Viernes, 5 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6228.
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Su primer caldo
por Anna R. Alós

He aquí uno de los relatos telemáticos generados por mi yahoo.Ella dice llamarse Mapi y una mañana en que su madre estaba con una gripe colosal fue al súper a comprar uno de esos packs para el caldo: zanahorias (con los surcos de la piel ennegrecidos), un par de troncos de apio (con las hojas ya blanquecinas) y una chirivía (arrugada y con una especie de pelo en la punta). Nabos no había. Una pechuga de gallina llena de plumas, un hueso de jamón cuyo olor a rancio tumbaba y un pedazo de ternera forrado de nervios completaron los ingredientes de su primer caldo. Ella, que no pisaba la cocina más que para prepararse el Cola Cao de la mañana, se sentía ya lo bastante adulta como para cocinar su primer caldo. Peló, cortó y lavó las verduras, quemó las plumas de la piel de la gallina e introdujo todo en la olla grande.«Agua», pensó, «falta el agua». Llenó la olla, añadió sal y la tapó. Su madre empeoraba por momentos, así que llamó a un médico de urgencias.

Veinte minutos más tarde, mientras el caldo hervía, hermoso y soberbio, llegó un tal Dr. Karol Polansky, un polaco con un aspecto fantástico. Examinó a la enferma, diagnosticó gripe y recetó antibióticos y una semana de cama. Al terminar la visita Mapi le indicó el baño para que pudiera lavarse las manos y Karol Polansky alzó la nariz y entornó los ojos en un gesto de placer gastronómico. «Mi caldo le recuerda a su tierra, su casa y su madre, seguro», pensó Mapi.

«¿Huele a caldo?», preguntó él. Mapi asintió y dijo: «¿Quiere usted verlo?». Fueron a la cocina y Mapi levantó la tapa de modo que el vaho inundó la estancia. El placer del polaco llegó a su punto más álgido en la imaginación, y ella se sintió la mujer más feliz de la tierra porque su primer caldo provocaba aquellas sensaciones aún con la ausencia de nabos. Se miraron y sin mediar palabra se desprendieron de la ropa. Él la levantó hasta sentarla sobre el mármol y le hizo el amor con los ojos cerrados y con la apariencia de estar muy lejos de allí. Pero a ella no le importaba, porque probablemente nadie había conseguido despertar la libido de un médico de urgencias con su primer caldo y podía sentirse orgullosa por ello. Sólo la voz casi imperceptible de su madre diciendo «ay, que me muero» les detuvo. Muy profesional, Karol Polansky se subió los pantalones, se lavó las manos de nuevo y acudió a ver a la enferma. La tranquilizó y le prometió pasar de nuevo al día siguiente.

Aquella misma noche, Mapi le dio a su madre una taza de caldo.Al día siguiente, el Dr. Polansky encontró a su enferma levantada, sin fiebre y con todo el ánimo. «Es usted sensacional, doctor», le dijo, «yo me he curado, pero ahora es mi hija la que está enferma. Ayer cocinó su primer caldo y le ha sentado fatal».

anna.alos@yahoo.es

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