FELIPE HERNANDEZ CAVA
Cíclicamente, Europa vuelve su mirada hacia uno de los creadores en los que mejor puede reconocer su identidad: Georges Remi, alias Hergé. Este año se cumple el centenario de su nacimiento en Bruselas, y el arte francés le rendirá un homenaje con la magna exposición dedicada a su personaje Tintín en el Centro Georges Pompidou de París.
Hergé fue hijo de una familia pequeño burguesa en la que, según dice, faltaban libros, intercambio de ideas y manifestaciones de afecto. Esto le llevó a buscar en la ensoñación del dibujo y en el calor de los boy scouts católicos todo aquello que echaba en falta.
Cristiano de hondas convicciones, halló en el sacerdote integrista Norbert Wallez, la figura paterna que estaba buscando. Él fue quien le introdujo en el diario Le Vingtième Siécle y en 1929 publicó en su suplemento juvenil la primera aventura de ese joven e independiente reportero que vivía sin padres. Trataba de un viaje al país de los soviets en el que desenmascaraba lo pernicioso de aquel gobierno totalitario.
Desde las páginas de ese periódico, Tintín y su perro Milú explicaban a los pequeños lectores los valores universales del cristianismo.Todo ello a través de relatos espléndidamente narrados en los que se iba conformando un grafismo plenamente legible.
Tras la invasión nazi de Bélgica encontró su hueco en el diario colaboracionista Le Soir. Aquello, una vez terminada la guerra, y en un contexto de revanchismo, le pasó factura: su condena fue estar tres años sin dibujar.
El semanario Tintin, creado en 1946, le permitiría proseguir -sin olvidar el papel que jugaron sus colaboradores- con su tarea hasta el final de sus días, en 1983: 24 relatos, algunos de ellos redibujados constituyen el corpus central de la obra de quien quiso transmitir a la juventud la importancia de los principios que han regido el mejor humanismo.
Y todo ello a través de una impagable lección estilística de la que está exento todo lo superfluo, haciendo buena la idea de que para contar historias lo menos siempre es más. Y, conviene no olvidarlo, recurriendo a la creación de unos secundarios de auténtico lujo, con el inolvidable capitán Haddock a la cabeza.
|