Que Mel Gibson colecciona escándalos es un tópico que, como tal, aburre por la repetición de sus líneas argumentales, pero resulta inapelable. ¿Pruebas? La última catástrofe acumulada por Mad Mel viene de México. Juan Mora Catlett, un humilde director charro, asegura que Gibson plagió en parte su Retorno a Aztlan, una cinta que pasó desapercibida en su día, para documentar la estruendosa Apocalypto. Según Mora Catlett, Gibson fagocitó las ideas después de que su productora, Anna Roth, le entregase la película. Algunas de las escenas de Apocalypto serían calcos de las filmadas (más modestamente) en aquel largometraje.
Cuenta el mexicano que Gibson solicitó una copia y que le preguntó cuánto dinero quería. Mora Catlett contestó que se la regalaba. «Me pidió una cinta de mi película, yo le dije: 'Sí, toma, te la regalo', y me dijo: 'Te la tengo que pagar', y me dio como 100 pesos» (menos de siete euros).
En declaraciones al diario Reforma, Mora Catlett denuncia la voracidad de Gibson: «De repente, resulta que mi película sirvió como asesoría y referencia de un filme hollywoodiense, y no me pagaron más que 100 pesos. Éste es un tipo de robo que les permiten a estas personas porque Walt Disney tiene mucho dinero».
Mala suerte. Justo cuando la crítica y las taquillas parecían haber redimido al realizador y actor australiano, ahora que Apocalypto huele, y mucho, a Oscar, llega un desconocido mexicano y levanta la acusación más celebrada de los últimos tiempos: «¡Plagio!»
Las declaraciones de Mora Catlett, que el pasado diciembre presentó en el Festival Internacional de Morelia, en Paztcúaro, su nueva película, Eréndira, Ikikunari, acompañan a una denuncia presentada ante la fiscalía. La ira del mexicano, sumada a la publicidad que le proporciona Gibson, reporta beneficios. Eréndira, Ikikunari, un proyecto de 14 millones de pesos realizado durante varios años, ha encontrado distribuidora para México, que no es poco para su currículo. Sin relacionar su denuncia con la distribución del nuevo filme, algunos comentaristas ponderan lo beneficioso que resulta hoy practicar el tiro a discreción contra un autor célebre.
Gibson, que, al parecer, tiene en mente regresar a México para buscar localizaciones con vistas a una nueva película, no puede con todo. Sus pluriempleados abogados salen de una trifulca para toparse con la siguiente. Alimentar titulares a cuenta del director parece el deporte favorito de los tabloides. Incluso periódicos serios como The New York Times o The Guardian se preguntan estos días por la fortaleza del mito. Sólo su obra, llena de variedad formal, sabiduría y riesgo, apuntala su maltrecha figura.
La acusación de plagio de Mora Catlett es anterior a la denuncia presentada por una pintora británica de 29 años, Carmen Sloane, en la que asegura que Mel Gibson es su padre. Dice Sloane que no busca dinero ni publicidad. «Adoraría que nos reconozca como familia. No busco una cuota mensual. Estoy feliz con mi vida». Sloane, madre de un niño de 10 años, ha logrado que la estrella, que ha desmentido la noticia a través de sus portavoces, deba someterse a una prueba de ADN. Gibson, por su parte, se pregunta por las razones que han llevado a la supuesta hija a esperar casi tres décadas para alzar la voz.
Es posible que, en el coloreado mundo de Gibson, lleno de proclamas antisemitas, comentarios procaces a agentes de policía, encontronazos con la comunidad judía de Hollywood y acusaciones varias, la norma sea el grito, y que la pintora haya decidido sumarse a la fiesta con su supuesta orfandad. Gibson ha firmado una de las películas más contundentes de la temporada, pero su infausta mala sombra, alentada por un carácter desatado, le persigue voraz.