LUIS ALEMANY
MADRID.-
La música de Federico Chopin sobrevuela la desdichada historia de Daniel desde que asiste a la pelea de una pareja de desconocidos en un autobús hasta que completa su suicidio emocional, decidido a dejar de atormentar a las tres mujeres de su vida: su mujer, su amante y su hija.
Daniel es, en realidad, el verdadero hilo de Mujeres en el parque, la nueva película de Felipe Vega, director de filmes como Nubes de verano y Grandes ocasiones. Es decir: películas todas en las que, como ocurre con Daniel, «el personaje está antes que el argumento porque, si ocurriera lo contrario, estaríamos condicionando a la persona», explica Vega.
El otro punto común entre las tres películas está en sus guiones, firmados por el propio director y por el escritor Manuel Hidalgo. Suficiente material común como para tener una marca de la casa. La prueba está en estas Mujeres en el parque (estreno la semana que viene), plagada de frustraciones sentimentales, diálogos truncados, personajes lastrados por la incomunicación y conflictos que parecen inspirados en los textos de Chéjov, según confiesan los dos guionistas.
Examinemos: el Daniel de Mujeres en el parque (interpretado por Adolfo Fernández) es un pianista cincuentón, aparentemente dulce pero incapaz de transmitir sus emociones, «aunque eso no significa que no tenga sentimientos», puntualiza Vega.
A su alrededor giran Ana, su mujer (Blanca Apilánez); Clara, su eterna amante (Emma Vilarasau); y Mónica, su hija (Bárbara Lennie, conocida por la premiada Obaba), la mirada aún inocente pero ya condenada de este cuadrado que intenta descifrar a Daniel sin éxito.
¿Condenada? Sí. «Mónica acaba actuando como su padre, tiene una carga genética que la condiciona», recuerda Vega. También la hija se marcha a la francesa, suelta lastre, elige estar sola cuando presiente el dramático y sorprendente giro final que da la relación con su padre.
En efecto, Mujeres en el parque, que podía haber pasado por ser el apacible y bastante estático retrato realista de un burgués melancólico del barrio de Salamanca, toma un par de curvas arriesgadas en su último tramo. «El giro justifica la película, explica a los personajes de los padres como son, la historia como es. Y sirve para lanzar una mirada hacia una generación, la nuestra, y hacia una manera de entender las relaciones», asegura Vega.
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