Pascual García ha trabajado casi toda su vida entre periódicos, pero resulta que ha escrito Carta de ajuste, una novela espléndida, por la que uno está dispuesto a jugarse el tipo y en la que vale la pena creer. El escenario en el que se desarrolla es un bar madrileño y sobre eso se habla en la entrevista pero, me niego a despistarles, eso no es más que una excusa para dar a conocer los intrincados y canallescos designios de la vida. De muchas de nuestras vidas.

Pregunta.- Dentro de 200 años, si alguien quiere saber lo que era un típico bar madrileño tendrá que leerse su libro.

Respuesta.- Dentro de 200 o de menos. De esos bares de parroquia, como yo los llamo, cada vez quedan menos. Quedan sobre todo en los barrios, en las periferias, pero ahora están llenos de ecuatorianos, marroquíes... Otro tipo de gente.

P.- ¿Llegará a desaparecer el cubata?

R.- (Risas) Estoy convencido de que no, porque eso, para determinada marca de refrescos, sería terrible. No pasará nunca, pero no por la ginebra sino por el refresco.

P.- Y las cañas, ¿desaparecerán?

R.- Las bien tiradas, sí. Como desaparecieron hace mucho tiempo los carajillos bien hechos.

P.- ¿Qué es más un bar: un refugio o una válvula de escape?

R.- Puede ser las dos cosas. En la novela digo que para unos es su segunda vivienda y para otros, la primera.

P.- Los bares son muchas veces un confesionario. ¿Los camareros son, por tanto, unos curas laicos?

R.- Estoy seguro de que en mi funeral va a haber unos cuantos camareros. Más que curas (risas).

P.- O sea, que, parafraseando a Cary Grant, ¿cuántos barman dependen de usted?

R.- Ésa es una pregunta a la que no puedo contestar.

P.- Los camareros de Madrid ya no gritan en la barra.

R.- Ésos eran los de hace 20 o 30 años. Ahora es una cosa mucho más fría, porque la gente, como le pagan una mierda, se va a otro lado y no llegas a conocerlos. Con honrosísimas excepciones, el nivel es menor, pero es que ahora no sabes quién va a estar ahí.

P.- ¿Los bares ayudan a mantener unida a la familia o la separan?

R.- Pues yo creo que... Es una buena pregunta (risas).

P.- En todo caso, es evidente que son espacios de tolerancia.

R.- Sí. En esos bares pequeños cada uno dice lo que le sale de las narices. Siempre puede haber un descerebrado, como en todos sitios, pero...

P.- ¿La ministra de Sanidad debería ir de bares?

R.- ¿A ponerse hasta las orejas de humo? Sí, debería ir de bares y no hacernos la vida tan complicada. También Gallardón debería intentar aparcar con su coche en el centro e ir cada dos horas a echarle dos euros a la máquina.

P.- ¿Cuál es el personaje imprescindible en un bar?

R.- Juanito el paseante, ¿no? El Johnny Walker.

P.- ¿Siempre hay un gafe en los bares?

R.- Igual no en todos, pero siempre hay alguien que chirría un poco. Siempre hay un capullo.

P.- ¿El taburete es un castillo o un estandarte?

R.- Es un sofá de tres plazas en el que uno se sienta para ver en el bar los documentales de La 2.

P.- ¿Ha bajado el nivel de los aperitivos y las tapas?

R.- Yo, que soy de Pamplona, he de reconocer que tengo un alto nivel de exigencia al respecto, y la verdad es que no está para echar cohetes, desde luego. La tapa madrileña noooo... ¡bah! Está de capa caída.

P.- ¿Qué sería Madrid sin esta clase de bares?

R.- Sería Pozuelo, ¿no? No sé (risas). O La Moraleja

P.- ¿Es obligatorio discutir con los camareros para que cierren más tarde?

R.- Pues generalmente, sí. Aunque al final habrá una rigidez de horarios y la gente pertinaz no tendrá nada que hacer. Eso está escrito.

P.- Hay un idioma peculiar de los bares.

R.- Sí, tiene muchas coletillas. Y cada bar tiene sus peculiaridades; dichos que conocen los parroquianos y que si los sueltan cuando viene uno nuevo, éste no se entera. Un bar es como La diligencia, de John Ford: seis tíos que se juntan y se cuentan su vida. Una veces durante unos días; otras, durante años.

P.- Los periodistas que retrata en su novela corresponden a la idea clásica que se tenía.

R.- Esos periodistas también están al borde de la extinción.

P.- Como los bares.

R.- Exactamente. Y morirán con ellos. La profesión ha cambiado mucho. Unas veces para bien y otras para menos bien. Antes salían de la redacción y se iban al bar para ver lo que habían hecho ese día. Hoy eso es imposible.

Origen. Pamplona, 1963. Currículo. Licenciado en Periodismo. Trabaja desde hace 17 años en el periódico EL MUNDO. Tiene a gala que la primera vez que se formó el grupo Barricada, él estuvo allí y tocó con ellos. «Luego me echaron por malo, pero yo estuve allí». Aficiones. Cada vez tengo menos. Me encantan muchas cosas, pero lo que más, estar en casa tranquilo. Debilidades. Que mis hijas se metan en mi cama los fines de semana por la mañana. Virtudes. Creo que soy buen amigo de mis amigos. Defectos. Mogollón. El principal es que soy un tío que no disfruta nunca con nada. Siempre espero algo más y por eso vivo en una insatisfacción permanente.