La NFL ha comenzado el año de luto, con los ojos rojos y el gesto perplejo, llorando la muerte de una de sus mejores promesas. La crónica del crimen resulta confusa, salpimentada con necrológicas líricas, declaraciones estupefactas y sangre licuefaccionada. Todo se reduce, al cabo, a que una estrella emergente ha fallecido embarrada de plomo, acribillada en el centro de su ciudad. Enumerar los hechos proporciona pocas claves y sobredosis de violencia, mientras las cadenas de televisión, los periódicos y los aficionados colapsan platós y centralitas ofreciendo un último responso por el jugador muerto.
Darrent Williams, cornerback de los Broncos de Denver, se deslizaba de madrugada en una limusina por el centro de su ciudad. A las 02:00 el vehículo donde Williams y dos acompañantes viajaban fue tiroteado desde otro coche. Los compañeros del jugador de fútbol, Brandon Flowers y Nicole Reindl, resultaron heridos. Williams recibió varios disparos en el cuello. A consecuencia de las heridas murió casi en el acto.
«Estamos en un completo estado de shock y sin palabras. Las palabras no sirven de nada, esto es una terrible tragedia», dijo Jim Saccomano, portavoz del equipo. «Es espantoso», comentó a la agancia Reuters Greg Aiello, portavoz de la liga de fútbol profesional. «No conocemos los detalles pero en cualquier caso estamos en contacto con el equipo de los Broncos para ofrecer todo nuestro apoyo».
Derrota.
Horas antes del asesinato el equipo de Williams había perdido por 26 a 23 frente a los San Francisco 49ers, quedando fuera de los playoffs por el título. Un golpe duro para una escuadra que había conocido una temporada vertiginosa. Nadie, hasta ahora, ha sugerido que la derrota esté relacionada con el incidente. Al menos en Estados Unidos no existen muchos precedentes al respecto. Menos aún en Denver, una ciudad enamorada del deporte cuyo tamaño medio, apenas 550.000 habitantes, constituye el armazón de su envidiable prosperidad.
Pocas horas antes de ser tiroteado, Williams había completado una despedida agridulce. Jugó a jirones, como siempre, entorchado de barro, y terminó el partido lesionado. A causa de un golpe tuvo que retirarse antes de tiempo. Según Sonny Jackson, portavoz de la policía de Denver, los agentes peinan la ciudad en busca de un coche blanco, tal vez un Tahoe o un Subaru, en el que podrían viajar los asesinos. Asimismo, investigan una discusión ocurrida a las puertas de un club en el 1037 de Broadway. «Desconocemos las razones de lo que ha sucedido», aseguró Jackson, «sólo que hubo alguna clase de discusión entre dos grupos».
Ésta era la segunda temporada para Williams, de 24 años, en el equipo de Colorado. Proveniente de la Universidad estatal de Oklahoma como segunda elección en el draft, el jugador de 1,70 metros y 85,4 kilogramos había figurado en la alineación titular de su equipo en nueve partidos durante su primer año, algo que ningún novato había logrado desde 1975, consiguiendo cuatro intercepciones en la temporada 2005 y cuatro en 2006.
También había logrado 86 tackles, 75 de ellos en solitario. Junto a Champ Bailey había formado esta temporada uno de los mejores dúos de la liga. Ambos proporcionaban músculo y cerebro a los Broncos. Auguraban tardes de gloria en Denver, una ciudad que lame las faldas de las montañas Rocosas, repleta de edificios históricos y parques superlativos, con cientos de kilómetros de carril bici, algo inaudito en la concepción descuartizada del urbanismo estadounidense posterior a la II Guerra Mundial, restaurantes de tibia hospitalidad y hasta tres estadios deportivos.
Siete de sus equipos juegan en las ligas profesionales, pues a los Broncos se añaden los Colorado Rockies, de béisbol, los Colorado Avalanche, de hockey, los Denver Nuggets, de la NBA, y los Colorado Cruz y los Colorado Rapids, de la liga de fútbol. Desde ayer, junto al National Western, uno de los rodeos más estruendosos de América, su mitología del Oeste y sus fantasmas de la fiebre del oro, Denver cuenta entre sus mitos con un infortunado Darrent Williams.