SILVIA GRIJALBA
Sus primeras citas fueron bastante extrañas. El acuerdo era que ella pagara 50 euros por una hora de conversación. Pero cuando, después del tercer encuentro, Harry se sinceró y empezó a contarle el proceso de su separación, Angustias pensó que los 50 euros se los tendría que abonar él a ella. En el fondo estaba haciendo de psicóloga. Una hora, tres veces por semana, daban para mucho. En 15 días, Angustias estaba al corriente de más pormenores de los que quería de la separación y más interesada de lo que hubiera deseado por aquel americano insulso, ni guapo ni feo, y bastante machista que la tenía obsesionada. Para colmo, una tarde le había dicho: «Angustias, me has robado el corazón», una cursilada que había que disculparle porque el único español que había aprendido Harry era el de los éxitos de los cantantes latinos.
Su noviazgo no era como una canción de Chayanne o Ricky Martin. Harry decía que tenía el corazón en carne viva (Raphael era otro de sus favoritos) y que después de lo que le había hecho la zorra de su novia no sabía si estaba preparado para confiar de nuevo en alguien. Angustias se debatía entre salir corriendo y quedarse allí, esperando a que confiara de nuevo en el género femenino.
Ganó lo irracional. Empezó por dejar de salir los viernes con sus amigas. Según ella, «porque Harry se sentía más tranquilo». Dejó de ir al gimnasio porque él le había montado una bronca diciendo que le gustaba el monitor de Pilates. Después de un año de relación, al acercarse Navidad, él le dijo que una de sus fantasías sexuales era hacer el amor con una chica disfrazada de Mamá Noel. Harry lo dejó caer, pero Angustias captó la indirecta al vuelo.
Por supuesto, iban a pasar la Nochevieja en casa, porque a Harry no le gustaban las fiestas. Angustias pensó que una buena forma de recibir el año era disfrazándose. Visitó algunas tiendas de lencería sexy que acababan de abrir: La Belle Isabelle (Corredera Baja de San Pablo, 3) y Sensualove (Fuencarral, 106). Allí lo encontró. Cortito, con liguero, escote y gorrito. Se lo probó y se sintió como un fantoche, pero todo fuera por agradar a Harry.
La noche de fin de año no se decidía: se ponía el modelito, se lo quitaba... Cuando él llegó a casa, le abrió la puerta vestida de Mamá Noel de Playboy. Harry soltó una carcajada y la abrazó. Ella preguntó: «¿Me queda bien?». Él contestó: «Quítalelo si quieres, no hace falta que lo lleves puesto. Simplemente, quería saber qué eras capaz de hacer por mí. Veo que mucho... Puedo decir que confío en ti plenamente». Aquella noche Harry tomó las uvas solo y Angustias con sus amigas, dando gracias a Mamá Noel.
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