Lunes, 8 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6231.
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EL GRAN CAMALEON SEXAGENARIO / Se reedita toda su obra discográfica en ediciones de lujo / Vuelve al cine y sigue cultivando su pasión por el arte / La modernidad pop de hoy no cesa de rendirse a sus pies
David Bowie y el elixir de la eterna juventud
Doble cumpleaños del cantante más andrógino de la historia del rock: alcanza hoy los 60 años y hace 40 que publicó su primer elepé
FRANCISCO CHACON

MADRID. - El hombre de las mil caras por excelencia en la historia del rock, el más sofisticado fagocitador de tendencias, el paradigma del autorreciclaje, el espadachín musical con un sinfín de capas, el pirata del espacio exterior infiltrado en la Tierra... exhibe con orgullo su pacto con el diablo (vestido de Prada, por supuesto). Ni el demonio se le resiste a este poliédrico dandy, que navega con igual charme cuando desciende a los infiernos que cuando se eleva a los cielos. Cual Dorian Gray surgido de las aceras del Swinging London, siempre entre el éxtasis y su antídoto, David Bowie cumple hoy 60 años sin ninguna intención de convertirse en un abuelito anclado en sus batallitas (y las tiene de toca clase y condición, especialmente en las épocas en que se relacionaba muy directamente con Lou Reed, Iggy Pop o Brian Eno).

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No hay disco nuevo a la vista para celebrarlo, pero qué mejor forma de seguir la evolución de sus incesantes reencarnaciones que la reedición de toda su obra discográfica, presta a salir a la venta según los designios del mercado japonés: unos packs de lujo que reproducen en CD las coordenadas estéticas del vinilo original.

Sus colaboraciones con algunos de los nombres más chic del pop contemporáneo, como Pet Shop Boys (irresistible aquella versión dance de Hallo spaceboy, con frases como Do you like girls or boys?/ It's confusing these days), Placebo o Arcade Fire, dan fe inequívoca de que la modernidad no cesa de rendirse a sus pies. Claro que su última, y exitosa, aparición estelar fue con su amigo y también veterano David Gilmour, enconado enemigo de Roger Waters en Pink Floyd. Junto a él, interpretó el clásico de Syd Barrett Arnold Layne en un concierto celebrado en el Royal Albert Hall londinense en mayo de 2006, y el posterior single de aquel momento histórico se convirtió en la entrada número de Bowie al top 20 británico en toda su carrera. Una circunstancia que, según cuentan sus allegados, le ha hecho especial ilusión al Duque Blanco porque, cuando él no era más que un insolente aspirante a la gloria y vio en televisión la puesta en escena de Arnold Layne allá por 1967, la visión del alucinado Barrett le decidió definitivamente a lanzarse al ruedo del show business.

Recordar aquel año viene a cuento, además, porque en este recién estrenado 2007 se conmemoran las cuatro décadas que han transcurrido ya desde la publicación de su primer elepé, simplemente titulado David Bowie, con aquel melifluo aire de folk psicodélico.

Desde entonces, ninguno de sus discos ha sido ni siquiera remotamente similar al anterior. Constante tour de force consigo mismo, con sus fantasmas, con sus perversiones. Una sofisticada capacidad embriagadora la suya. Un esteticismo neorromántico nacido para servir de referencia sin fin, incluso para quienes ven en él a un maestro de la impostura.

Mientras tanto, el otro Bowie, el cinematográfico, vuelve a exhibirse en España a partir del próximo viernes, fecha en la que se estrenará El truco final. El prestigio, la nueva película de Christopher Nolan (sí, el de Memento), protagonizada por Michael Caine y en la que el irreductible camaleón, con bigote, tiene un pequeño papel.

Tratará así de rehabilitar una faceta en la que no ha brillado, ni mucho menos, a la altura de su vertiente pop. Fue, probablemente, Feliz Navidad, Míster Lawrence su mejor largometraje y, en el extremo contrario, su composición de Andy Warhol en Basquiat no quedará precisamente en los anales de la historia del cine. Tal vez por eso se dedica a hacer de productor ejecutivo en títulos como el documental 30 Century man, sobre la atribulada vida del reverenciado Scott Walker.

No acaban ahí las renovadas inquietudes artísticas de David Bowie, a quien le apasiona el arte (se cuenta que, en una visita a Madrid, llegó a decir que no volvería más a la ciudad porque era lunes y se había encontrado el Museo del Prado cerrado), incluido el digital.

Ni su matrimonio con la modelo Iman, aparentemente equilibrado, le ha transformado en un burgués gentilhombre. Cierto que ya no es tan salvaje como en los días en que flirteaba con el mismísimo Mick Jagger (cuánto descaro gay en aquella recreación del inmarchitable Dancing in the streets), quien había cantado a la primera esposa de Bowie en la inolvidable Angie. También se dispararon los rumores cuando grabó a dúo con Freddie Mercury Under pressure. ¡Viva la ambigüedad!


De Patti Smith a Iggy Pop

El inexorable paso del tiempo hace que no cumpla Bowie solo los 60 años en el olimpo del rock. Patti Smith lo acaba de celebrar el pasado 30 de diciembre, con iguales intenciones que el creador de 'Aladdin Sane', 'Scary monsters' y 'Heathen': hacer exactamente lo que no se espera de una persona que llega a la tercera edad. La extraña compañera de viaje de Robert Mapplethorpe puede presumir de atesorar una de las trayectorias más coherentes de la historia de la música moderna. Compromiso y autenticidad en una antidiosa siempre dispuesta a reivindicar donde haga falta a Rimbaud y Pasolini, con tanta fuerza como arremete contra el imperialismo galopante de Estados Unidos.

Por su parte, James Newell Osterberg Jr. (más conocido como Iggy Pop) cumplirá 60 años el próximo 21 de abril. Y no hay nada ni nadie que pueda detener su furia de iguana desatada. No deja de actuar junto a los resucitados The Stooges (hasta verá la luz un nuevo disco de la legendaria banda) y ya se encuentra en fase de preparación una película sobre su azaroso devenir. El 'biopic' se titulará 'The passenger', como una de las grandes canciones de Iggy Pop (maravillosamente reinterpretada por Siouxsie and The Banshees), y tendrá como protagonista a Elijah Wood. No es que el guión haya desagradado a Osterberg, pero prefiere seguir reptando por los escenarios que ponerse ante los focos de las cámaras.

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