Domingo, 7 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6230.
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CONVULSION EN ORIENTE PROXIMO / Un gigante militar escaso de soldados
Las abuelas estadounidenses van a la guerra
La sargento Danner y la recluta Black se convierten en heroínas al integrarse pese a su edad en las filas de un Ejército falto de fuerzas para librar la guerra contra el terror
CARLOS FRESNEDA. Corresponsal

NUEVA YORK.- Con 59 años en el petate, siete hijos y 11 nietos que la echarán de menos, la sargento Jo Danner lo deja todo y se va a Afganistán con el uniforme de las Fuerzas Aéreas. A los 41 y con un nieto, la afromericana Margie Black decide alistarse y se convierte en la recluta más veterana del Ejército de Tierra, presta a unirse a ese pelotón de soldados imberbes que combaten en Irak.

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La historia de las dos abuelas que van a la guerra ha provocado postreros brotes de patriotismo en California y Texas, donde Danner y Black figuran ya en el pabellón de heroínas locales. Los dos casos ponen, sin embargo, sobre el tapete el gran problema al que se enfrenta el gigante militar norteamericano: «No tenemos suficientes fuerzas para mantener la guerra global contra el terror», palabras mayores del general Peter Schoomaker.

Sólo así se explica que Danner, enfermera y directora del departamento de atención infantil del Centro Médico de Sutter, tenga que dejar atrás trabajo y familia para cumplir con sus deberes de reservista, a punto de cumplir los 60 años.

Hace sólo nueve meses, Danner sufría desde lejos los rigores de otra guerra, la de Irak, donde estuvo destinado uno de sus siete hijos, David Ruiz, empotrado como paramédico en primera línea de fuego. Ni el miedo a perder a David ni el alivio que sintió a su regreso sirvieron para que decidiera colgar el uniforme.

«La llamada me pilló un tanto por sorpresa, pero ya me he hecho a la idea», confiesa Danner al diario local de Santa Rosa, The Press Democrat. «Mi marido y mi familia también están mentalizados. Quienes peor lo llevan son mis amigos: no se hacen a la idea de que esa mujer divertida que se viste con colores chillones pueda marcharse hacia Afganistán».

Jo Danner tiene una melena blanquísima que contrasta con su sonrisa jovial, pero que en el fondo la delata: «Me siento física y mentalmente apta, y sé que puedo servir de ayuda a los hombres y mujeres que están luchando.... Es un honor haber sido llamada a mi edad». Aunque lleva 11 años en la reserva, nunca hasta la fecha había sido destinada fuera de EEUU: le bastó cumplir con las Fuerzas Aéreas a tiempo parcial y en retaguardia. La Guerra de Irak ha exprimido de tal manera al Ejército norteamericano que las llamadas esporádicas a reservistas como ella se han convertido en rutina.

Su misión en Afganistán arrancará en enero y durará cuatro meses. La han destinado a un hospital militar de la US Air Force, aunque le han advertido que tendrá que atender sobre todo a «víctimas civiles» y no a «heridos de guerra». Las noticias que hablan de un resurgimiento de los talibanes y un recrudecimiento de la violencia le preocupan, pero Danner se reserva sus opiniones políticas. «Al fin y al cabo, yo voy a estar en un hospital», se excusa. «Mi misión no consistirá en dar patadones a las puertas, ni estaré tan expuesta al peligro como lo estuvo mi hijo en Irak... Lo peor es que estamos combatiendo a un tipo de enemigo capaz de poner bombas en los hospitales». Danner lleva conviviendo con la cosa militar desde que era niña; su padre fue guardacostas y con él conoció medio mundo: «Estoy habituada a recibir esa llamada que te hace dejarlo todo y salir disparada. Me considero aventurera, porque me crié viajando de aquí para allá, pero no soy de esas dispuestas a saltar la primera en paracaídas».

En las sesiones de entrenamiento en la base aérea de Travis estuvo a punto de quedarse sin respiración por culpa de una máscara antigás: «Las he usado varias veces, pero es raro habituarse a ellas y pensar que a lo mejor las vas a tener que usar mientras cuidas de los pacientes».

«Siempre disponible»

¿Y su marido qué piensa? «Jo no es una heroína», dice Fred Danner, que contará los días hasta el ansiado retorno en mayo. «Mi mujer es de esas personas que siempre ha estado disponible cuando se trata de ayudar a los demás».

Jo Danner se alistó a edad tardía para poder costearse los estudios superiores mientras trabajaba como enfermera. Para Margie Black, la abuela recluta de 41 años, se trata del sueño de su vida: «Siempre quise alistarme, pero tuve a mi hija con 19 años y eso me obligó a renunciar a mis ambiciones. Ahora que ella tiene 21 años y también está en el Ejército de Tierra, he decidido seguir sus pasos y saldar la deuda que tenía pendiente».

La texana Margie Black se ha beneficiado de la revisión al alza de la edad de alistamiento: primero a los 40 y ahora a los 42. Tan necesitado anda el Ejército norteamericano de reservistas que cada vez recurre más a los veteranos para cubrir el expediente. «Sé que no tengo la energía de cuando era joven» confiesa la soldado a la agencia AP desde el campamento de Fort Jackson, en Carolina del Norte, «Pero estoy intentando superarme día a día».

En apenas tres semanas, la recluta Black se ha familiarizado con el fusil M-16 y ha sido capaz de superar su miedo atávico para trepar los 15 metros de la Torre de la Victoria: «Grité aterrorizada mientras subía, pero mi sargento supo espolearme para que lo consiguiera».

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