Viernes, 5 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6228.
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 CULTURA
UN VIAJE A LAS RAICES / El escritor publica 'Diccionario del amante de América Latina' / Recorre en primera persona la diversidad multicultural del continente
Las 'pasiones' de Vargas Llosa
PILAR ORTEGA BARGUEÑO

MADRID.- Dice Mario Vargas Llosa que tuvo que salir de América Latina para entender y descubrir la riqueza y diversidad del continente, así como su literatura. «Fue en París en los años 60. Desde entonces, comencé a sentirme, ante todo, latinoamericano. Hasta ese momento había sido un joven peruano que apenas conocía a los escritores hispanoamericanos, con excepción de Neruda y Borges. París se convirtió en los años 60, en palabras de Octavio Paz, en la capital de la literatura latinoamericana».

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El autor de La ciudad y los perros confiesa ahora su relación con la tierra que le vio nacer en el Diccionario del amante de América Latina (Paidós), un libro que reúne textos literarios desgranados durante su vida de escritor y que tratan temas tan diversos como la revolución, la fotografía, el lenguaje popular, el cine, las dictaduras, el paisaje, los escritores, la historia, el humor, el fútbol, los viajes o la pintura. También son variados los géneros en los que están redactados: el reportaje periodístico, el artículo, la evocación, la reseña, la nota necrológica, la crónica, la ficción...

«Como están escritos en épocas diferentes, hay entre ellos divergencias y contradicciones, que habría sido deshonesto tratar de disimular. Lo que les da unidad es que todos ellos tratan de capturar un instante, una imagen de ese vértigo incesante que es América Latina, en alguna de sus infinitas manifestaciones», explica el propio Mario Vargas Llosa en el prólogo de la obra.

De nuevo insiste el escritor en que su interés por América Latina no ha mermado desde aquellos años 60, cuando muchos descubrieron allí la existencia de una literatura nueva y pujante: «Mi interés, mi curiosidad y mi pasión por ese mundo complejo, trágico y formidable, de inmensa creatividad y de sufrimiento y penalidades indecibles, en el que las formas más refinadas de la civilización se mezclan con las de la peor barbarie, se han conservado intactos hasta hoy».

La mayoría de los textos del Diccionario del amante de América Latina están escritos en primera persona y dan cuenta de las experiencias y reacciones del escritor peruano frente a determinados asuntos de la realidad latinoamericana. Y en él figuran también pensadores y escritores que, sin ser latinoamericanos, tuvieron una influencia relevante en su vida cultural y política. «América Latina no puede renunciar a esa diversidad multicultural que hace de ella un prototipo del mundo», concluye Vargas Llosa.

Como ejemplo de las 141 entradas de las que consta este singular diccionario, puede valer esta pequeña muestra:

Arequipa.

«La ciudad en la que nací, Arequipa, situada en el sur del Perú, en un valle de los Andes, ha sido célebre por su espíritu clerical y revoltoso, por sus juristas y sus volcanes, la limpieza de su cielo, lo sabroso de sus camarones y su regionalismo. También por la nevada, una forma de neurosis transitoria que aqueja a sus nativos».

Bolivia.

«Estudié los cuatro primeros años de colegio en Cochabamba (Bolivia) y recuerdo que varias veces al mes, acaso todas las semanas, los alumnos de La Salle cantábamos formados en el patio un himno reclamando el mar boliviano del que Chile se apoderó a raíz de la guerra del Pacífico (1879)».

Fidel Castro.

«La única vez que conversé con Fidel Castro -aunque tal vez sea una exageración el empleo de la expresión conversar porque Fidel Castro, en su convencimiento de ser un semidiós, no admitía interlocutores, sino tan sólo oyentes-, me sentí enormemente impresionado por su energía y su carisma. Ocurrió una tarde de 1966, en La Habana».

Incas.

«La costa fue la periferia del imperio de los incas, civilización que irradió desde el Cuzco. No fue la única cultura peruana prehispánica, pero sí la más poderosa. Se extendió por Perú, Bolivia, Ecuador y parte de Chile, Colombia y Argentina. En su corta existencia de siglo y medio, los incas conquistaron decenas de pueblos, construyeron caminos, regadíos, fortalezas, ciudadelas, y establecieron un sistema administrativo que les permitió producir lo suficiente para que todos los peruanos comieran, algo que ningún otro régimen ha conseguido después».

Lengua española.

«De México a Ecuador, la palabrota pendejo quiere decir tonto. Misteriosamente, al cruzar la frontera peruana, se vuelve su opuesto. En el Perú, el pendejo es el vivo, el inescrupuloso audaz. En Colombia, en Venezuela, al cacaseno de provincias recién llegado a la capital, al que le venden el metro o el palacio de gobierno le llaman lo que en el Perú al ministro manolarga que se llena los bolsillos robando y no le ocurre nada. En Centroamérica, una pendejada es una despreciable estupidez; en el Perú, una deshonestidad que tiene éxito».

Leoncio Prado.

«Mi padre, que había descubierto que yo escribía poemas, tembló por mi futuro -un poeta está condenado a morirse de hambre- y por mi hombría (la creencia de que los poetas son todos un poco maricas está, en cierto modo, aún muy extendida) y, para precaverme contra estos peligros, pensó que el antídoto ideal era el colegio militar Leoncio Prado. Permanecí dos años en dicho internado. El Leoncio Prado era un microcosmos de la sociedad peruana».

Pizarro.

«El alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, ha hecho retirar, entre gallos y medianoche, la estatua ecuestre de Pizarro, que durante muchos años cabalgó simbólicamente en una esquina de la Plaza de Armas, frente al Palacio del Gobierno, en un pequeño recuadro de cemento. Leo en un cable de agencia que, a juicio del burgomaestre, esta estatua era 'lesiva a la peruanidad'».

Su propia familia.

«Los Vargas llegaron al Perú con la primera oleada de españoles, aquella que, con Pizarro a la cabeza, fundó Piura, escaló los Andes y, en la plaza de Cajamarca, dio un golpe de muerte al Tahuantinsuyo. Eran, como aquél, extremeños, de Trujillo y habían tomado el apellido -usanza de la época- del señor de la región, un tal Juan de Vargas, en cuyas tierras habían servido como labriegos y feudatarios».

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