Este mi nuevo amigo, Urculo, sin duda, tenía el proyecto de traer a Europa todas las conquistas americanas porque lo americano estaba de moda. Mientras Paulino llora a su padre muerto, o le lloraba, sin dejar de proyectar aquella gran exposición, el boxeo se hacía el deporte mundial y a nosotros, en el recreo, nos daban los 400 golpes, como si los niños pobres fuésemos nosotros, y claro que lo éramos.

Esta tarde, mientras golpeo en mi saco solitario, la soledad se va haciendo más grande, el teléfono más frecuente y los amigos más perdidos.

Paulino es una visita que cobra, como las visitas de Mihura, y en esto ha llegado a maestro, porque no se le escapa un minuto de conversación ni un minuto de cronometraje. Argentina no es más que una sucursal de Estados Unidos con los rascacielos todavía poco Van der Rohe porque ya lo dijo Tom Wolfe:

- ¿Quién le teme a la Bauhaus feroz?

Ya digo, estaba yo pegándole al cerebro, como casi todas las tardes, cuando llegó Paulino, y no como las visitas intelectuales, que no anuncian nada. No sé si lo he dicho ya, pero estaba refloreciendo en el Madrid de los 50 el arte de Paulino, la fuerza de Uzcudun y la arquitectura corporal de Paulino. Teníamos reuniones los lunes por la tarde en el Comercial de Castellana, reuniones a las que no acuden nunca las beatas de la Concepción y el barrio de Salamanca. Esta columna boxística podía haber quedado muy bonita y muy dedicada a Urculo, un suponer, pero luego se ha cruzado con otras columnas de las que abarrotan la vida diaria, aquí ya no hay un Dios que se entienda y da lo mismo torero, beatos y deportistas porque salió la Virgen con barba, o sea la Purísima.

Paulino Blanco fue aquel mito argentino de la Argentina de Borges, y gracias a eso están ahí los dos. Argentina no es un país sino una antología de países donde cada uno se gana el cielo como puede y estos hombres, estos grandes amigos se lo ganaban a golpes. El padre de mi actual amigo Paulino Blanco ha sido un hombre de fuerte combate con la vida y las maletas, pero su fuerte intención y su nobleza le han permitido salir adelante, de modo que hoy tiene un presente honrado, un pasado luminoso y un futuro llevado heroicamente.

«Tuve amor y tengo honor. Esto es cuanto que sé de mí». (Calderón de la Barca).

Uno acostumbra a conocer hombres así. El doble exi- lio Europa/España y España/América es lo que ha ido moviendo, a lo largo de los tiempos, toda esta riqueza humana y sentimental que hoy convocamos en el límite esquinero de una columna sin otro afán de gloria hispanoamericana que un barrio lampasado de luces italianas, francesas y mayormente españolas.