Martes, 2 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6225.
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EL FIN DE UN TIRANO / La Fiesta del Cordero / TESTIGO DIRECTO / BAGDAD
El último 'oasis' de la capital iraquí
Ajenos a la ejecución de Sadam Husein y a las explosiones, miles de iraquíes festejaron el Eid al Adha en el parque de atracciones de la ciudad
JAVIER ESPINOSA. Enviado especial

Mohamed Ammar se embarcó en el pequeño carricoche junto a tres de los miembros de su familia. El resto del clan, casi una decena, le siguió en el corto periplo. Un recorrido por la oscuridad en la que los visitantes del Túnel del Miedo se ven sorprendidos por figuras como la de la mujer ensangrentada que yace en un sarcófago egipcio o el esqueleto que porta una guadaña. Un inútil intento por suscitar el miedo que no pasa de provocar la risa de personajes como Ammar, de 30 años. «¿Miedo? Esto es una broma con lo que vemos ahí fuera (se refiere a Bagdad). Pero pensamos que era una bonita manera de pasar el día y salir un poco de nuestra depresión perpetua. Nos gustaría ir al campo, al río, pero ¿quién se atreve a pasear en estos días? Aquí al menos tenemos seguridad», explica el iraquí mientras continúa su periplo por el parque de atracciones de Zawra.

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Como Mohamed Ammar, miles de iraquíes confluyeron ayer en Zawra para aprovechar la Fiesta del Sacrificio y disfrutar en este enclave de lo que Adel Suleiman considera que es «el último oasis de paz de Bagdad», intentando obviar las posibles repercusiones de la ejecución de Sadam Husein.

«Sadam no representaba ya a nadie. No le quería ni gran parte de su familia. Tenemos que olvidarnos de él. Nuestros problemas ahora son otros: no hay electricidad, no hay seguridad, no hay gasolina.. en realidad no hay nada. Sólo bomba tras bomba. Por eso la gente viene aquí, porque saben que pueden relajarse y reírse por primera vez en muchos días», explica Suleiman, director del zoo que se encuentra ubicado en el interior de Zawra.

«¿Sadam? Pues está muerto, creo. No venimos a hablar de política sino a montar en los toboganes», asegura Ammar con cierta ironía mientras se escabulle de la pregunta. Ciertamente Zawra semeja ser un ejemplo atípico en medio de un entorno azotado por una devastadora guerra civil. El ingreso en el recinto dista mucho de seguir los cánones normales que podría imaginar un lector occidental. Aquí no se trata de esperar una cola y adquirir un billete. La entrada es gratuita, pero antes hay que superar media docena de controles policiales, alambradas, y cacheos. Jeeps armados con ametralladoras pesadas protegen los accesos.

No se trata de psicosis, sino de la experiencia que les otorgan los incontables atentados suicidas que se han registrado en las inmediaciones. El parque se encuentra situado en pleno centro de la capital iraquí, a un costado de la zona verde que controlan los norteamericanos. «Nunca han atentado directamente contra el parque, pero sí han caído muchos morteros. Disparan contra la zona verde», apunta Adel.

En el interior, la escena es casi surrealista para una villa como Bagdad. Grupos de chavales marchan bailando por las avenidas bajo el sonido de los tambores. Otros se abalanzan sobre los innumerables establecimientos de comida rápida, venta de refrescos, globos y chucherías.

Las atracciones del parque -la típica noria, los caballitos o un enorme barco que se balancea arriba y abajo- están repletas de personas que esperan pacientemente su turno para montar en los aparatos.

«Aquí puedes respirar tranquilo. Sabes que no te van a secuestrar o a matar a tiros. Y además a nadie le importa si eres suní o chií», advierte Mustafa Zaar, un joven de 17 años que disfruta lanzándose por los toboganes.

Sin embargo, los responsables de Zawra admiten que el complejo no vive su era más brillante. Muy lejos queda ya el millón y medio de personas que acudió al zoo en 2001. Fue el último año que los iraquíes pudieron disfrutar del lugar. Después, Sadam Husein decidió renovar las instalaciones -el parque de animales data de 1971- y para ellos se gastó casi medio millón de dólares, unos 425.000 euros. Su reinauguración estaba prevista para abril del 2003.

En esa fecha, los primeros que volvieron a irrumpir en el enclave no fueron los iraquíes sino los tanques estadounidenses. Los militares llegaron a abatir a tiros a dos leones que se habían escapado del zoo. Fue entonces cuando empezó el desbarajuste absoluto.

Los soldados extranjeros obviaron el saqueo de Zawra, que afectó incluso a los animales. Desaparecieron decenas de monos, pájaros y caballos. Un oso se comió parcialmente a tres de los incautos que intentaban llevárselo.

Los uniformados de EEUU se instalaron en el parque, lo que no impidió que continuaran los desmanes. El más sonado fue el que se registró en septiembre de 2003, cuando un soldado ebrio intentó incomodar a un tigre de Bengala con un pincho y éste le arrancó un dedo de un zarpazo. Fiel a su estilo, el militar lo abatió a tiros.

El asunto derivó en disputa legal y guión propio de una película cómica. «Los americanos perdieron el juicio y aceptaron enviar dos tigres como indemnización, pero un grupo de congresistas se opuso porque dijo que Bagdad ¡era muy peligroso para los tigres! Al final nos pagaron 23.000 dólares, unos 19.500 euros», rememora Adel Suleiman.

El zoo, en un instante, acogió a cientos de animales. Hoy son sólo 85, incluidos los leones que heredó el lugar de la camada privada que mantenía Uday Husein.

«Este año no ha venido ni la mitad de los que acudieron en el año 2005», admite Zaid Adel, dueño del Túnel del Miedo. «Es lógico. No se fíe. Esto sólo es un espejismo. Bagdad es un infierno», sentencia Adel Suleiman.

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