ISABEL GARCIA. Especial para EL MUNDO
QUITO.-
Las relaciones entre Ecuador y Colombia atraviesan su peor momento. El motivo se debe a las fumigaciones aéreas con glifosato que Colombia está llevando a cabo en la zona fronteriza entre ambos países. El objetivo del presidente Alvaro Uribe es acabar con las 10.200 hectáreas de hoja de coca sembradas ilegalmente durante el último año en dos departamentos limítrofes con su vecino del sur.
Pero el presidente electo de Ecuador, Rafael Correa, aduce que las sustancias químicas llegan también a su territorio, empujadas por el viento, lo que perjudica a las poblaciones que habitan en la frontera, campesinas en su mayoría. Éstas se quejan de problemas de salud, de la muerte de los animales que trabajan la tierra, así como de grandes pérdidas en sus cultivos de yuca, papa o maíz.
Para comprobar in situ las denuncias de lo que Bogotá denomina «fumigaciones inocuas», el futuro presidente ecuatoriano decidió visitar la zona. Una vez allí, calificó de «torpe» la política antidroga del país vecino, ya que el herbicida «mata también los cultivos lícitos», lo que promueve, en su opinión, la «siembra de coca entre los campesinos». Correa aseguró que pedirá indemnizaciones a su homólogo por los daños causados, a pesar de que Uribe insiste en que no ha caído ni «un solo gramo» de herbicida en territorio ecuatoriano. Aun así, el presidente electo ecuatoriano no descarta acudir a «instancias internacionales» desde el mismo día en el que tome el poder, el 15 de enero.
Con la visita, Correa también quiso dejar claro que en la frontera de Ecuador no había ninguna plantación de coca, como había asegurado días antes el jefe de la Policía colombiana, el general Jorge Castro. Este último tuvo que rectificar sus palabras, argumentando un «error de observación».
Aun así, la tensa relación entre los dos vecinos no ha menguado un ápice desde el pasado el 11 de diciembre, cuando Uribe decidió renovar las fumigaciones de forma unilateral, después de que estuvieran un año paralizadas gracias al acuerdo alcanzado entre ambos países. La respuesta de Ecuador no se hizo esperar. El actual presidente, Alfredo Palacio, tachó de «inamistosa, repudiable y hostil» la decisión de su homólogo y retiró a su embajador de Bogotá. Incluso las FARC han tildado de «provocación» la decisión de Uribe y creen que lo que pretende no es otra cosa que crear una cortina de humo para tapar los «problemas nacionales».
El ministro de Relaciones Exteriores ecuatoriano, Francisco Carrión, no se quedó atrás, arremetiendo contra Uribe por querer involucrar a su país en el Plan Colombia, el ambicioso proyecto vigente desde el año 2000 y concebido para disminuir el tráfico de drogas y resolver el conflicto armado mediante la ayuda de EEUU. «Parece un nuevo paso para que Ecuador se involucre en el Plan Colombia, cosa que no va a hacer», aseguró un Carrión airado durante una exposición sobre los efectos nocivos del glisofato, según diversos estudios de científicos procedentes de EEUU, Dinamarca, China y la propia Colombia.
Sin embargo, Uribe tiene otra versión. El gobernante echa mano de otro informe de la Organización de los Estados Americanos (OEA) que confirma la «inocuidad» de las fumigaciones y descarta los daños a la salud de los que habla Ecuador. Es el motivo por el que no piensa detener la actividad.
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