El país más estable de los conflictivos Balcanes, destinación predilecta para los amantes de las montañas y del buen vino, cuna del alfabeto cirílico, patria de grandes cantantes de ópera y de personajes excéntricos como el vanguardista Cristo o el culturólogo Tsvetan Todorov. Así se ve a sí misma Bulgaria al entrar en la Unión Europea.
El país más pobre de la familia de los Veintisiete, un sistema político todavía gravemente afectado por las consecuencias del comunismo, una nación propensa al nihilismo social. Así la ven desde la Unión. La verdad, como siempre, está en el medio. En Bulgaria no ha habido ni referendos, ni campañas mediáticas que informaran a fondo sobre la adhesión a la UE, pero tampoco ha habido resistencias ni alternativas al eurooptimismo.
Los miedos son los típicos de los nuevos miembros: «Los precios se van a disparar» y «en la Europa de los ricos nuestra marginalidad económica se va a institucionalizar».
Las esperanzas son también típicas: desde el libre movimiento de bienes y personas o las inversiones y el consiguiente crecimiento económico hasta una salvación casi milagrosa de la corrupción y la ineficacia administrativa o el alejamiento de la órbita rusa. Dos son los pro más repetidos: la falta de otra opción sensata y la necesidad de reglas claras en un país que ha vivido 17 años de transición.
En las encuestas de los últimos años, el apoyo a la entrada en la UE varía entre el 69% y el 91%. La aceptación búlgara se extiende a todo: el euro, la Constitución o la cautelosa posición de Bruselas hacia la vecina Turquía. «Precisamente el desmedido consenso a la adhesión a la Unión es la mayor debilidad de Bulgaria. El Este tiende a usar la emoción ahí donde el Oeste usaría el pragmatismo», explica a EL MUNDO el politólogo Iván Krástev, director ejecutivo de la Comisión para los Balcanes. Y añade: «El debate sobre la UE nunca se ha producido, por lo que los argumentos a favor y en contra no se han articulado. Como todos los países del ex bloque comunista, Bulgaria relaciona su desconfianza en las propias élites directamente con la confianza en Bruselas y espera que la transparencia y la justicia le lleguen desde allí... Éste es el único sentido en el que Bulgaria puede esconder peligros: no por su posición, sino por sus debates ausentes».
Después del cambio de régimen político y del inicio de la liberalización de la economía en 1989, Bulgaria vivió una época traumática antes de llegar a su actual estabilidad. La deuda nacional y la inflación bajaron. El PIB real aumentó, aún sin llegar a más que un tercio de la media de la UE. La desocupación cayó a un 9-10% (la de Francia es del 9,9%; la de Polonia, del 17,7%).
Mientras la población de Bulgaria disminuía por la emigración masiva de los años 90 -de 8,5 millones a los 7,5 actuales, 2,5 de los cuales jubilados- la capital Sofía dobló el número de sus habitantes a casi dos millones. El país avanzó, pero no consiguió superar con gran éxito varios problemas, como una privatización poco transparente, el importante volumen de la economía sumergida o la dependencia absoluta del gigante energético ruso Gazprom.
De todas formas, los expertos locales ven a la Bulgaria de la segunda década del siglo XXI como a la España de los 90. «En los últimos 10 años el crecimiento de Bulgaria fue superior al de la vieja Europa, ya que partíamos de una base más bien baja. Durante ese tiempo la perspectiva europea sirvió de gran ayuda para nuestro desarrollo económico: en vista de la entrada en la UE, el rating crediticio del país subió, su solvencia empezó a considerarse estable, mejoraron las condiciones para el crecimiento económico», dice el economista Rúmen Avrámov, del Centro de Estrategias Liberales. Según Avrámov, «la división económica que se está imponiendo en Europa es Norte-Sur, la Oeste-Este ya casi no existe. Bulgaria se incorporará como el típico país del Sur, junto a Grecia, Italia, España y Portugal».
Europa es el más lógico camino de desarrollo, creen en Sofía. El lugar de Bulgaria es Europa, pero primero hay que ponerla en cuarentena, creen en Bruselas. Ciertas ideas de ambos lados -la temida invasión de los mercados laborales por trabajadores búlgaros o el sueño del país balcánico de librarse de la burocracia- pronto se revelarán lo que son: una ilusión óptica, debida a la distancia. Otras, más certeras, surgirán en la colaboración. La verdad, sin duda, se encontrará en el medio.