FERRAN VILADEVALL. Especial para EL MUNDO
LOS ANGELES.-
La poderosa Fundación Getty recibió ayer un nuevo golpe tras la publicación de una investigación del diario Los Angeles Times que vuelve a denunciar la controvertida política de adquisiciones de antigüedades del museo californiano, acusado desde hace años de comprar piezas robadas.
Las flechas se dirigen ahora hacia la pieza central de su exposición, una escultura de la diosa Afrodita del siglo V. a. C. de más de dos metros de altura, por la que el museo pagó 18 millones de dólares (13,7 millones de euros, la cantidad más alta nunca pagada por el Getty) en 1988. Y eso a pesar de que ya había sospechas de que su procedencia no era lícita.
El diario apuntala su acusación con las declaraciones de dos ciudadanos italianos que aseguran haber visto partes de la escultura en Sicilia -de donde se sospecha que proviene- en la década de los 70. Dicen también estos testigos que la pieza fue rechazada por otros compradores debido a su «falta de certificado». En su momento, se aceptó la confirmación de autenticidad aportada por el marchante de arte que hizo la venta, un tal Robin Symes, de Londres, condenado a dos años de cárcel en 2005 por desacato a un tribunal británico que investigaba sus transacciones. Symes dijo en su día que la escultura había pertenecido a una familia suiza desde 1939, justo el año en el que exportar antigüedades sin el consentimiento del Gobierno italiano fue ilegalizado.
¿Un montaje?
Dicha familia suiza ha admitido al diario que la primera vez que oyeron de la existencia de la escultura fue cuando el Getty la compró, e insinúan que la escultura puede ser «un montaje», pues su cabeza, brazo y pie son de mármol y el resto del cuerpo de piedra caliza. Algo que los expertos del museo explicaron entonces por la falta de mármol en la zona donde se pudo esculpir la pieza (en el sur de Italia o en el norte de Africa).
El diario también recuerda el caso del español Luis Monreal, director del Getty Conservation Institute entre 1985 y 1990. Una semana después de la llegada de Afrodita a la sede del museo en Los Angeles, Monreal sugirió una prueba -que fue desoída- de análisis de los restos de polen presentes en la escultura para comprobar su procedencia y determinar si su descubrimiento era reciente, como así presumía tras comprobar que había unos sospechosos restos de tierra entre los pliegues de la toga.
Sin embargo, el museo acusó a Monreal de «alarmista». Ignoraron sus sospechas de que la pieza fue encontrada con fecha posterior a 1939, lo que confirmaría que fue adquirida de forma ilegal. La fundación prefirió seguir la doctrina impuesta por John Walsh -subdirector del museo hasta hace seis años-, quien apostaba por comprar objetos de dudosa procedencia y huir hacia adelante.
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