ANGEL VIVAS
MADRID.-
«La historia y la memoria tienen relaciones conflictivas. Sobre todo, cuando se trata de un acontecimiento que ha dividido a una sociedad de arriba abajo y cuyas consecuencias han durado décadas». Lo dice el profesor Santos Juliá, que ha coordinado el libro Memoria de la guerra y del franquismo (Taurus), en el que han colaborado, entre otros, Jordi Gracia, Román Gubern, José-Carlos Mainer y Manuel Pérez Ledesma.
«Si se escribe un libro sobre la Guerra Civi, hay que hablar de los dos lados, salvo que se avise en el título de que trata sólo de uno», prosigue Juliá, quien critica el que en ocasiones (y pone el ejemplo de un decreto de la Junta de Andalucía) se llame asesinados a los fusilados en una zona y simples muertos, como si lo fueran de gripe, a los de la otra.
El libro no es, pues, una historia de la guerra y el franquismo, sino un análisis de cómo se recuerdan y se han transmitido esos hechos. Lo primero que niega de raíz Santos Juliá es que haya habido amnesia u olvido voluntario. «Se confunde el que la guerra no se usara como arma arrojadiza durante la Transición con un pacto de silencio. Hubo mucho debate público, como se comprueba rastreando las hemerotecas».
Tampoco está de acuerdo con el término revisionismo aplicado a los recientes trabajos de investigadores ajenos a la universidad. «Su punto central consiste en afirmar la legitimidad del golpe de julio del 36 porque había una revolución en marcha; pero eso no supone una revisión, sino una recuperación de las tesis de Joaquín Arrarás y de policías historiadores como Comín Colomer, y también del discurso del cardenal Gomá».
Los revisionistas
«Lo que hacen los llamados revisionistas», añade Santos Juliá, «es romper el consenso al que se llegó a mediados de los 50, que consistía en afirmar que todo el mundo tuvo su parte de responsabilidad en lo que pasó; por dar el golpe, por no saber evitarlo, por los desórdenes previos o por las disensiones internas».
El problema de la Guerra Civil es el propio carácter polifacético de un conflicto con muchas líneas de fractura: religión, nacionalismo, revolución, fascismo y sus contrarios. Con mucha mezcla, además, porque también eran católicos los nacionalistas vascos que estaban con la República.
Y un ejemplo de los matices que se abordan en el libro es lo que escribe Pérez Ledesma, que no fueron las pasiones desatadas las que provocaron la guerra, sino ésta la que desató unas pasiones latentes. «Decir que las pasiones llevaron a la guerra es eludir el problema de la responsabilidad material», dice Juliá. «Eso lo vieron bien los intelectuales católicos franceses, Maritain, Mauriac, que la guerra empeora lo que pretendía resolver, creando un clima, como ellos decían, de desorden y anarquía. Claro que existían pasiones antes, pero, por sí solas, no habrían llevado a la guerra».
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