Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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La 'desaparecida' Mar Azucena
Denuncian a la nieta de una fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo por sacar ilegalmente de España a su hija hacia Argentina abandonando a su pareja en Madrid
PEDRO SIMON

MADRID.- Nadie le muerde ya la cabeza al pato de goma de la bañera. A la cuna de lacitos le ha salido maleza de besos no dados. Los peluches grandes, sin bebé que les saque los ojos, parecen animales disecados.

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Desde que no está Mar Azucena, hay un silencio de sonajero robado en esta casa madrileña de Vía Carpetana. Se dejó de oír el pasado 29 de noviembre, el día aquel en que su madre la arrancó de casa y se la llevó a Argentina. Cuando la cría de 10 meses comenzaba a deletrear el mundo.

-¿Sabes de qué me acuerdo más? Cuando se la llevó, empezaba a decir papá.

Nos lo suelta como puede Rafael C., padre de 27 años, mientras mete la mano en un calcetinito y tiene que bajar la cabeza y calla y carraspea y dice «perdona». La mano en el calcetinito: dice que lo hace a menudo, buscando su piel de talco, y que esa carencia le está «volviendo loco».

Esta es la historia de un delito de sustracción internacional de menores tipificado en el Código Penal; de una mujer que mintió cuando dijo que se iba a Cuenca unos días con el bebé y tomó rumbo a América, de una sillita vacía y de una desmemoria cruel: Alejandra M. de Vicente, la madre que ha dejado sin hija a Rafael, es nieta de Azucena Villaflor, fundadora de las Madres de la Plaza de Mayo y desaparecida para siempre por la sangrienta dictadura argentina. Por levantar la voz buscando al hijo.

Rafael y Alejandra se conocieron hace algo más de año y medio. Ella era su jefa, se gustaron y el mundo era una manzana a la que hincarle el diente. Por entonces él naufragaba con la leucemia de un familiar, la separación de sus padres y un saco de ampollas dentro. Cuenta que Alejandra le escuchaba, que le tiró un flotador de afectos y que él se agarró. Amarraditos llegó la buena noticia de Mar Azucena, la patria que venía de camino. Mar, como el Atlántico. Azucena, como la abuela que se quedó sin hijo. Mar Azucena. A él le sonaba lindo.

Alejandra perdió el trabajo. Se fue a vivir con ellos la hermana, y a Rafael le pareció bien. Llegaron la madre y la tía a instalarse, y a Rafael le pareció bien. Tuvo que pagar los billetes, y a Rafael le pareció bien. También le pareció bien enviarle al padre de ella 2.500 euros a fondo perdido.

¿Volver a Buenos aires?

Mar nació el 18 de febrero y mamá tuvo depresión posparto. Lloraba evocando su país y no soportaba ver nada que le recordara lo que sufrió su abuela. Porque, en eso estaban de acuerdo, no debía de haber nada peor que te quiten al hijo. Volver a Argentina se convirtió entonces en una obsesión, la casa de Madrid era una pecera sin agua y el teléfono ardía.

«¿Nos vamos a mi país, Rafa?», le dijo este verano en la playa. «No podemos así de repente, Alejandra. No tendríamos cómo comer». De allí salió una promesa. Cuando todo estuviera en orden y hubiera trabajo, venderían la casa y se irían. Y allí estaba Rafa el hombre por las noches después de venir del trabajo, mirando en internet una casita en Mar del Plata que estaba bien de precio...

El lienzo de colores que le pintó Rafael al futuro no funcionó. La pequeña crecía, comenzaron las broncas, el «andáte a la mierda» y el tirar los trajes por el suelo. El cuadro en blanco que empezaron juntos era un borrón en negro.

«A veces nos insultábamos, me llegó a dar, sin hacerme daño, con lo que tenía a mano, y al final, me recordaba que, si le daba la gana, me denunciaba por malos tratos aunque no fuera verdad», señala.

Así que amaneció el 29 de noviembre, el día en que Alejandra había dicho que se iba a Cuenca con la cría a ver a su hermano, para darle aire a la relación. Rafael la llevó hasta Atocha. Le había comprado los billetes de tren y todo. Cogió a Mar en las rodillas y la besó. «Tenía pensado ir a verla el fin de semana. Iba a ser una sorpresa». La sorpresa: su hija y su mujer viajaban hacia Buenos Aires.

«No cogía el teléfono. Así que hablé con su padre. Me dijo: 'Ah, ¿no sabés que está viniendo?' No lo creía. Le dije que cómo le sentaría a él que le quitaran a su hija y que la iba a denunciar. Contestó: 'Meté la cabeza en el frizer [nevera]'».

El auto del juez que prohibía «la salida del territorio» por los «indicios delictivos» llegó de madrugada, cuando el avión aterrizaba en Argentina y Rafael parecía un Robinson, solo sin su patria chica de 10 meses, atribulado y taquicárdico entre la comisaría, el juzgado y el aeropuerto. Con el último tacto aquel del calcetín de ositos.

El Código Penal español dice que la sustracción internacional de menores es un delito que conlleva hasta 10 años de inhabilitación para ejercer la patria potestad. La ley argentina habla incluso de prisión. Pero su abogado ya le ha puesto los pies en el suelo: es posible que pasen dos años hasta que la denuncia dé lugar a una sentencia.

Rafael y Alejandra siguen hablando a pesar de todo. Ella le cuenta que allí las paredes son húmedas y que la gente es feliz. Él le contesta que regrese con la cría, y que, si ése es su deseo, mojarán las de casa. «Me dice que la perdone, que me quiere», cuenta Rafael, que se sostiene a base de Orfidal y Metazepam. «Quiero que mi hija no me falte ningún día, no quiero pasar ni un solo día sin verla», nos explica con la mano en el calcetín.

De casa no quiere quitar ningún recuerdo, con lo que parece que Mar Alejandra fuera a salir por algún rincón gateando. Le pasa en más lugares. Por ejemplo, en el coche, donde la sillita de viaje, el trono de la princesa, estuvo ahí anclada hasta el día de la comida de empresa. Los compañeros le animaron a quitarla con la excusa de que no cabían. El hueco ahora duele. Pero antes era peor: cada vez que miraba por el retrovisor, la cría ausente decía «papá». Y le ponía ojos de mayo al mundo.


Nana triste de una bisabuela

P. S.

Decenas de veces le contó Alejandra a Rafael la historia de su abuela, lo que diría de la 'bebita' -su bisnieta- si la hubiera visto, lo que supuso su ejemplo en medio de aquel lodazal de sangre que fue la Argentina rota de Videla. Así suena la nana triste de una bisabuela.

Se llamaba Azucena Villaflor, fue una referencia ética, y decidió enfrentarse a la ominosa Juna Militar armada de un pañuelo que se anudó a la cabeza.

Todo empezó el día aquel en que Azucena esperaba en el Vicariato de la Marina junto a otras madres de desaparecidos. A su hijo Néstor lo habían asesinado los militares y no había rastro de él. Aún entonces había esperanzas. Se irguió con voz fuerte en mitad del salón, denunció que el Gobierno no hacía más que mentirles y propuso salir a la calle a protestar. Fueron 14 las mujeres que, con el dolor anudado al cuello, dieron aquellos primeros pasos memorables en la Plaza de Mayo por el 30 de abril de 1977.

Ocho meses después, a Azucena la 'desaparecieron'. Fue secuestrada en la esquina de su casa por los militares. Se cree que fue asesinada y arrojada al mar.

Dice Rafael que a veces se lo pregunta. ¿Qué le habría dicho Azucena a su nieta -enérgica y tierna como era- de lo que supone arrancarle a alguien un hijo?

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