P. B./ M.M.
El viaje desde que el avión aterriza en Barajas hasta que el pasajero sale por la puerta se hace para la mayor parte de los ciudadanos que utilizan la T-4 demasiado largo. El primer problema se produce, en muchos casos, en la aduana, donde hay pocos agentes. Cuando se juntan varios vuelos en la sala de entrada a Barajas se producen aglomeraciones, que los agentes de la Policía Nacional resuelven en algunos casos con celeridad, pero en otras ocasiones con parsimonia y prepotencia.
Así lo sufrió Rosa M. T., una madrileña, a su regreso de Camerún. Dos horas y media tuvo que esperar para que el agente de turno le diera el visto bueno a su pasaporte. Rosa tuvo la mala suerte de que varios vuelos procedentes de Latinoamérica y Africa se encontraran en la aduana y unas 500 personas, agotadas y, en muchos casos, pendientes de conexiones con otros vuelos, se concentraran ante tres únicas ventanillas. Pese a la escasez de agentes, a cada viajero le realizaban un exhaustivo, cuando no surrealista, cuestionario sobre su paso por España, aunque fuera sólo de unas horas. No se pidieron refuerzos y decenas de personas perdieron sus vuelos.
Una vez superada la aduana viene lo peor: la espera hasta que llegan las maletas. Si bien la T-4 ha superado con nota los primeros meses de funcionamiento, el talón de Aquiles se mantiene en el Sistema Automatizado de Tratamiento de Equipajes, conocido como SATE. En los primeros meses se produjeron dos averías importantes que provocaron la acumulación de miles de maletas y el consiguiente enfado de miles de viajeros.
«El problema -dice un usuario habitual de la T-4- es que se producen constantemente picos y si te toca uno de los vuelos negros estás perdido, pues estás más de una hora esperando el equipaje, todo ello después de, como es mi caso, llevar doce horas viajando desde Argentina. No es normal, algo tiene que suceder, alguien tiene que estar haciendo algo mal».
El culpable de esta situación es el SATE. La velocidad de las maletas, que van cargadas en una especie de carritos, puede llegar hasta los 78 kilómetros por hora. Teniendo en cuenta que la distancia máxima desde la playa de salida de equipajes al avión más lejano es de cuatro kilómetros, nadie entiende que se pueda tardar entre una hora y dos en sacar los equipajes.
«Lo peor -afirma otra de las víctimas de los vuelos negros- es que nadie informa del tiempo que va a tardar en salir el equipaje. Nadie sabe ni explica las razones de la tardanza y cuando sube la temperatura la única alternativa es realizar una reclamación en el mostrador de Aena, donde se acumula la gente que está igual o más cabreada que tú. La familia está fuera esperándote y tú no puedes hacer nada más que esperar y tirar de móvil para decirles que aunque has llegado no están las maletas».
Luis, una de las personas que ha hecho una reclamación, dijo ayer a este periódico que el retraso en recoger las maletas le costó perder un tren, algo que hizo constar en una queja que presentó en Aena y de la que no ha tenido nunca contestación.
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