Jueves, 4 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6227.
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El medio más fácil para ser engañado es creerse más listo que los demás (François de la Rochefoucauld)
 CATALUNYA
BULEVAR
¿Verdad o mentira?
CARLES SANS

Hace unos días, hechizado por la dulce abulia proporcionada por los mullidos pliegues del sofá desde el que zapeaba sin criterio alguno, me topé con uno de esos programas de tarde, tan dados al cotilleo rosa, amarillo o verde que, aunque digamos lo contrario, todos hemos visto alguna vez. El invitado, o víctima propiciatoria, se presta a ser desollado, metafóricamente hablando, por un grupito de hienas que lo machacan con acusaciones y preguntas, a cual más escandalosa e indiscreta, no dejando ni la piel del personaje en cuestión. Las preguntas son del estilo: «¿Has maltratado alguna vez, física o psicológicamente, a tu pareja?». O también: «¿Sigues siendo virgen?», «¿Fuiste siempre fiel a tu marido?».

Antes, en este tipo de programas y con estos temarios, los participantes solían enzarzarse en un galimatías de gritos, acusaciones e insultos que transformaban la emisión en un auténtico caos, a menudo imposible de seguir. Ahora, sin embargo, han decidido llevar al programa una máquina llamada polígrafo, que, al parecer, se utiliza en las investigaciones forenses y que en ocasiones la policía emplea para determinar si un detenido miente o dice la verdad.

Lo que más me llama la atención de este invento es que, después de que el polígrafo determina si el interrogado dice o no la verdad, ya nadie discute nada, porque dicho aparato, según dicen algunos, siempre lleva la razón; de modo que antes, cuando no se contaba con el polígrafo, se discutía durante horas, en versiones enfrentadas, y los espectadores debían inclinarse por uno o por otro en función de los argumentos que cada cual esgrimía. Ahora, se acabó: lo que dice el polígrafo va a misa, y por tanto no hay discusión. Eso me ha suscitado una pregunta, que es la siguiente: si tan eficaz resulta dicho artilugio, ¿por qué los japoneses, que para eso tienen mucha vista, no se apresuran a fabricar un modelo portátil que podamos utilizar todos en cualquier parte, pudiendo determinar, sin sospechas de por medio, si alguien nos miente o no?

¿Se imaginan? A parte de los malhechores, que según dicen son los únicos que a veces pasan por la máquina, podríamos ponérselo a nuestros políticos. ¡Menuda espada de Damocles tendrían los pobres! Muchos de ellos puede que dejasen la política, porque ¿qué gracia tendría ser político sin poder anunciar propósitos irrealizables, calumnias difícilmente rebatibles o promesas imposibles? Seguidamente pasaríamos a nuestras parejas. Se acabó aquello de «¿De dónde vienes a estas horas?»: se le enchufa el aparato y en pocos segundos obtendríamos la verdad. En el trabajo sería muy útil. Y con cualquier vendedor: se le aplica la máquina al corredor de seguros y en pocos segundos comprobaríamos cómo saca a relucir aquella letra pequeña que siempre esconden los contratos del seguro del coche o de la casa

Pero, pensándolo mejor, aquí me detengo, porque ¿saben qué les digo? Que casi prefiero poder seguir mintiendo o ser habitualmente engañado que saber siempre la verdad sobre todas las cosas. No sé si me entienden

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