El día que el poder decidió que necesitaba del arte se inició una tempestuosa relación que con los siglos acabó instalándose en los vestuarios de los equipos de fútbol.
Desde siempre, los jugadores han sido muy hábiles a la hora de declararse, según sus características o apetencias, practicantes del más riguroso estajanovismo o partidarios de la inspiración.Son éstos dos bandos enfrentados en que unos son acusados de tuercebotas y los otros, de caraduras.
Por desgracia para los primeros, y pese al ilustrativo fiasco galáctico en el Real Madrid, a los jugadores ya no se les exige coraje ni bravura para alcanzar la categoría de ídolos. Cada vez son menos los aficionados que van al estadio para aplaudir a futbolistas con alma de leñadores y más los que quieren disfrutar de su habilidad. En eso, por algún extraño designio, suelen despuntar los indolentes, los buscadores de musas.
Bien lo sabía el papa Julio II, que en el siglo XVI decidió encargar a Miguel Angel, la decoración de la Capilla Sixtina del Vaticano.Sin embargo, los numerosos encargos que éste tenía en Florencia le obligaron a inventar todo tipo de excusas para declinar los ofrecimientos del sucesor de León X. El Papa, hombre audaz y belicoso, zanjó el asunto con beata astucia y amenazó con atacar Florencia. Convencido con estas poderosas razones, Miguel Angel se pasó cuatro años encaramado a un andamio pintando y odiando al Sumo Pontífice con igual pasión.
Hoy en día, ni el más cavernario de los entrenadores se atrevería a tanto con una superestrella. Los astros del balón ejercen su supremacía en los vestuarios. Cobran más que los técnicos, de ellos depende la suerte de los presidentes y saben que tienen la sartén por el mango.
Tal vez por eso, en los últimos años se han puesto de moda los entrenadores de perfil bajo, que ejercen de estrategas y velan por el buen ambiente en el vestuario, pero se cuidan mucho de incomodar con sus palabras o decisiones a sus mejores jugadores.El tiempo de los Max Merkel, Míster Látigo, Rinus Michels, Míster Mármol o Louis Van Gaal, Míster Libreta, tocó a su fin en los clubes de primera línea.
El fútbol del siglo XXI no necesita sargentos en los banquillos, sino supernannies, y los publicitados códigos internos de disciplina siguen siendo un modo de guardar las apariencias ante la opinión pública. Por todo ello, al Barça le habría bastado con aducir motivos personales para apagar la crisis de las dilatadas vacaciones de Ronaldinho.
Marcelo Lippi, el técnico que ha hecho a Italia campeona del mundo, se ríe en privado del papel de los entrenadores, y rezonga que lo que hace falta son campioni. Rijkaard, por suerte, sabe que con un ataque de disciplina sólo perjudicaría al equipo.Los cracks siempre ganan, incluido Miguel Angel, que se vengó del omnipotente Julio II retratándole en el friso principal de la Capilla Sixtina con cara de diablo.