RAMY WURGAFT
Es posible que los máximos líderes de Hamás y de Al Fatah realmente quieran llegar a un modus vivendi para evitar que los choques de las últimas semanas acaben en una guerra civil con todas las de la ley.
Las vicisitudes de un conflicto armado son imprevisibles: nadie le garantiza a Ismail Haniya que, al disiparse el humo de la batalla, él continúe al frente del movimiento islámico, como tampoco Abu Mazen puede estar seguro de seguir a la cabeza de la organización que Yasir Arafat fundó en 1957. Aún en la calamitosa situación en que se encuentra Palestina, ellos y sus allegados siempre tendrán algo que perder si se desata un conflicto fratricida: las jugosas plusvalías que obtienen de la concesión de obras públicas a sus empresas predilectas, o si hablamos de la burguesía islámica, el control de las sociedades de socorro, financiadas con las generosas regalías de Teherán o de Arabia Saudí.
No es éste el caso de los rangos medios e inferiores de los grupos paramilitares. Para los encapuchados que se matan en las callejuelas de los campamentos de refugiados, la única vía de acceso a los bienes que acaparan sus superiores es la vía armada. Ellos no renunciarán fácilmente a la posibilidad que se les presenta ahora de trepar, a sangre y fuego, hasta la cima. Y bajo ninguna circunstancia estarán dispuestos a deponer las armas o desmovilizarse en aras de la creación de un Ejército regular, como el que sugiere Abu Mazen.
Visto desde afuera, es una locura arriesgar el pellejo por las ruinas a que ha quedado reducida la Franja de Gaza. Pero los protagonistas de las escaramuzas, gerifaltes como Jamal Abu Samhadana de Hamás o Farid Tayeb de Fatah, presumen que de alguna manera Palestina resucitará de sus cenizas y en esto puede que tengan razón. Porque, si los discípulos del extinto jeque Ahmed Yasín se salieran con la suya, Irán no dudaría en financiar con largueza a una nueva república islámica en el patio trasero de Israel.En el caso contrario, si Al Fatah recuperase la hegemonía que tuvo al instaurarse la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el nuevo régimen que implantaría -moderado y prooccidental- se nutriría de las ubres de la Unión Europea y de Estados Unidos.
Para los cuadros militares de Hamás no hay nada más aborrecible que la iniciativa del presidente Abu Mazen de dirimir el pleito mediante la convocatoria de elecciones anticipadas. «Es una forma de ganar tiempo, mientras negocian un pacto con Israel para liquidar a la vanguardia del pueblo palestino», sentencia Gazi Jamad, portavoz islámico.
En cuanto a los actores externos, detrás de sus tímidos llamamientos a la cordura no existe una genuina voluntad de evitar el baño de sangre. Estados Unidos está demasiado hundido en el pantano de Irak como para poder intervenir en otros frentes. La Unión Europea es reacia a gastar recursos diplomáticos en el avispero de Oriente Medio. A Israel le viene de maravilla que los palestinos salden sus cuentas a balazos. Según Nicholas Pelma, analista del británico Grupo Internacional de Crisis (GIC), los odios sectarios en Gaza han llegado a un extremo que el liderazgo formal no puede revertir. «Si las treguas se respetan es por las consideraciones tácticas de los comandantes en el terreno, de dar un respiro a sus hombres y proveerse de armamentos».
El sufrimiento de la población civil es un factor que no pinta en esta ecuación. Como se diría en el lenguaje cinematográfico, el precio que pagan por la demencia de sus líderes es un daño colateral.
Un universitario palestino partidario de Hamas. /A. P.
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