Viernes, 5 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6228.
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 CATALUNYA
Poder de cine
Futuro incierto
Montserrat Nebrera

Tal vez es la actitud postizamente racionalista con la que afrontamos la vida lo que hace atrayentes las películas que fantasean con lo que la ciencia no acepta. Planteadas en clave premonitoria, algunas de estas películas reflexionan de forma alargada sobre innovaciones que hoy ya se intuyen y sobre sus efectos no previstos.Otras, en cambio, conjeturan en torno al modo en que los humanos extraerían mejor partido de sus potencialidades, emulando así las maneras de los que llegan hasta este valle de lágrimas con ánimo colonizador. Finalmente, algunas nos hablan de invasores estelares, que en el pasado, en el presente o en el futuro, son enemigos dispuestos a apropiarse de nuestros logros y recursos.Pero en K-PAX, la película realizada por Iain Softley en 2001 sobre una novela de Gene Brewer (por tanto, ni copia ni remake, como se ha aventurado, de ninguna película de los 80), el discurso más interesante está en la reconsideración que el alienígena (o psicótico, la duda es garantía del encanto) hace de su inicial calificación de nuestro planeta y de su humanidad: si la define al principio como civilización en estado evolutivo embrionario y de futuro incierto, acaba seducido por el objeto estudio, en un paralelismo evidente con el que él ejerce sobre el psiquiatra que lo observa.

Prot asegura venir de un planeta más avanzado, donde, por tal razón, no hay leyes ni sanciones que las aseguren, ni familia, porque los nacidos se crían entre todos. En ese grado de evolución se afirma algo que las religiones humanas han dicho desde la noche de los tiempos: todo individuo sabe distinguir entre el bien y el mal. Habrá que aceptar como bueno, como parte de una conseguida ataraxia, que en el lugar de donde viene nadie lo echará de menos en su ausencia; en ese rincón de la galaxia del que llega el fascinante Prot no cabe más padecimiento que el de contribuir a la reproducción de la especie a través de un dolorosísimo acto individual. Ese mundo no parece incluir amor, aunque el modo embelesado con el que mira una manzana antes de comérsela nos hace pensar que no siempre la palabra hace la cosa, como diría el último Wittgenstein, y que comparte el modo spinoziano de concebir a Dios.

Con tal cosmovisión, en apariencia impecable, el riesgo de fascinarse con lo humano está servido. Pese a llegar como mero observador, Prot cura a un loco compulsivo que sufre, obligándole a buscar un ruiseñor azul; sugiere la reconversión de las relaciones del psiquiatra con su hijo mayor, que ambos padecen por la distancia emocional que los separa, recordando que el latido del universo se repite cada vez igual, por lo que error o acierto se repetirán como infinita medida de nuestra libertad, como manifestación eterna de lo que el poder significa. Y aunque sea casual para un escéptico, con la entrada de Prot en el estado catatónico final o marcha del hospital de vuelta a casa, desaparece la única persona del hospital que padece... porque no tiene hogar.

Del mismo modo en que la esfera es la forma óptima de la energía en la galaxia, lo es la forma humana para este planeta de futuro incierto. Humana en carne y en espíritu. Falible, necesitada de leyes que rememoren, como diría Platón, la idea de bien a quien, pese a estar escrita en el universo, la olvida.

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