PEDRO G. CUARTANGO
La mitología griega narra que Clitemnestra fue tomada por esposa por Agamenón, rey de Micenas y caudillo de los griegos en Troya. Agamenón había matado a Tántalo, esposo de Clitemnestra, y ésta se hizo amante de Egisto durante los 10 años que duró el cerco de Troya. Al regresar Agamenón, Clitemnestra le preparó una trampa para asesinarle. Concretamente, le cortó la cabeza con un hacha cuando se bañaba. Clitemnestra había soñado que daba a luz una serpiente, por lo que se la suele representar con un hacha y un reptil.
¿Se inspiraron los fundadores de ETA en el viejo mito griego a la hora de elegir sus símbolos del hacha y la serpiente? No lo sabemos, pero ciertamente el núcleo de dirigentes nacionalistas que fundó la banda terrorista en 1963, fecha de la I Asamblea, tomó una serie de elementos de la mitología rural vasca como la raza, la lengua, el caserío y símbolos como el hacha y la serpiente.
Ese apego a la tierra, a las tradiciones y a los Fueros pactados con la Corona de Castilla forman el ingrediente esencial del carlismo, del que nace el nacionalismo vasco. El carlismo fue una visión romántica y nostálgica de la tierra vasca que defendía un catolicismo conservador y la monarquía absoluta frente a los valores del liberalismo.
Sabino Arana retoma el carlismo y lo convierte en una ideología nacionalista de la exclusión, creando una identidad vasca que se contrapone a lo español, definido como algo que amenaza esa pureza racial, esa mitología rural y ese idioma originario de los vascos.
ETA surge muchas décadas despúes por dos razones: como reacción a un franquismo que persigue la cultura vasca y como consecuencia del crecimiento demográfico que se produce a partir de los años 50, en los que se registra una gran emigración de mano de obra del resto del Estado hacia Vizcaya y Guipúzcoa. Del año 1950 a 1970, el País Vasco pasa de un millón a casi dos millones de habitantes.
ETA asume ideológicamente esa visión idílica y romántica del carlismo y la funde con el legado político independista de Arana. Y añade un tercer elemento: el recurso a la violencia para imponer esa concepción mítica y rural en un País Vasco industrializado y con un alto nivel de mestizaje humano. ETA formula su proyecto político como algo radicalmente incompatible con la modernidad, que, según el imaginario nacionalista, impide ese despliegue de la identidad vasca, tan ligada al idioma, la tierra y la sangre. Esta es la razón por la que, tras la muerte de Franco, no sólo no se integra en la naciente democracia sino que incrementa sus atentados.
ETA no va a aceptar jamás otra cosa -como sus comunicados dicen siempre- que no sea la rendición del Estado español para construir esa anacrónica Euskadi imaginaria a la que se aferra. Su proyecto es un vestigio del pasado, tal vez el último integrismo étnico-religioso que queda en Europa. Como Clitemnestra, sólo tiene fe en la fuerza del hacha y la astucia de la serpiente. ETA no razona, actúa. Y es que los mitos no son negociables.
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