Cada segundo que pasa, billones de minúsculas partículas invisibles llamadas neutrinos atraviesan nuestro cuerpo, en muchos casos tras haber recorrido de cabo a rabo el universo. Uno de los desafíos más importantes que se han propuesto los científicos para los próximos años es construir un observatorio que sea capaz de detectarlos y así poder estudiar las regiones más lejanas del cosmos a través de ellos. Allá donde la luz y otras clases de radiación no llegan, como los agujeros negros, los omnipresentes pero escurridizos neutrinos podrían ser de gran ayuda para comprender el universo en que vivimos.
Uno de los proyectos más impresionantes de la llamada astronomía de neutrinos, el Ice Cube (Cubo de Hielo), se está construyendo en la actualidad en la Antártida para lograr captar estas escurridizas partículas desde las profundidades del gélido suelo de este continente. Su objetivo es captar, a través de una red de miles de sensores enterrados, neutrinos procedentes de lugares recónditos del universo. Gracias a que éstos no tienen apenas masa ni carga eléctrica, lograrán acceder al profundo escondrijo donde les aguardan estos detectores, y allí podrán ser estudiados sin interferencias de otros tipos de radiación.
Cuando la instalación esté terminada, sus responsables esperan que sirva para detectar hasta 1.000 colisiones diarias entre neutrinos y las partículas de hielo de la Antártida, las cuales producirán un efecto visible para los sensores del Ice Cube. Una pequeña parte de ellos podrá arrojar luz sobre el comportamiento de las estrellas, las explosiones de rayos gamma (las más poderosas que tienen lugar en el cosmos) y otros objetos o singularidades de interés astronómico. Además del Ice Cube, que será el sucesor de otro proyecto similar denominado Amanda, la revista Science destaca en su número de hoy otros observatorios de neutrinos similares, todos ellos ocultos bajo el mar, en las profundidades de las minas u otros lugares donde no llega la radiación cósmica y que se están desarrollando en diversos lugares del globo.
Así, mientras los telescopios ópticos o radiotelescopios convencionales tratan de estar a la intemperie e incluso en el espacio, libres de interferencias artificiales pero recogiendo toda la radiación que puedan procedente del cosmos, los observatorios de neutrinos han de permanecer ocultos para detectar tan sólo las partículas deseadas. De hecho, los sensores del Ice Cube se encuentran enterrados a una profundidad de entre 1.450 y 2.450 metros bajo la superficie del Polo Norte.
Origen de los neutrinos
Los neutrinos, al contrario que los fotones (es decir, la luz) o los rayos cósmicos, viajan de un lado a otro del universo sin que ningún campo magnético los desvíe de su camino y sin ser destruidos tras colisionar con otras partículas, ya que apenas poseen carga eléctrica ni interaccionan con la materia. Por ello, estudiar de cerca un neutrino permitiría descubrir su procedencia y aportaría a los científicos una valiosa información sobre los rincones del universo de los que proviene.
El único problema es que no es nada fácil agarrar a una de estas partículas para observarla. Según el físico Francis Halzen, de la Universidad de Wisconsin, «los neutrinos poseen el potencial de ser el mensajero cósmico ideal. Por desgracia, construir un telescopio de neutrinos es un desafío técnico amedrantador».
Al igual que los fotones que capta un telescopio común ofrecen pistas a los astrónomos sobre la naturaleza de los objetos de los que proceden, los observatorios de neutrinos permitirán que los expertos se asomen, por primera vez, a regiones hasta ahora inaccesibles, y podría ayudarnos a comprender dónde y cómo se originan los rayos cósmicos, cuyas energías superan a las que pueden obtenerse en un acelerador de partículas. «Nos hablará de lugares cósmicos nunca vistos y nos permitirá escudriñar en el corazón de los agujeros negros», aventura Halzen.