Viernes, 5 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6228.
ÚLTIMAS NOTICIAS TU CORREO SUPLEMENTOS SERVICIOS MULTIMEDIA CHARLAS TIENDA LOTERÍAS
Primera
Opinión
España
Mundo
Ciencia
Economía
Motor
Deportes
Cultura
Comunicación
Última
Índice del día
Búsqueda
 Edición local 
M2
Catalunya
Baleares
 Servicios 
Traductor
Televisión
Resumen
 de prensa
Hemeroteca
Titulares
 por correo
 Suplementos
Magazine
Crónica
El Cultural
Su Vivienda
Nueva Economía
Motor
Viajes
Salud
Aula
Ariadna
Metrópoli
 Ayuda 
Mapa del sitio
Preguntas
 frecuentes
Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema (Winston Churchill)
Haz Click Aquí
 DEPORTES
DIEZ AÑOS DE LA RETIRADA DE INDURAIN
Un sentido épico de la existencia
El pasado día 2 se cumplió una década desde que Miguel Indurain, el mejor ciclista español de todos los tiempos, se bajó de la bicicleta. Javier García Sánchez, autor de la biografía 'Indurain, una pasión templada', glosa el legado del pentacampeón del Tour
JAVIER GARCIA SANCHEZ

Una década, tan sólo eso, desde que Indurain dejó el ciclismo y parece que haya pasado toda una vida. En los verdaderos aficionados su ausencia es como una cicatriz que no acaba de curar. Para designar tal sentimiento en castellano hay tres palabras: nostalgia, melancolía, añoranza. Sin embargo, me atrevo a conjeturar que, tratándose de Miguel, toda esa sintaxis es vana. Lo llevamos como un luto silencioso y egregio, con pena y orgullo. Quizá el tiempo lo cure, quizá. Pero también fluye en nosotros una suerte de congoja espiritual al comprender lo que hasta ahora intuíamos o queríamos intuir: que aquello ya no se repetirá nunca para el ciclismo español. Hemos entrado en la fase final del duelo. Nuestro recuerdo es, si cabe, cada día más y más hermoso, pues basta con ver lo que ha ocurrido desde entonces para llegar a la conclusión de que con Miguel se terminó toda una época del ciclismo, aquélla en la que este bello deporte aún parecía noble y con un sentido épico de la existencia.

Publicidad
Dejarlo él (diríase que lo hizo por instinto, como si supiese la hecatombe que habría de venir después, y que marchándose la magnitud de su figura deportiva y humana permanecería intacta, acaso agrandándose con el paso del tiempo), dejarlo Él, digo, y empezar el despropósito, la vergüenza. Fue todo uno, y a ritmo de vértigo. Aquel Tour ganado por un Riis que no estaba, en principio, ni cualificado ni mucho menos destinado a ganarlo. Y luego Ullrich, como una de esas flores que no hace verano. Y después Pantani, con el pelotón sentado por los suelos de Francia, y los franceses, empecinados en su propia revolución puritana, desguazando a su equipo estrella, el Lotus-Festina.

Y aun más tarde, cuando a todos empezaba a sobrevenirnos conciencia de bochorno, llegó el Resucitado de entre los Muertos, el innombrable depredador deportivo cosechando triunfos a granel. Un Armstrong que era buen ciclista, sí, pero que ni subía, ni bajaba, ni iba contra el crono, ni nada. Un Armstrong que dejó tras su estela de victorias la espesa sombra de la sospecha, brama él o no, porque así están las cosas. Un Armstrong que hizo palidecer (y tal vez ése sea el pecado mortal que algunos jamás le perdonaremos) a los grandes de la historia del Tour: Anquetil, Eddy Merckx, Hinault y al propio Miguel.

Vamos, que nos dejó con el amargo sabor del récord de Indurain tatuado en el rostro, en medio del estupor y, al menos para algunos, la indignación. Como sus ilustres predecesores, Miguel fue humano (los Lagos, Oropa, Vallico de Santa Cristina, Les Arcs, Hautacam, Larraux) y tuvo feroces rivales que le salían como las setas, a cual más temible: Bugno, Chiappucci, Ugrumov, Chioccioli, Rominger, Pantani, Berzin, Virenque, Zulle, el ONCE en pleno, hombres que le atacaban sin tregua desde lejos y a muerte.

Eso enaltece su gesta, eso les honra a ellos. Pero a Armstrong, ¿quién le atacó realmente, quién le hizo siquiera un simple conato de demarraje que trascendiera unos pocos metros? Nadie. Así que, como otros muchos aficionados, sé que me moriré sin entender por qué ocurrió así, qué causa hizo que todos se comportaran cual borregos que llevan al matadero. Y para cuando pudieran haberlo acuchillado como a Julio César (Ullrich y compañía subiendo Luz Ardiden), tuvieron lo que el norteamericano jamás tuvo: elegancia. Ni tan sólo piedad o compañerismo. Unicamente elegancia, la que se les presupone a los campeones de verdad.

Toda esta última época pasará, sumergiéndose para siempre en las cenagosas aguas del olvido. El ciclismo volverá a ser grande y noble, aunque a fuerza de ser sinceros sepamos que ya jamás volveremos a aguardar las tardes primaverales del Giro o las del verano en el Tour con el corazón encogido en un pálpito de emoción, saliendo de ellas en un estado cercano al éxtasis.

La vida toda, y ahí se incluyen las pasiones que despierta el deporte, se fundamenta, en buena medida, en los recuerdos. Pues bien, nosotros estamos orgullosos de haber conocido la época de Miguel, y ese milagro no nos lo quitará nadie. Así sea.

recomendar el artículo
portada de los lectores
copia para imprimir
Información gratuita actualizada las 24 h.
 SUSCRIBASE A
Más información
Renovar/Ampliar
Estado suscripción
Suscríbase aquí
Suscripción en papel
 publicidad
  Participación
Debates
Charlas
Encuentros digitales
Correo
PUBLICIDAD HACEMOS ESTO... MAPA DEL SITIO PREGUNTAS FRECUENTES

elmundo.es como página de inicio
Cómo suscribirse gratis al canal | Añadir la barra lateral al netscape 6+ o mozilla
Otras publicaciones de Unidad Editorial: Yo dona | La Aventura de la Historia | Descubrir el Arte | Siete Leguas

© Mundinteractivos, S.A. / Política de privacidad