Medio mundo ha echado el ancla en el pleistoceno, vive en ese caldo de cultivo del salvajismo, en un falso limbo inoculado de superstición, castas y religiones donde a un tipo le pueden cortar las orejas, la nariz y lo que sobresalga por casarse «sin permiso» con una mujer adulta a la que también se le olvidó decirle a su tiránico papá que se iba de boda. Esto le ha pasado a Mohammed Iqbal en Pakistán. Esto sucede todos los días unas cuantas veces en esos países donde se hacen tambores con flecos de himen, descapullan adolescentes en ceremonias estúpidas y viscerales, tiran al pichón en el clítoris de las niñas, y luego brindan con un odio fermentado en fanatismo. Viva el siglo XXI.