Domingo, 7 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6230.
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EL ESCENARIO DE 'BANDERAS DE NUESTROS PADRES' / EL ESCENARIO DE 'BANDERAS DE NUESTROS PADRES'
Viaje a las arenas espectrales de Iwo Jima
El escenario de las dos nuevas películas de Clint Eastwood sigue siendo un doloroso secreto para la mayoría de los japoneses
JUSTIN McCURRY. The Guardian / EL MUNDO

IWO JIMA (JAPON). - Cuando las armas guardaron silencio al final de una de las batallas más sangrientas de la historia de la guerra moderna, Iwo Jima se asemejaba a la superficie de la luna. Los árboles se habían convertido en tocones abrasados y el bombardeo implacable de las cañoneras estadounidenses había terminado por aplanar las laderas.

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Ahora, casi 62 años después de que su caída cambiase el curso de la II Guerra Mundial, las cicatrices físicas de Iwo Jima han terminado de cicatrizar. Vista desde el aire, la isla es un punto hermoso con forma de lágrima, a 1.930 kilómetros de Tokio. Un lugar en medio del Océano Pacífico en el que se crían extraños insectos y guindillas salvajes. Un lugar en el que sólo el rugido de los F-15 japoneses que abandonan su base rompe el silencio del lugar y recuerda el pasado.

La base militar es un recordatorio del papel vital de Iwo Jima en la seguridad de Japón. Para sus defensores japoneses, representa la primera línea de defensa; para los estadounidenses, constituía el punto de parada ideal para los escuadrones de aviones B-29 Superfortress que bombardearían Tokio y también otras ciudades japonesas hasta el trágico aburrimiento.

Toda una sangría

Cuando las tropas estadounidenses aterrizaron en las playas surorientales de Iwo Jima el 19 de febrero de 1945, sus comandantes predijeron que la batalla terminaría en cuatro días. Para cuando se hicieron con Iwo Jima cinco semanas más tarde, 6.800 soldados norteamericanos habían fallecido y otros 17.000 resultaron heridos. De los 22.000 soldados de las tropas japonesas que defendían la isla, únicamente 1.080 fueron capturados con vida. Los que no lucharon hasta la muerte prefirieron suicidarse antes que avergonzar a su emperador por caer en manos enemigas.

Tras décadas de que Iwo Jima haya sido tratado como un lamentable episodio en una guerra que muchos preferirían olvidar, la isla ha penetrado por fin en la conciencia japonesa con el estreno de dos películas dirigidas por Clint Eastwood.

Uno de los filmes es Cartas desde Iwo Jima (que se estrena en España el 16 de febrero), rodado en japonés y narrado desde la perspectiva de los defensores de la isla. El otro es el recién estrenado Banderas de nuestros padres (que llegó a las pantallas el pasado viernes), que entremezcla escenas explícitas de combates con las vidas posteriores a la batalla de tres de los seis soldados estadounidenses conocidos por haber alzado la bandera de las barras y estrellas en la cumbre del monte Suribachi el 23 de febrero de 1944. Es decir, por componer la icónica fotografía en blanco y negro tomada por Joe Rosenthal. De aquellos seis soldados, tres fallecieron en batalla. Sólo uno de los supervivientes, John Bradley, cuyo hijo James escribió en 2000 el best seller en el que se basa Banderas de nuestros padres, pudo continuar con algo parecido a una vida normal.

Hoy en día, la proeza de los soldados se conmemora con un sencillo epitafio en la cumbre, decorado con flores y placas de los soldados estadounidenses que lo visitan. Más allá del Suribachi, se extiende un territorio de cuatro kilómetros de arena negra, en la que aterrizaron las tropas americanas, únicamente recibidas por el silencio de miles de soldados japoneses ocultos en la selva y en la inmensa red de túneles y fortines excavados en la tierra volcánica de Iwo Jima.

Trampas mortales

Hacia el oeste, los cascos de los buques de guerra asoman entre las aguas. Los victoriosos americanos habían llenado los buques de cemento antes de hundirlos para formar el rompeolas de un puerto que, dada la constante actividad volcánica de Iwo Jima, jamás llegó a construirse.

Tierra adentro, los montes de matorrales y la selva ocultan un panal de túneles que los japoneses pensaron que les protegerían del bombardeo estadounidense. Por el contrario, terminaron por convertirse en sus trampas mortales.

Uno de los pocos túneles abiertos a los visitantes sirvió como hospital para la marina japonesa. En su interior, las botellas de sake aún permanecen apoyadas en las paredes, y los tambores y cestos cubiertos de polvo se encuentran intactos en una esquina. Pocos de los pacientes que lograron resistir aquellas temperaturas de 50ºC lograron sobrevivir. Cuando el hospital se desenterró en 1984, contenía los cuerpos momificados de 54 soldados japoneses.

El sistema de túneles fue planeado por el general Tadamichi Kuribayashi, un comandante de las fuerzas japonesas educado en Estados Unidos que se oponía a la guerra con dicho país y que había aceptado la inutilidad de resistir cualquier invasión mucho antes de que se disparase el primer tiro.

En una carta a su familia antes de que comenzase la batalla, Kuribayashi escribió proféticamente: «Puede que no regrese con vida de esta misión». Su misión, por cierto, era la de atrasar en lo posible la caída inevitable de Iwo Jima.

Las circunstancias que rodearon la muerte de Kuribayashi continúan siendo todo un misterio. Su cuerpo no se halló jamás, lo que ha otorgado a Clint Eastwood la licencia artística adoptada para el clímax de Cartas desde Iwo Jima, en que Ken Watanabe (conocido por la película de Tom Cruise El último samurai) interpreta al general japonés.

Watanabe, que se deshizo en lágrimas cuando vio Iwo Jima por primera vez, afirma que su implicación en la película le llevó a afrontar el pasado bélico de su país. «En cierto modo, evitábamos pensar en ello», explicó una vez terminado el rodaje de la película. «Pero tenemos que hacerle frente y aceptar el hecho de que nuestros padres y abuelos tomaron parte en la batalla. La aceptación de esta realidad es el primer paso».

Pero en Iwo Jima es imposible ignorar el legado de Kuribayashi. En los meses previos a la batalla, sus disciplinadas tropas construyeron 25 kilómetros de túneles subterráneos y 5.000 cuevas y fortines reforzados.

Los restos de Kuribayashi y los de otros 13.000 soldados japoneses todavía continúan allí, bajo tierra, en el lugar exacto en el que cayeron. Una agencia del Ministerio de Defensa lleva a cabo búsquedas intermitentes de huesos, que se guardan en un depósito antes de trasladarlos en avión a la isla de Honshu (la más grande y poblada del país) para enterrarlos en el cementerio de Chidorigafuchi, en Tokio.

Las familias de los fallecidos consideran Iwo Jima como terreno sagrado, tal como descubrió Eastwood al tener que emprender delicadas negociaciones con políticos y grupos de veteranos antes de recibir permiso para rodar la película.

Hoy en día, los únicos habitantes humanos de la isla son 400 miembros de las fuerzas de autodefensa de la marina japonesa, así como burócratas de la Agencia de Defensa. Al abandonar la isla tras realizar sus guardias, estas personas se aseguran de limpiar a fondo las suelas de sus botas, por miedo a llevarse en ellas el alma de sus camaradas caídos.

Mientras los periodistas nos preparábamos para embarcar en el vuelo de vuelta a Tokio, Hiroyuki Iguchi, un representante de la división de información pública del Ministerio de Defensa, instó a los que hubieran recogido piedras de la cumbre del Suribachi a que no se las llevaran a casa. «De lo contrario, os frecuentarán los fantasmas de los soldados japoneses», advirtió.

Lugar inaccesible

La isla es accesible únicamente mediante avión militar, y los únicos civiles que han puesto el pie en sus tierras son los parientes de los soldados allí fallecidos.

Hasta el momento, pocos son los japoneses por debajo de cierta edad que han oído hablar de Iwo Jima, y mucho menos de su trágica historia. Pero puede que las cosas cambien. Eastwood, que se ganó el elogio de Japón por el sensible y lírico retrato que ha hecho de la batalla, ha convencido a muchos japoneses de que, seis décadas después de la toma, ya es hora de hablar abiertamente sobre esta isla diminuta cuyo destino determinó el curso de la historia moderna de Japón.

«Ninguno de mis actores japoneses había oído hablar de Iwo Jima», explicó, casi indignado, el director en una visita reciente a Tokio. «¡Perdísteis a 21.000 personas! ¿Qué ocurriría si ignorásemos todo aquello?».


¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién?

La historia de la fotografía que Joe Rosenthal tomó el 23 de febrero en la colina de Suribachi no está libre de polémicas... Como 'tiene que ser' en una imagen tantas veces reproducida y tan valiosa en la memoria colectiva.

Para empezar, por la fecha: en contra de lo que cualquiera habría podido pensar, la fotografía de los soldados que alzan la 'Old Glory' en el Suribachi no corresponde al momento en el que, por fin, el ejército estadounidense conquistó definitivamente la isla de Iwo Jima. En realidad, Joe Rosenthal tomó la instantánea cuatro días después de que los marines desembarcaran en la isla japonesa. Es decir, cinco semanas antes de que acabaran los combates en la isla.

Más tarde, cuando Rosenthal regresó a Estados Unidos, surgió una nueva controversia por una conversación llena de equívocos en la que el propio fotógrafo parecía reconocer que la imagen había sido compuesta, que los soldados habían posado para su cámara. Hoy, la teoría está abandonada.

La otra polémica tiene que ver con la identidad de los seis soldados que levantan la 'Old Glory' en la foto, ninguno de los cuales muestra su cara en la instantánea de Rosenthal. Los resentimientos entre algunos de ellos hicieron que varios de esos soldados 'desaparecieran' de la Historia durante años. Y ése es, precisamente, el material que toma Clint Eastwood.

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