Para Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960), la noche de los Magos de Oriente era una noche de terror. «Entonces aparecían en casa tres ancianos barbudos e inmortales que apestaban a sudor de camello», asegura. Y sonríe: «Lo único que los salvaba es que, al menos, dejaban regalos».
Ya sea por el impacto de aquellos miedos infantiles, o porque lo lleva implícito en el apellido, al escritor se le ocurrió investigar quiénes fueron en realidad los Reyes Magos. Y de ahí partió la novela Mercado de espejismos, con la que ha ganado el Premio Nadal.
Así, mientras seguía la pista legendaria de los de Oriente, Benítez Reyes descubrió que San Mateo es el único que los menciona en la Biblia, por ejemplo. De hecho, su figura no toma relevancia hasta la Edad Media. Santa Elena, madre del emperador Constantino, o el mismísimo Barbarroja son, según las fábulas, algunos de los personajes que intentaron dar con los restos de los Reyes Magos.
«Me di cuenta de que una pequeña superstición puede derivar en toda una leyenda», explicó ayer el autor. Como ejemplo, puso los requisitos que históricamente han sido necesarios para erigir un templo católico: «Para que pudieran ser lugares sagrados, las iglesias estaban obligadas a tener una reliquia, de modo que en el Vaticano hay un frasco con un estornudo del Espíritu Santo, y el supuesto prepucio de Jesucristo se exhibe en más de un altar».
Sin embargo, y aunque como dice Benítez Reyes «estas reliquias por fuerza son falsas», eso no impide que se siga creyendo en ellas. Al contrario: «El progreso no ha conseguido ser un remedio para la superstición». El éxito de novelas como Código Da Vinci y programas como el de Iker Jiménez corroboran que la sociedad «sigue teniendo la necesidad del delirio para pactar con su vida», según el escritor.
El título de la novela se refiere precisamente a ese Mercado de espejismos que resulta de la compra y venta de reliquias como representación de la compra y venta de creencias. La veneración por la vida de los santos ha dado paso a una nueva religión: aquella que proponen las novelas templarias y esótericas. «Muchas personas las leen como si fueran libros de historia alternativa, lo que les provoca paranoias», apunta Benítez Reyes. «Entonces creen ver símbolos crípticos en todas partes y los interpretan a su manera».
Estas novelas de misterio equivaldrían a las novelas de caballerías que parodió Cervantes. Y ése es el planteamiento narrativo de Mercado de espejismos: como un Quijote cincuentón, Jacob es un ladrón a quien le encargan que robe las reliquias de los Reyes Magos, guardadas en la catedral de Colonia, en Alemania.
El protagonista se llama así porque, ciego de porros, se toma un tripi mientras suena el disco de Iron Butterfly. Entonces ve la escalera que une el cielo con la tierra, la escalera de Jacob. «Y eso, claro, no puede ser casualidad», concluye Benítez Reyes. Pero no da más pistas.
Habrá que esperar a que la editorial Destino publique el libro a finales de febrero. Por ahora podemos adelantar que su autor no volverá a pasar miedo la noche de Reyes; su noche. Fue entonces cuando recibió el Nadal, dotado con 18.000 euros.
Si el gaditano ha escrito una novela con tintes cervantinos, la finalista, por su parte, ha indagado en la psicología emocional.La valenciana Carmen Amoraga (Picanyà, 1969) ha querido descubrir ese Algo tan parecido al amor que surge «cuando las mujeres deciden casarse, y los hombres ya están casados o son gays».
Para ello, y mediante una trama en la que ha intentado equilibrar el drama con el humor, la periodista se centra en la historia de tres amigas. Una de ellas está casada, y las otras dos son amantes de hombres casados. La intención: «Romper la barrera del mito culpable de las relaciones adúlteras», según la autora.Amoraga explicó que «la situación de cada una de ellas hace que las demás comprendan las múltiples versiones de un mismo hecho».
De este modo y pese al título, la novela versa más sobre la amistad que sobre el «amor perecedero», según la autora. De hecho, una de las ideas de Algo tan parecido al amor es que «detrás de cada fracaso hay una oportunidad para empezar de nuevo».
Amoraga ha querido ubicar la historia en Valencia porque es «una ciudad literaria muy poco explotada». Está segura que el hecho de haber sido finalista del Nadal supondrá un «antes y un después» en su carrera.