Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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EL FIN DE UN TIRANO / La ceremonia fúnebre
Las bajas de EEUU se elevan a 3.000 casi cuatro años después del inicio de la guerra
Esta cifra aumenta la presión sobre el Gobierno de Bush para que cambie su estrategia en Irak
JULIO VALDEON BLANCO. Especial para EL MUNDO

NUEVA YORK.- Casi cuatro años después del comienzo de la guerra en Irak -marzo de 2003- y tres después de la caída de Sadam, Estados Unidos ha sufrido ya 3.000 bajas. En la actualidad hay 140.000 soldados desplegados en el país, una cifra para algunos insuficiente considerando que Irak tiene 27 millones de habitantes y que sus servicios secretos, Policía y Ejército fueron desintegrados tras la invasión. Mientras la Administración Bush discute sobre la conveniencia de enviar más tropas, las 111 muertes de soldados ocurridas en diciembre de 2006 -el mes más mortífero de los dos últimos años en Irak- incrementan la presión sobre los partidarios de reforzar la presencia militar.

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El muerto número 3.000, según anunció anteayer el Pentágono, fue Dustin R. Donica, un soldado de 22 años nacido en Spring, Tejas, acribillado en una emboscada en Bagdad. Mientras, George W. Bush ha indicado que no se ve todavía el final de la guerra. Se da la circunstancia de que Gerald Ford, al que ayer homenajeó el presidente durante sus funerales, condenó la guerra en Irak y las justificaciones que la apuntalaron en una entrevista no revelada en su día. La voz del ex presidente, criticando a sus antiguos correligionarios (Rumsfeld y Cheney formaron parte de su gabinete), ha recorrido esta semana los canales de noticias, alcanzando los hogares de una nación hastiada.

Muy lejos aún de las 58.209 bajas de Vietnam -guerra que se prolongó desde 1958 hasta 1975-, los 3.000 muertos llevaban al Washington Post a escribir sobre el simbolismo del dato, aportando comentarios como el de Anthony H. Cordesman, del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales. En conversación con Nacy Trejos, del Post, Cordesman afirma que lo que estamos viendo es «a Estados Unidos profundamente implicado en su guerra contra la insurreción, tratando de poner orden a una guerra civil de baja intensidad». En su opinión, la táctica seguida en el país, con un número insuficiente de tropas, determina la actual situación, una constante sangría que ya ha dejado, aparte de los muertos, al menos 22.000 heridos graves entre las tropas estadounidenses, según el Departamento de Estado. Sin embargo el recibimiento que viven estos a su regreso es muy distinto al de quienes sirvieron en Vietnam. El sentimiento antibélico resulta hoy compatible con el reconocimiento de quienes han luchado, impidiendo la repetición de situaciones bochornosas, cuando los veteranos fueron escondidos por unas Administraciones temorosas de que la visión de los heridos dañara su reputación, y despreciados por un sector ciudadano.

«No estamos ganando ni perdiendo», dijo Bush hace unas semanas, lamentando de paso «la pérdida de cada vida» al tiempo que trataba de animar a los suyos, rindiendo tributo a los caídos y subrayando que «el sacrificio no será vano». Justificada o no, periódicos como el New York Times han ofrecido estos días una amplia cobertura sobre los soldados muertos. Su despliegue infográfico, que permite visualizar en su página web los rostros de cada soldado, aporta rasgos, carne y vísceras al frío anonimato de los números. Cada soldado tiene su propia biografía y su tragedia íntima, y el antagonismo hacia la guerra, de la que nadie parece vislumbrar una salida, crece en Estados Unidos. Para John Edwards, senador demócrata que se ha postulado como candidato a las elecciones por la Presidencia de 2008, «EEUU debería iniciar la retirada de sus tropas, en lugar de incrementarlas, en una escalada del conflicto».

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