Domingo, 7 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6230.
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TESTIGO IMPERTINENTE
Con la Visa entre los dientes
CARMEN RIGALT

Hoy día da igual dónde comprar en las rebajas, porque todo se fabrica en China, que ofrece 'Hermès para todos'

Ejércitos de hombrecillos reproducen bolsos y relojes en todos los suburbios del mundo

Los chinos llevan la habilidad de copiar en los genes

China somos todos. No estoy desbarrando. Es una forma de anunciar que han llegado las rebajas. Hasta hace poco, eso se comunicaba en los telediarios (reportajillo de cierre, con mucho calor humano dentro: las señoras se apelmazaban a la entrada de los grandes almacenes), pero ahora la tendencia se ha globalizado y los españoles celebramos las rebajas en cualquier parte del mundo. Servidora conoce a muchos que tal día como hoy están en Nueva York con la Visa entre los dientes. Vuelven cargados de bolsos de Prada y te ponen la cabeza tonta cantando las excelencias de Syms, Bloomingdales y Bergford Goodman, pero seguramente no han salido de Chinatown. Aquí donde me tienen, yo nunca he estado de rebajas en Nueva York. Peor aún: ni siquiera he estado en Nueva York. Una vez fui de paso y vi el puente de Brooklyn a lo lejos, pero como unos recuerdos se superponen a otros, en mi memoria han prevalecido las colas de migración y la mirada altiva de un funcionario que me buscaba las cosquillas. Suficiente como para no querer repetir.

De aquel extraño viaje guardo una camiseta con el clásico «I love NY», que fue mi compañera de sueños durante más un año (entonces aún no me había iniciado en la lencería fina). Sólo eso. No olí la Sexta Avenida, ni las galerías de arte del Soho, ni los escaparates de Tiffany o la algarabía del East Village. La idea que tenía de Nueva York (en dos palabras: el paraíso de las chorradas) no pude comprobarla entonces, y no pienso hacerlo ahora. Para qué les voy a engañar: ya se me han pasado las ganas. Si cambio, avisaré. Siempre estoy a tiempo. Como último recurso, le daría la barrila a Elvira Lindo, que tiene un corazón como una posada (aunque sospecho que su marido está harto de inflar el colchón para los expatriados).

Descartado Nueva York, queda China. Es casi lo mismo, pues gran parte de lo que ofrece Nueva York está hecho en China. Y ahí es donde quería yo llegar: a la frenética productividad de los chinos. Mao hizo una revolución (la suya), pero la gran revolución no ha llegado hasta ahora, cuando los chinos se han subido al carro del capitalismo salvaje. Occidente rinde culto a la exclusividad y China ofrece Hermès para todos. Hay chinos copiando bolsos y relojes en todos los suburbios del mundo. Son como termitas del capitalismo, y su trabajo consiste en popularizar el fetichismo de la mercancía. Los chinos venden la vida en un inmenso top manta. Todo lo copian (llevan esa habilidad en los genes, no en vano primero se han copiado ellos a sí mismos). Uno de los productos estrella de la sociedad de la satisfacción es el bolso de cocodrilo. La casa Hermès presume de criar cocodrilos para tal fin. Igual que los granjeros de Las Landas engordan patos para vender luego el foie, la casa Hermès engorda cocodrilos para vender luego el bolso. Los cocodrilos son criados por separado con objeto de que no se peleen entre sí, de forma que el bolso llega a la tienda libre de rasguños e imperfecciones. Pero los chinos, que son maestros de las imitaciones, están en todo. También en eso. Si las copias obtenidas son iguales que los originales, el valor de la pieza única desaparece.

El puente entre China y las clases medias europeas y americanas han sido las tripulaciones de las líneas aéreas, que se han constituido en intermediarias únicas entre productores y consumidores. En China, India, Tailandia y otros enclaves asiáticos, las tripulaciones del mundo entero cargan mercancías para ganarse un sobresueldo. Lo que yo no compré en el Chinatown neoyorquino lo compré más tarde en Bangkok, Hong Kong y Delhi. Ahora lo compro en Madrid, que me pilla más cerca. Europa es un suburbio de China. Debajo de nuestras ciudades están las ciudades chinas, con ejércitos de hombrecillos que cosen a máquina sin levantar cabeza. Es gente cuya identidad comienza y termina en unas iniciales intercambiables. Gente perseverante, trabajadores a pilas. Lo mismo te hacen unos rollitos de primavera que una cazadora de Dolce & Gabbana o un bolso gaucho. Para ellos, la economía es un juego de mesa.


La hora del examen

JOSU JON IMAZ. Los políticos siguen dando la matraca. Ha sido ésta una semana marcada por el desánimo, tanto en las palabras como en los silencios. El presidente dijo digo donde había dicho Diego, y la oposición se conformó. Malamente, pero se conformó. Otros, en la mismísima posición, se mostraban partidarios de «mantenella y no enmendalla», pero prefirieron callar para no empeorar las cosas. Ya vendrán días mejores. Zapatero, todo hay que decirlo, anduvo poco sembrado en sus gestos. No es nuevo. El poder siempre falla por el mismo sitio: la política de gestos. A lo mejor se trata de un virus contagioso. El presidente que no se deja atrapar por el síndrome de la Moncloa se deja atrapar por el de Doñana (o por el de Quintanilla, o el de Georgetown: todos tienen un ego como un bombo). Al final, las cosas están como estaban antes del antes: desgastadas y rotas. Rajoy es hombre de naturaleza apacible, pero con demasiada frecuencia adopta el tono mitinero que le reclama la calle (que no es suya, sino de Federico). Entonces él sube el listón y los decibelios, se carga de esdrújulas y monta el pollo. Así y todo, una buena parte de la prensa le gana terreno por la derecha. Caso aparte lo constituye Josu Jon Imaz, que habla con una claridad científica, ordenada y cauta. Desde que Arzalluz ha pasado a la reserva, el PNV no parece el mismo. A Imaz nunca le traiciona el lenguaje electoralista y mitinero, porque él no está hecho a los calificativos sino a las fórmulas demostrables. En esta hora de desatinos, Josu Jon Imaz es una de las personas que mayor cordura ha desplegado. Bienvenida sea su palabra de vasco.

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