Lunes, 8 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6231.
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Mi reino por un buzón
ENRIQUE MURILLO

Parodiando al rey shakesperiano que, deseoso de huir, ofrecía su reino a cambio de un caballo, si yo fuese rey daría mi reino por un servicio de correos que funcionara al menos mínimamente.Los españoles odiamos la letra impresa, la letra escrita y la correspondencia convencional, aquella que consiste en escribir una carta, meterla en un sobre, pegarle un sello al susodicho e introducirlo en un buzón de la Sociedad Estatal de Correos, que tiene el deber constitucional, reforzado por toda clase de directrices europeas, de entregar la carta en el domicilio que figura en el sobre. Pero todo esto son teorías de cumplimiento difícil en este país. Yo estaba acostumbrado, por vivir en el campo, a que las cartas tuviesen que ser recogidas en una oficina de correos situada a unos ocho kilómetros de mi casa, en horarios restringidos de 9 a 11 de la mañana. Incluyendo los avisos de certificados, los avisos de burofax, etc. Todo lo cual me ha costado, a lo largo de los diez últimos años de residencia en un rincón del Montseny, muchísimos miles de euros en multas de Hacienda, que entendía que yo daba la callada por respuesta a las notificaciones, requisitorias, declaraciones paralelas y demás muestras de trato exquisito que he recibido de las Administraciones Públicas. Las mismas, por cierto, que no han hecho apenas nada por lograr que la Sociedad Estatal de Correos S.A. cumpliera su misión constitucional.

Nada que ver con el adorado Post Office inglés que durante más de seis años me trajo a domicilio, viviera donde viviese, cayeran o no chuzos de punta, toda la correspondencia a alguno de mis siete diferentes domicilios de la conurbación londinense.

Ahora que vivo en Barcelona, celebro una fiesta cada vez que un empleado de correos sube hasta mi piso (segundo sin ascensor) y me entrega en mano un certificado, naturalmente de Hacienda.Incluso las multas las pago más a gusto. Pero esto no es tampoco el paraíso. Acaban de despedir al director territorial de Correos en Cataluña, apenas días antes de que el Síndic de Greuges, Rafael Ribó, entregara un informe muy crítico con la ineficacia demostrada por Correos en diversas zonas de esta autonomía. Me parece bien ese despido, y confiemos en que el sustituto cambie las cosas.Para empezar, podría tratar de solventar la discriminación de los que viven en lugares aislados.

Y, en las ciudades, hacer un esfuerzo por aumentar el número de buzones. El otro día iba a echar al correo una carta, fui a la oficina de correos de Paseo San Juan, la encontré cerrada «por reformas» y empecé a buscar un buzón. Llevé encima una carta al menos tres días, hasta que decidí ir a la oficina más próxima, situada en Castillejos. Pero allí me dieron un chasco: «Aquí no hay buzón», me informó un empleado. Salí desesperado, me arrojé en brazos de una señora semiuniformada que bajaba con ese carrito de la compra que les han puesto a los carteros, le pregunté si ella sabía dónde echar una carta y me respondió: «Hasta ayer, ni idea. Pero esta mañana me he fijado en que hay un buzón en ese chaflán de ahí arriba.» Sin comentarios.

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