Lunes, 8 de enero de 2007. Año: XVIII. Numero: 6231.
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 CULTURA
LAS AFUERAS
'Unromantic Spain'
JUAN BONILLA

Si algo bueno hubo en la invención por parte de una patulea de franceses de una España romántica, fue el hecho de que despertó la curiosidad de un investigador como Mario Praz, que, en su afán de historiar, lo romántico decidió venir a España para ver si, de veras, ésta era la tierra que merecía el adjetivo que le habían colgado Gautier, Merimé, Barres y demás.

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Romántico, por cierto, según cuenta el propio Mario Praz en su obra maestra, La carne, la muerte y el diablo, es palabra que empezó a utilizarse como peyorativa para señalar que algo o alguien era poco de fiar por fabuloso, irreal o exagerado. Venía a significar like the old romances, es decir, como las historias antiguas. Que se fuera despegando de ese significado para alcanzar a plantar su halo sobre toda una época fue empresa lenta, uno de cuyos episodios más curiosos es el aforismo del romántico Goethe -cuando quiere quitarse la etiqueta romántica de su abrigo-: «Lo clásico es lo que está sano, lo romántico lo que está enfermo».

Así que Mario Praz se viene a España allá por mediados de los años 20 del siglo XX y se encuentra con que todo lo que contó la patulea de franceses con prosa arrugada estaba más en la mente y las querencias de los escritores que en la tierra explorada. Se aburre, lo encuentra todo de una monotonía insoportable, comprende que los toros son una pesadilla -para sentir un acorde de emoción distinguida, es necesario pasarse horas conteniendo bostezos-, que los místicos son gente que hace de su insuficiencia un baluarte, que las mujeres no tienen nada de la Carmen voraz, que viajar de un sitio a otro es lamentar haber tomado la decisión de viajar... La España a la que viene Mario Praz en pos de huellas románticas le convence de que, en efecto, la patulea de viajeros franceses -con alguna aportación italiana, como Edmundo D'Amicis- se tomaron lo de romántico en sentido estricto: like the old romances. Se inventaron un bonito cuento apoyándose en el tenebrismo de El Greco, en las grutas barrocas y en las advocaciones del Diablo. Todo ello lo contó en un espléndido libro que, 80 años después de editado en italiano -la traducción al inglés llevaba el mismo título que este artículo-, va a aparecer en unas semanas en español publicado por la editorial Almuzara: Península pentagonal.

Además de uno de los más minuciosos e inteligentes críticos literarios del siglo XX y de un coleccionista insaciable que consiguió merecer de veras la casa de la vida, Mario Praz estaba especialmente dotado para la narración humorística. El capítulo dedicado a la corrida de toros en este libro es memorable, y los antitaurinos podrán hacer uso de él a cambio de que los taurinos también lo hagan: es de lo mejor que la literatura sobre toros nos ha deparado. El viaje en tren a Segovia, igualmente, es tronchante. Mario Praz, en sus paseos por la península pentagonal buscando los vértices del romanticismo español, acaba tomándoselo todo a chufla. Pero, incluso así, dice cosas inteligentísimas sobre sí mismo y sobre nosotros. Viajar, nos susurra, es un memento mori y, repitiendo a los sonetistas de los siglos dorados, se da cuenta de que partir es morir un poco.

Península pentagonal es el gran libro sobre la unromantic Spain que acaso siempre fuimos, sobre la España que se deja enmascarar por mitos y leyendas para alzarse sobre unos tacones de ficción -mayormente extranjera- y vender postales a los poco avisados turistas. Un libro delicioso.

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