CARLOS BOYERO
Siempre he creído que el acto de tutearse implica conocimiento personalizado, familiaridad, colegueo, confianza, esas cosas. Por ello, me llevo una sorpresa al constatar que Eduardo Zaplana y Pedro J. Ramírez se llaman de usted en 59 segundos. Lo cual me obliga a replantearme el enigmático significado de aquella sentencia de Leonard Cohen: «Antes de aprender magia, la gente debería de practicar la etiqueta». También escucho el reproche de Pedro J. a la actitud de Zapatero, a raíz del bombazo, de no haber reconocido en público que se había equivocado y, consecuentemente, pedir perdón. Añade que es algo que en el periodismo se hace continuamente, sin que nadie se rasgue las vestiduras. No aclara si eso ocurre con las equivocaciones triviales o con las trascendentes. Lamento no poder compartir su certidumbre, a través de mi pobre experiencia, respecto a la vocación de honesta transparencia y de expiación pública que caracteriza al periodismo errado.
Sin embargo, me solidarizo absolutamente con el apesadumbrado José María Calleja (y aseguro que es inexistente la simpatía entre nosotros), alguien que sabe por intolerable experiencia propia lo que es tener a la bestia etarra en el cogote, cuando en medio de un debate tan cansino como previsible sobre si el bueno y el malo de la historia es el PP o el PSOE, le recuerda a Zaplana que el único nombre del asesino y del enemigo común es ETA y que el resto es politiqueo bastardo.
Si ver la tele casi siempre me resulta un ejercicio fatigoso o hastiado, leer periódicos, esos supuestos templos de la información veraz y la narración objetiva de la realidad, hace demasiado tiempo que me provoca sensaciones parecidas. La radio sólo la escucho en los taxis, aunque tengo que soportar el añadido de que el conductor, que casi siempre es un salvador de la patria, me traduzca con pasión los mensajes que transmiten las doctas opiniones de los tertulianos, todos ellos empeñados en conocer la identidad terrenal, humana, ideológica, sentimental y política de Satanás y la exacta metodología para devolverlo violentamente al infierno, su espacio natural.
No han descubierto esos concienciados taxistas el maravilloso sonido del silencio, o la responsabilidad profesional de no romperlo dándole la impune brasa nacionalsocialista y su arrebatadora visión de las personas y de las cosas al sufrido viajero, ese ser indefenso que sólo pretende llegar a su destino y pagar lo que marque la carrera, sin necesidad de comunicarse con extraños, sin que le importen un huevo las doctas soluciones del conductor para arreglar definitivamente España. Tampoco tengo internet y soy tan antiguo que identifico lo de navegar con ir en barco. Lo tengo crudo para seguir las noticias del mundo. No lo lamento. Sólo tengo que recordar la personalidad de la mayoría de los transmisores.
|