Viernes, 5 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6228.
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Un fanático es alguien que no puede cambiar de opinión y no quiere cambiar de tema (Winston Churchill)
 OPINION
AL ABORDAJE
En los escombros
DAVID GISTAU

Ni siquiera hacía falta verle encaramado a los escombros, arengando con un megáfono a la nación golpeada, tipo United We Stand. Tampoco esperaba nadie un discurso con la temperatura de aquel We Will Never Surrender con el que, como escribió Robert Kaplan en El retorno de la Antigüedad, Churchill consiguió que todos los ciudadanos británicos se sintieran como él los veía: heroicos y trabados en la defensa de un destino común. Aun así, algo podría haber dicho 'Zetapé' en la T-4. Algo que lo caracterizase como el líder capaz de cargar con el peso de las cosas, incluso de las fallidas. Algo que por fin trascendiera su habitual ambigüedad meliflua, esa retórica en almíbar en la que, como dijo Pérez-Henares, la palabra paz aparece con la misma frecuencia y con el mismo sentido hueco que en un concurso de misses.

Nos lo debía. Y tanto tardó en salir del burladero de Doñana, que se habría dicho que al menos estaba preparando el discurso de su vida, lleno de principios explícitos y de resolución contagiosa contra la ofensiva terrorista. Pero qué va. Tan confuso ha hablado, que ni siquiera sabemos a qué va a dedicar toda esa energía que, al parecer, el atentado le ha recargado como si hubiera olido napalm por la mañana. Si a reanudar el proceso en cuanto los dos ecuatorianos envuelvan el pescado, o a asumir el error y olvidarlo, aun cuando esto le provoque un desgaste político, que es lo único que el presidente parece empeñado en evitar: salvarse uno mismo cuando lo demás ya está perdido.

Unas cuantas toneladas de escombros y dos cadáveres no parecen cosas que una «verificación» pueda soslayar, por más que sea elástica y comprensiva cuando arden autobuses o se descubren zulos. Y, en todo caso, constituyen una ocasión obligada para lanzar a la banda un inequívoco mensaje de ruptura que además trace las líneas que jamás debieron ser traspasadas.

No mientras nos pretendamos un Estado soberano capaz , como los británicos de Churchill, de defender un destino común. La renuencia de Zetapé a lanzar ese mensaje en el lugar y el momento idóneos para hacerlo no sólo añade inquietud a un pueblo que llevaba días esperándole y que no puede compartir ya su fe de iluminado, no después de la T-4. Además indica que Zetapé, cautivo de un proyecto al que ha encomendado su propio porvenir político, está obligado a dejar siempre abierto un margen de recuperación del diálogo, incluso cuando vuelve a haber muertos, y más si se trata de muertos accidentales.

Cómo no va a sentirse dueña del escenario y de los tiempos ETA, ese constante Puerto Hurraco con coartada política. Ahora parece mentira que en los albores del proceso nos dedicáramos a debatir si una sola carta de extorsión invalidaba la mano tendida. Ha muerto gente, y Zetapé sigue preguntándoselo.

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