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El éxito tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano (John Fitzgerald Kennedy) |
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BULEVAR |
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Propósitos de la enmienda |
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JAVIER GARCIA SANCHEZ
En el fondo, aunque a un nivel casi abismal, enternece el despiporre navideño y la entrada de un nuevo año. Sobre todo porque ahí, más que en ningún otro ámbito de nuestra existencia se ve hasta qué punto somos vertebrados superiores inteligentes (?) de ideas fijas y, paradoja donde las haya, incapaces de cambiar en esencia.Cada Noche Vieja la misma historia, idénticos propósitos de la enmienda de los cuales, acaso, cumplamos una mínima parte, y eso con sobrehumanos esfuerzos y refunfuñando, como Dios manda. Porque, además de ser felices y gozar de buena salud -uno mismo y los suyos-, todos fantaseamos con modificar radicalmente esa serie de cosillas que nos traen a mal traer, más o menos, desde que poseemos uso de razón. Un servidor, como cada maldito enero, dejará de fumar en pipa y se pondrá a hacer deporte como antaño.Iré de tranqui por la vida, vamos, casi zen perdido. Abandonaré de una vez por todas mis expectativas profesionales (¿me equivoco al afirmar que todos, sin excepción, obtenemos por aquello que hacemos bastante, si no mucho menos, de lo que en justicia creemos merecer?), y sin malos rollos. Consumiré una cuarta parte de lo usual (en mi caso, al ser esto sólo música y libros, tampoco es que deba costarme tanto), y unas pocas cosillas más. La cuestión va evolucionando con la edad. En la infancia soñábamos con lo imposible. En la adolescencia, al menos los que recibimos una religión religiosa, con no cometer actos impuros en el nuevo año. De jóvenes, marcha. De mayores, ir tirando.
En el fondo, y ya a un nivel más tangible y realista, uno va dándose cuenta, no sin cierto estupor que se cristaliza año a año, de que se conforma con poquito. Por decirlo claramente: uno se conforma con migajas. A saber: que todo siga igual. ¿Se imaginan a la gente joven brindando en Nochevieja y diciendo tan manida frase? No. Eso se dice a partir de que descubres cómo se las gasta la vida. A mí, por ejemplo, el pasado año se me murió mi mejor amigo de un traidor y fulminante cáncer de hígado, cuando había superado el Vía Crusis de una leucemia con la que litigó como un titán, venciéndola, durante diez durísimos años.Y se fue en plena juventud. Así que uno, en calendas navideñas, en lugar de pedir el oro y el moro (perdón por la expresión coloquial crematístico-racista que acaba de salirme: otro de mis propósitos de la enmienda, no soltar frases hechas cuyo sentido no sólo desconozco, sino que encima me molestan), termina por conformarse pidiendo que nada se mueva, porfi, porfi, que todo siga igual, o sea, que la enfermedad o la muerte no se fijen en nosotros o en los nuestros. Algo ante lo que el resto de contingencias nos pare auténticas y absurdas bagatelas. Pero insisto en que es tierno comprobar cómo la vida va poniéndonos en nuestro sitio, rebajándonos los humos, por así decir. Siempre es buena una cura de humildad. Toquemos madera.
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