RAUL DEL POZO
Qué hacer: levantar una fábrica de navajas o insistir en el huerto de las palmas, apremiar el cerco a ETA, extinguirla encarcelando a miles de personas o dejar aún abierta la puerta de la negociación. En la calle ha estallado una protesta ciega y brutal, el jirón ideológico; sería más útil no dejarnos arrastrar por las consignas móviles ni por lo que sermonean los partidos con sus pásalos convirtiendo sus intereses electorales en vocabulario moral.
El presidente Zapatero representa la mayoría de la nación, estaba autorizado por el Parlamento para iniciar las conversaciones. No se le puede echar a gritos. Se ha dado una gran hostia, está pregonado en la calle, especialmente en Madrid, por creer que los de ETA eran como los tahúres de ventaja con los que suele formar mayoría. El presidente imaginó que todo se arreglaría como lo del Estatuto catalán, con altisonancia, preámbulos, panoja y correctores de estilo, sin conocer que junto a esa pandilla de psicópatas hay tipos que no son nacionalistas de presupuesto, sino prendas de pipa que se juegan la vida y matan. A nosotros nos puede parecer aborrecible que haya tipos que crean que se puede lograr una patria matando niños o asesinando a inmigrantes que duermen en los aparcamientos, pero de esa locura participan en el universo miles, dispuestos a levantar a otros la tapa de los sesos.
Zapatero confió en que era posible llegar a un acuerdo con ETA cuando recibió aquella carta de Otegi («Señor presidente: es la hora de los estadistas. Es hora de reconocer a la nación vasca su derecho a decidir. De usted depende que esta posibilidad fructifique o no»). Al final ha resultado que la lógica de los comandos no se basa en el contoneo de los políticos, sino en los actos que ellos consideran de guerra: armisticios, prisioneros, indultos, territorios. Los etarras exigían repatriación y amnistía; el Gobierno no daba ningún paso y le sorprendió el siguiente recado: podemos matar a 500 personas a las nueve de la mañana.
Hay quien considera que ETA estaba acabada con Aznar y que el terrorismo no tiene nada que ver con la guerra. El terrorismo sí que tiene que ver con una pequeña guerra, donde el enemigo puede colarse por todas partes, reclutar en sus batallones de reserva y enloquecer a los sucesivos gobiernos con penas de muertes, estados de excepción, reinserciones, GAL, treguas, conversaciones.
Como en el ligue de los perros, Gobierno y ETA se olieron, movieron la cola, juguetearon; ahora es el Ejecutivo el que sufre la humillación del apareo en la plaza pública. Imaz ha definido la actitud del presidente como voluntarista. Yo no creo que la de Zapatero sea una quimera caprichosa; tal vez le faltó el coraje que tuvo cuando retiró las tropas. Le faltó la imaginación y el corazón de Suárez, aquel otro maniquí que se asomaba con los enemigos en el balcón de Moncloa.
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