes fallidos de la falocracia: «Si los hombres lo han hecho mal, démosle la oportunidad a las mujeres», decía el ex ministro Jack Lang en alusión al pujante segolenismo.

Nunca una mujer había competido con opciones al Elíseo. Nunca el Partido Socialista se había creído hasta ahora que la resurrección de las siglas tras el fracaso de Jospin requería un cambio de generación y de imagen. Ségolène responde a ambos requisitos con un enfoque de la política al límite de la popularidad y del populismo. El lema de «mi opinión es la del pueblo francés» subraya una identificación que le permite desenvolverse en un espacio electoral más amplio y heterogéneo. Cuestión de naturaleza: es hija política de Mitterrand e hija biológica de un oficial del Ejército; defiende la familia tradicional y aboga por los matrimonios homosexuales; tiene cuatro hijos pero no ha querido casarse; nació en Dakar y demoniza la inmigración clandestina; es socialista pero critica la conquista de las 35 horas. Sostiene la política social y mira de reojo el liberalismo. En fin, Ségolène, como ha dicho el politólogo John Crowley, se ha convertido en el primer líder francés que camina firme en la era de las posideologías.

Unas y otras razones complican la carrera triunfal que se prometía Nicolas Sarkozy. Le hubiera resultado mucho más fácil deshacerse de cualquier elefante socialista, sobre todo porque el fenómeno Royal abarca un espectro electoral más vasto, y porque maneja su condición de mujer a título victimista como si fuera una coraza de inmunidad.

Para quitársela, el titular de Interior responde a un programa político bastante más complejo y reformista. Empezando por la ruptura con el pasado -Chirac incluido- y «reinventando la República desde cuatro revoluciones pendientes»: la medioambiental, la laboral, la cultural y la educativa. Sarkozy, en efecto, quiere desmontar el paternalismo del Estado, introducir recetas liberales y descomponer la esclerosis del sindicalismo, aunque la mayor parte de sus discursos aluden a la inmigración y a la seguridad porque ambos asuntos preocupan en primer lugar a la ciudadanía.De hecho, Sarkozy considera catastrófica la regularización de Rodríguez Zapatero y no ha tenido reparos en firmar la expulsión inmediata de 23.000 inmigrantes ilegales con hijos matriculados actualmente en los colegios franceses.

Ni siquiera Chirac, aún consciente del poder que le otorgan 12 años de trayectoria presidencial, puede evitar la proyección de su rival. Primero porque Sarkozy tiene entre sus manos el aparato del partido. Y, en segundo lugar, porque los avatares del año pasado -crisis de las periferias, contrato de empleo juvenil- han dejado sin opciones presidenciales a Dominique de Villepin, primer ministro en curso y delfín malogrado en la carrera al Elíseo.

Ahora bien, el jefe del Estado mantiene la incertidumbre sobre su propia candidatura. Dice que sólo necesitaría dos meses para montar la campaña electoral.... y ganarla, aunque Sarkozy quiere resolver el duelo el 14 de enero para evitar que el candidato socialista, proclamado ruidosamente en noviembre, tenga a su favor más tiempo de familiarización con el electorado.


Le Pen, el tercer hombre

Jean-Marie Le Pen se considera capaz de jugarse las presidenciales en la segunda vuelta. Tiene a favor los sondeos de opinión pública -17% en intención de voto-, pero tiene en contra la rivalidad de Nicolas Sarkozy, precisamente porque la mitad de los simpatizantes del Frente Nacional (FN) proclama una buena opinión del ministro del Interior.

Y es que las elecciones de 2007 se disputan con las cartas de la inmigración y la seguridad. Sarko ha sabido manejarlas desde la cartera gubernamental que desempeña, aunque llama la atención que la pujanza del ministro no haya relativizado el peso de Le Pen en el mapa político de Francia. Será porque la extrema derecha conserva un espacio natural bien arraigado. O será porque el Frente Nacional ha evolucionado hacia un proyecto político menos racial y más sofisticado.

Tal como gráficamente ha declarado Marine Le Pen, hija del patriarca y coordinadora de la campaña, las siglas del FN aspiran a convertirse en un «partido normal», es decir, desprovisto del veneno xenófobo y orientado a un electorado que no tenga que avergonzarse de su militancia. El fenómeno explicaría, en parte, el hecho de que Le Pen, rival de Chirac en el segundo turno de 2002, maneje el doble de la intención de voto que los sondeos le concedían hace cinco años. No es que el líder ultraderechista haya ganado terreno. Simplemente ocurre que sus votantes han perdido el miedo a confesar el destino de la papeleta.

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