Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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AGENDA - 2007
50 años después, y aún en busca de la Unión
Este año se conmemora el 50º aniversario del Tratado de Roma. Pero tras las celebraciones se ocultan desavenencias y las dificultades de ser 27 socios
MARIA RAMIREZ

El 25 de marzo de 1957, seis gobernantes, con un batallón a las espaldas de ministros, secretarios de Estado y diplomáticos varios, todos muy serios, todos de negro, se sentaron en un palacio del Capitolio de Roma, bajo un fresco de intensos colores, para firmar los Tratados que constituyeron la Comunidad Europea. Sobre sus cabezas, mientras ellos suscribían la paz económica y atómica, con la esperanza de afianzar la política, los trillizos Orazi y los Curiazi, representados en la pintura del siglo XVI, se disputaban una batalla personal para evitar la guerra.

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Según la mitología romana, en el siglo VII antes de Cristo, un sangriento conflicto por la supremacía estaba a punto de estallar entre Roma y su vecina Albalonga, pero sus líderes decidieron evitarlo dejando la suerte de las dos ciudades al resultado de un duelo entre seis hombres. Los Curiazi, de Albalonga, lograron matar a dos de los Orazi, de Roma, pero el romano superviviente fingió que huía hacia casa y, jugando al despiste con sus rivales, acabó con los tres y consiguió la victoria para su ciudad, que comenzó así su expansión hacia el imperio.

En 1957, en la Sala de los Orazi y Curiazi del Palacio de los Conservadores, los líderes de Francia, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo firmaron por una convivencia que se redujera sólo a enfrentamientos entre líderes -el desacuerdo dentro del acuerdo general sería la tónica de los siguientes cincuenta años- y dejara tranquilos a sus países en una Europa herida por dos guerras mundiales. El Tratado de Roma (o, más bien, los Tratados, para la fundación de la Comunidad Económica y de Euroatom) compromete a «una unión todavía más estrecha entre las gentes de Europa» y, aunque en principio sólo establecía la bajada de aranceles, se considera la verdadera semilla de la UE.

Esa sala talismán, donde se ratificó el acuerdo que sólo un año antes, cuando los líderes europeos habían fracasado en la creación de una comunidad de defensa, parecía impensable, fue también escenario del último paso ambicioso de la UE en 2004, cuando se firmó el texto de la Constitución Europea. Sin embargo, esta vez, el Tratado aplaudido entre los Orazi y los Curiazi ha marcado el comienzo de la crisis de los ahora Veintisiete.

Tras el rechazo en referéndum de Francia y Holanda, la Constitución y, sobre todo, la UE se han quedado en el limbo sin saber cómo avanzar. Por una parte, la Unión tiene problemas de funcionamiento por ser una organización cada vez más amplia con 27 seudoministros y estar sujeta al voto por unanimidad (en el último año, el veto ha bloqueado desde las charlas de ampliación hacia Turquía o las negociaciones con Rusia hasta el acercamiento de prisioneros a sus países de origen). De otra, los 18 países que han aprobado la Constitución se sienten obligados a defender el texto y, a la vez, sufren el desprecio de sus intereses por el monopolio francés de la cuestión.

Alemania, el nuevo presidente de turno de la UE y que ha ratificado la Constitución, quiere rebelarse contra el supuesto plan de no hacer nada antes de los comicios de mayo en Francia. En los festejos de cumpleaños, que se celebrarán en Berlín, con una declaración solemne, a los alemanes les gustaría proponer algunas ideas nuevas que saquen a la UE de su parálisis y mejoren su imagen, muy deteriorada en los últimos dos años y medio.

El objetivo es ambicioso, ya que las instituciones europeas y los Estados miembros discuten hasta sobre el logo de celebración.A la Comisión, que convocó un concurso público el año pasado, se le ocurrió escoger un símbolo diseñado por un polaco con la palabra Together (Juntos) en letras coloreadas, semejantes al emblema del buscador Google. Aunque el plan es traducirlo a las 23 lenguas oficiales de la UE, la elección desató inmediatamente la ira de los franceses, que temen por el fin de la francofonía en Europa y se quejan de la opción poco eficaz. Alemania ya ha anunciado que utilizará su propio emblema y que el Together importa poco. «El logo crea un problema. El mensaje de la unidad europea no está ahí, porque cada uno es diferente», protestó la ministra francesa de Asuntos Europeos, Catherine Colonna. Además, los críticos subrayan que la letra r del original utiliza el símbolo de marca registrada, lo que sugiere el aspecto comercial y de simple mercado único que siempre han querido los británicos para la UE. Ante el caos cada vez más habitual, a la canciller Angela Merkel le quedará hacer de astuto Orazi para, tal vez, mientras los demás se distraen con el logo, colar alguna propuesta.

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