Alain Delon ha sido noticia estos días por haber desvelado los pormenores de un encuentro profesional con Sofia Coppola. La cineasta estadounidense (Vírgenes suicidas, Lost in translation) le había propuesto llevar al cine el papel de Luis XV, suegro hedonista de María Antonieta, pero el crepuscular actor rechazó la propuesta por razones de grandeur y de orgullo patriótico: «Una caprichosa señorita americana no va a darnos lecciones de historia a los franceses», proclamó el septuagenario Delon.
La sentencia ubica en territorio bastante ambiguo la versión cinematográfica de María Antonieta, cuyo estreno en España se resiente necesaria e inevitablemente de la fértil inercia comercial -mercadotecnia en todos los sentidos- y de las dudas que han puesto sobre el cadalso los verdugos de la crítica.
De hecho, el jurado del Festival de Cannes no le concedió un solo premio en el palmarés del pasado mes de mayo, cuando Sofia Coppola, inspirada en la novela devocionaria de Antonia Fraser, presentó a la reina austriaca entre las coordenadas de una fashion victim que se mecía al compás de The Cure y que había encontrado en Versalles el laberinto donde podía matar el tiempo de manera sublime.
El Palacio de Versalles
La intromisión de Coppola en el tanatorio de la historia de Francia -parafraseando a Delon- y la osadía de mentar la guillotina en casa del decapitado han atenuado, probablemente, las dimensiones del éxito comercial, pero es cierto que María Antonieta todavía puede verse en algunos cines parisinos -fue estrenada hace más de medio año- y es verdad que el reclamo de la película ha funcionado como excusa de un debate histórico y como rebrote oportunista de un poderoso mito turístico, empezando, naturalmente, por el escenario original del Palacio de Versalles.
Fue aquí donde Sofia Coppola rodó su versión heterodoxa de María Antonieta, y es aquí también donde se ha abierto desde el pasado mes de julio un tour temático para reconstruir a medida las huellas de la reina mártir. El recorrido puede hacerse a pie, en carruaje, a bordo de un coche de golf o entre los asientos mullidos de un trenecito descapotable donde predominan abrumadoramente los turistas japoneses y donde se relaciona al incauto turista con la atmósfera del exilio que rodeaba a la reina.
Fue su marido quien le regaló el Petit Trianon, sobrenombre de un palacete que ya Luis XV se había construido a medida en 1761 para los encuentros furtivos y para el alojamiento circunstancial de las meretrices cortesanas. María Antonieta preservaría la tradición en beneficio de su amante, el conde Fersen, aunque también se hizo construir el templo del amor, un pequeño teatro en honor a las musas y una aldea en miniatura que le permitía emular la vida de los pastores y de los vaqueros mientras Francia agonizaba.
Eran, hasta ahora, espacios restringidos a la mirada del público, pero el contexto comercial y la inversión de tres millones de euros han facilitado un ejercicio de vampirismo post mortem cuya prolongación puede reconocerse en otros rincones del escaparate nacional.
La pastelería Ladurée, por ejemplo, ofrece la repostería de fresa que tanto le gustaba a la difunta, mientras que las tiendas de souvenirs oficiales proponen un catálogo de réplicas de las joyas que la reina se colgaba en los grandes fastos antes de perder el cuello. Sólo faltaba reconstruir el perfume original de la jovencísima reina. O sea, una fragancia de rosa, iris y jazmín que la casa Shiseido ha puesto a la venta con el nombre de MA Sillage de la Reine (María Antonieta, estela de la Reina). Acaba de aparecer una edición limitada de 10 ejemplares a 8.000 euros el frasco, aunque, más tarde, se democratizarán los precios para que cualquier mujer (o cualquier hombre) pueda aromatizarse la yugular con sentido retrospectivo. Es una prueba de la devoción y de la pasión fetichista que rodea la resurrección mediática de la reina decapitada.
Una reina en su propio laberinto
La leyenda de María Antonieta vuelve a cobrar forma. Coincidiendo con el estreno de la película de Sofía Coppola en España, la revista La Aventura de la Historia ofrece una amplísimo repaso, de mano del catedrático Carlos Martínez Shaw, de la vida de esta mujer, que perdió la cabeza por un reino que no era el suyo.
Shaw divide su revisión de la vida de tan ilustre personaje en varios actos. Así, por ejemplo, se acerca al mundo íntimo de esta mujer, que tuvo que buscar fuera del lecho conyugal aquello que no encontró dentro, ya fuera en brazos de mujeres u hombres.
La insatisfactoria relación con su marido Luis XVI, su desinterés por la cultura, su afición por los juegos de cartas, su inducida oposición a la Revolución y sus últimos momentos antes de pasar por la guillotina quedan manifiestos en el reportaje.
Además, el texto viene acompañado por una reseña de la exposición Fragonard, un pintor galante, que se exhibe actualmente en el edificio CaixaForum de Barcelona. El artista francés supo plasmar a la perfección las costumbres y los pasatiempos del siglo XVIII.
Arte, mito, e historia reunidos para que el lector se zambulla en una época convulsa y trascendente.